Aviso a navegantes. Vaya mi absoluto respeto, solidaridad y comprensión a todas las personas con alguna deformación física, congénita o adquirida. Conozco lo que supone ser hijo de un cojo a consecuencia de la polio y he padecido algunas miradas y comentarios muy dolorosos, de chaval.

Yerai Rodríguez

Hace unos meses este diario se hacía eco del caso de un chaval lasartearra que, con 15 años, mide alrededor de 140 centímetros, un enanismo consecuencia de una deficiencia de la hormona del crecimiento (GH), pero con un desarrollo corporal proporcionado e intelectual acorde con su edad.

Una sentencia obliga a Osakidetza a aplicarle el tratamiento con hormona de crecimiento que se le había negado porque “la efectividad del mismo en menores con intestino corto no está acreditada ni prevista en la ficha del fármaco”.

La efectividad ha quedado demostrada con el tratamiento diario en un centro privado, a mil euros al mes, habiendo ganado diez centímetros en dos años.

Respecto al uso no previsto en la ficha técnica del fármaco, los médicos “oficinistas” de Osakidetza, habituales desertores del fonendo, deberían saber que el uso alternativo de un fármaco es una práctica de prescripción muy habitual en medicina –especialmente en pediatría– y veterinaria, que implica la utilización del criterio clínico profesional, en condiciones diferentes a las establecidas en el prospecto, praxis legal y muchas veces exitosa, como es el caso.

Acondroplasia

Es un grupo de enfermedades de origen genético que afectan al crecimiento óseo, impidiendo que el cartílago, particularmente en las extremidades superiores e inferiores, se transforme en hueso. Es un enanismo desproporcionado, caracterizado por unas piernas cortas y macrocefalia, mientras que el tronco es de tamaño promedio. No existe un tratamiento eficaz. Las personas con acondroplasia tienen un nivel de inteligencia normal y pueden llevar una vida plena y productiva. No son enfermos. Tampoco se ve afectada su esperanza de vida. Se describe el mismo fenómeno en otras especies.

Lamine Yamal

Es un joven inmigrante marroquí. Nada que ver con el asesinado la pasada semana en una reyerta en Bilbao que, como suponíamos al ocultarse el dato, también lo era. Intelectualmente inmaduro, pero hábil con el balón y, sobre todo, millonario, que viste la camiseta del Barça desde hace más de una década.

El muchacho organizó hace unos meses una fiesta para celebrar su mayoría de edad cronológica, con más de 200 invitados, para la que contrató, entre otros animadores, a un grupo de acondroplásicos.

Lo que, para la ministra de Igualdad era un pecado de juventud, para el titular de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 vulneraba, no sólo la legislación, sino los valores éticos fundamentales de una sociedad pretendidamente igualitaria y respetuosa, al tiempo que perpetuaba el estigma de los bufones que inmortalizara Velázquez, por lo que puso la correspondiente denuncia ante la fiscalía por si en el evento se violó la ley que prohíbe los espectáculos donde las personas con discapacidad sean objeto de mofa. Lo mismo opinan muchas personas de orden, salvo los protagonistas presuntamente afectados que, sabiéndose defender ellos solitos, reivindican su empleo como animadores, una forma de trabajo, elegida libremente, en una sociedad en la que, a la hora de la verdad y a pesar de tanta declaración política ocasional, cuestionamientos éticos, brindis al sol y poses indignadas, padecen muchas limitaciones a la hora de acceder al mercado laboral.

Liliput

Es un país imaginario citado en la novela moralista Los viajes de Gulliver, del clérigo y escritor irlandés del siglo XVIII Jonathan Swift, donde se describe a sus habitantes como seres muy pequeños y narra las vicisitudes que les ocurren, pronunciándose contra la corrupción política, los vicios, las guerras, los motivos que las impulsan y los defectos del ser humano.

De vuelta a la realidad, en una pequeña aldea china llamada Yangsi, en las montañas de la provincia suroccidental de Sichuan, en 1951 se describió que 36 de los 80 residentes eran enanos, midiendo entre 91 y 61 centímetros. Un censo elaborado en 1985 descubriría cerca de 119 casos y que esta afección pasaba de generación en generación. Algunos ancianos lo relacionaban con una extraña enfermedad que golpeó la región, afectando a niños preadolescentes que dejaron de crecer, permaneciendo en la misma altura por el resto de sus vidas, si bien por las fotografías sabemos que no se trata de una acondroplasia, tampoco se han podido determinar las razones del fenómeno.

Existe otro caso extraño parecido en el extremo oriental de Irán. Hasta hace más o menos un siglo, algunos de los residentes de Majunik –una aldea ubicada cerca de la frontera con Afganistán– medían un metro, aproximadamente 50 centímetros menos que la estatura promedio de la época. Y en 2005 fue descubierto un cuerpo momificado que medía 25 centímetros, según publicó en 2018 Shervin Abdolhamidi en BBC Travel. Ambos casos son exponentes de enanismo.

Sí son nanos

Viene a cuento la anécdota que alguno situaba en un pueblo de la Merindad de Tudela (Navarra) y otro en un concejo de la montaña astur. El caso es que llegó, a mediados del pasado siglo, un pequeño circo en el que anunciaban la actuación estelar de una troupe de liliputienses. El vecindario acudió en masa. Mujeres y niños por la novedad que suponía el espectáculo circense en la aldea. Ellos, por aquello de las “putienses”, con testosterónica curiosidad para, al menos, alegrar el ojillo. Cuando salieron los enanos dando saltos y volteretas, un espectador, sintiéndose estafado, exclamó indignado: “Pero qué putienses, si son nanos”.

Ignoro el rigor de la anécdota, pero, como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato.

Hoy domingo

Potxas de Sangüesa. Bacalao en salsa verde. Pastel de Gasand. Tinto de crianza Muriel. Agua del Añarbe. Café, petit fours de la misma procedencia.