Paciencia. Es la palabra que más le ha repetido su madre en las conversaciones telefónicas que ha mantenido en los últimos tres años: “paciencia, ten paciencia hijo”. Y qué razón tenía la mujer. Cuando El Hassan Bari regrese al Sáhara y se encuentre por fin con ella, algo que ocurrirá este mes, le podrá decir abiertamente que el esfuerzo bien ha merecido la pena.
La vida puede llegar a ser muy dura, pero este joven natural de El Aaiun -la ciudad más importante del Sahara Occidental- ha podido comprobar que tarde o temprano tiene su recompensa. Este vecino de Hernani ha pasado de vivir en situación de calle por diferentes municipios de Gipuzkoa, a trabajar actualmente como ayudante de cocina en un conocido restaurante de Donostia.
“La paciencia y tener un objetivo claro han sido claves en mi proceso migratorio”, confiesa. Para El Hassan, de 28 años, lo más importante es tener un propósito de vida. En los momentos más complicados dejaba viajar a su mente -siempre con los pies en el suelo- para aferrarse a su sueño, que no es otro que trabajar de arrantzale en Euskadi.
“El comienzo no fue fácil. Tuve que enfrentarme a muchas dificultades, la principal, la falta de alojamiento y el duro invierno”
Reconoce que su curiosidad siempre la ha llevado a los puertos. “Cuando vivía en la calle, siempre estaba dando vueltas. He conocido todo tipo de localidades, desde Zumarraga a Errenteria, hasta que empecé a visitar los pueblos costeros: Hondarribia, Bermeo u Ondarroa. Sólo quería ver los barcos, fijarme en cómo hacen su trabajo, siempre pensando que algún día yo estaría a bordo de uno de ellos”, desvela.
Acude a la cita -en la sede de Cruz Roja que tanta ayuda le ha brindado- ataviado con una túnica larga y holgada. Un traje tradicional de su pueblo, al que regresa ahora después de tres años de ausencia en los que parece haber discurrido toda una vida. “Sé que cuando vuelva todo va a ser diferente. Sé que mis amigos ya no están ahí. Algunos han ido a España, otros están en la cárcel. Los jóvenes de El Aaiun, de donde soy yo, nos hemos visto obligados a salir de nuestra casa porque allá no había futuro”, admite.