Uno de cada cuatro caseríos que existen en Gipuzkoa está vacío, desocupado. Muchos de ellos de ellos siguen manteniendo un aspecto cuidado y se mantienen como residencias de fin de semana o esporádicas, pero no tienen moradores en su día a día. Este es el dato principal obtenido por la Diputación de Gipuzkoa en el inventario de caseríos que comenzó a elaborar a raíz de una moción de las Juntas Generales de Gipuzkoa, aprobada en el Pleno del 25 de septiembre en la cámara territorial. 

Aunque el 86% de su población vive en ‘baserris’, Beizama es el municipio que más caseríos vacíos tiene: un 45% de los 89 del municipio

Un estudio reciente, presentado en Donostia, estimó que en Gipuzkoa hay unos unos 15.000 caseríos, de los que unos 3.000 estarían abandonados. Pero la realidad es que al no existir datos datos específicos del Eustat ni el INE, ni la posibilidad de diferenciar entre caseríos habitados o deshabitados a través del Catastro Rústico de Hacienda, la Diputación ha tenido que solicitar a los propios Ayuntamientos información detallada sobre los caseríos, incluyendo el número de viviendas ocupadas y deshabitadas. Respondieron 35 de los 88 municipios, pero se pueden extraer algunas conclusiones.

Son 35 municipios entre los que no está Donostia, pero entre todos ellos suman una población de 294.563 habitantes. El 40,4% de la población total de Gipuzkoa. Y en esa foto podemos ver algunos patrones que se repiten y otras grandes diferencias. 

Extremos

Municipios como Beizama, donde el 86% de la población vive en caseríos; un caso único y excepcional entre estos 35 municipios que han ofrecido datos. Mientras que en el extremo opuesto, Tolosa (1,2%), Eibar (1,3%), Lasarte-Oria (1,4%), Zarautz (1,6%) y Zumarraga (1,7%) tienen menos del 2% de su población viviendo en caseríos. 

Tipos de caserío histórico

El primer caserío protoindustrial (hasta mediados del siglo XIX): Vinculado a la siderurgia rural (ferrerías). Basado en la pluriactividad: agricultura, ganadería, carboneo y otras tareas. De propiedad colectiva y explotación familiar.

Caserío industrial (mediados del siglo XIX-hasta mediados del XX): Alineado con el desarrollo del mercado regional impulsado por la industrialización, que intentó especializarse, sobre todo en ganadería, con escasos resultados y dependiente de ingresos extra-agrarios.

Caserío postindustrial (desde mediados del siglo XX en adelante), ya en proceso de terciarización, de la mano del decilve del sector agrario. Muchos caseríos se mantienen gracias a actividades no agrarias o servicios.

** Clasificación de Ainz Ibarrondo en El caserío vasco en el país de las industrias.

La media en todos estos municipios indica que el 3,78% de la población vive en caseríos. Nada que ver con periodos de pobreza en las que el caserío llegaba a dar refugio hasta a siete familias. 

Moradores de edad avanzada

Son algo más de 10.000 personas las que viven en los caseríos de estos 35 municipios. Y si hacemos una extrapolación al total del territorio, estaríamos hablando de que alrededor de 27.000 o 28.000 personas viven en caseríos en Gipuzkoa. Pero también es verdad que la media de edad de sus moradores es muy elevada, y que muchas veces, con el fallecimiento de los aitonas oriundos del caserío, se desencadenan situaciones difíciles de gestionar.

El caso de Beizama es llamativo. Es donde más caseríos desocupados hay: un 45%. Su alcalde, Peio Otaegi, reconoció ya en 2023 su preocupación por la tendencia hacia la pérdida de caseríos.

La media de habitantes en los 3.702 caseríos ocupados que se han identificado en 35 localidades es de 3,8 personas por vivienda

Son 112 de sus 130 habitantes los que viven en la actualidad en los 49 caseríos habitados del municipio. Hace poco más de dos años eran, según estimaciones del propio alcalde, alrededor de 60. Pero lo cierto es que, según los datos oficiales a día de hoy, 40 están desocupados, lo cual no quiere decir que estén abandonados. Varios de sus propietarios viven hoy en día en núcleos urbanos como Azpeitia, aunque mantienen sus lazos con Beizama. 

Los porcentajes más bajos de desocupación, precisamente, se producen en localidades de cierto tamaño e industrializadas, municipios de más de 10.000 habitantes, en los que muchos de los caseríos que se encontraban en el casco urbano fueron derribados ya.

También se registran niveles de caseríos deshabitados importantes en localidades como Legorreta (42%), Eibar, (41,6%), Abaltzisketa (40,3%), Irura (40%), Zumarraga o Altzo (32,4%), por ejemplo; mientras que en Urretxu el porcentaje de desocupación es solo es del 4,9% y en Hernani, del 4,3%.

En cuanto a número de caseríos, destacan localidades como Oñati y Beasain, con 316 y 317 caseríos, respectivamente. En Oñati, según datos facilitados por el Ayuntamiento a la Diputación, hay 1.212 personas viviendo en caseríos: el 10,5% de la población, lo cual es un porcentaje muy elevado para una localidad de más de 10.000 habitantes.

Gipuzkoa se aferra al caserío, hogar de más de 25.000 personas Redaccion NdG

Un legado histórico

El caserío es un legado. La Diputación Foral de Gipuzkoa no ha escatimado en esfuerzos para impulsar la vida en el ámbito rural y revitalizar la actividad del primer sector, iniciativas que afectan e impulsan directamente al caserío. 

El Gobierno Foral presentó en septiembre de 2024 el programa Baserritar Misto Profesionala, una iniciativa orientada a garantizar el relevo generacional del primer sector y mediante la cual las personas interesadas podrán reducir su jornada laboral en la empresa para poder dedicarse profesionalmente a su explotación.

Además, a partir de 2018 se activaron subvenciones para la expansión de la banda ultrarrápida de Internet a cerca de 1.300 hogares ubicados en localidades de menos de 2.500 habitantes de Gipuzkoa.

Casas de ricos y pobres

Pero la crisis del caserío es larga y de profundas raíces. En origen, el caserío surgió como unidad social, económica y cultural en la que tradicionalmente han convivido varias generaciones, conformando una unidad de trabajo familiar y un sistema productivo autosuficiente que integra tierras de labor, pastos, montes, vivienda, y a veces talleres o espacios para animales.

También fue un sistema de transmisión del patrimonio, en el que la casa daba nombre a la familia. Pero según explicó el paisajista Jakoba Errekondo en una conferencia (Gipuzkoako paisaiaren eraldaketa) ofrecida el 1 de abril en el Museo San Telmo de Donostia, con motivo de los actos de los 1.000 años de Gipuzkoa, en el siglo XIII, y probablemente también en 1025, el “nuestro era ya un pueblo industrializado”. 

Y el caserío guipuzcoano de la época era reflejo de esa pujanza económica, y no un medio para vivir de la tierra. La gente importante entonces eran los trabajadores de las ferrerías, los carboneros, los marinos, los carpinteros de los astilleros, los comerciantes y escribanos, que abundaban debido al emergente comercio exportador. “Del caserío, o de la tierra, no se vivía”, explicó Errekondo.

La base de nuestro negocio era el mar. Y de ese dominio marítimo y de sus exportaciones, son fruto los grandes caseríos de hasta 500 metros cuadrados de planta que pueden verse en Gipuzkoa, en contraste con las chabolas de poco más de 60 metros cuadrados que adornan otros puntos de la cornisa cantábrica, como son Asturias o Cantabria, por ejemplo.

El caserío guipuzcoano, según Errekondo, es el fruto de esa pujanza económica, y sólo cuando la confiscación de barcos para las guerras llevó al hundimiento de toda esa economía, “se dieron cuenta de que se podía vivir de la tierra, al menos para comer”. 

Fue entonces cuando se comenzaron a hacer caseríos en zonas menos accesibles y sombrías, alejadas de los caminos principales y los núcleos urbanos. Eran caseríos más pequeños, nada ostentosos. Podría decirse que de supervivencia.

Los caseríos peor conectados y alejados fueron los primeros que se empezaron a vaciar a comienzos del siglo XX

En esa conquista de la tierra tuvo un papel esencial el maíz, “siete más productivo que el trigo”, pero también la calabaza y la alubia, los guisantes y más tarde la patata, y el ganado de cada uno, que “era muy importante”. Pero esos mismos caseríos peor conectados y alejados fueron los primeros que se empezaron a vaciar a comienzos del siglo XX, cuando vinieron mal dadas. 

La larga crisis del caserío 

Según el análisis de María José Ainz Ibarrondo en El caserío vasco en el país de las industrias, aunque el germen de la crisis comienza a mediados del siglo XIX, es en la segunda mitad del siglo XX, especialmente desde los años 50 hasta los 70, cuando “se puede hablar con claridad de una crisis estructural y definitiva del caserío” como “unidad agraria viable”, al no adaptarse a las exigencias de la agricultura moderna como la mecanización, la especialización y el aumento en escala.

Desde entonces, y hasta hoy, esta crisis ha seguido evolucionando el caserío hacia “formas mixtas, a tiempo parcial o desvinculadas de la producción, de modo que el caserío pasó de ser núcleo de pluriactividad agrícola-industrial, sin actividades complementarias como la extracción forestal, a una explotación agraria marginal.

Hoy coexisten caseríos activos, inactivos, y otros transformados en “vivienda de lujo” o en “símbolo identitario” más que en unidad productiva.

Pero partir de los años 80 del pasado siglo se produjo otra “crisis sociocultural” que deparó realidades distintas: algunos caseríos se mantienen como explotaciones modernizadas, pero la mayoría derivan en usos no agrarios (residencia, ocio, turismo rural). El primer agroturismo, de hecho, se abrió en 1990.

El caserío perdió en buena medida su función como unidad productiva y se fragmentó social y estructuralmente, en lo que Ainz Ibarrondo califica de “la muerte dorada del caserío”, en referencia a su pervivencia simbólica, pero no económica. La realidad hoy es heterogénea, en la que coexisten caseríos activos, inactivos, y otros transformados en “vivienda de lujo” o en “símbolo identitario” más que en unidad productiva.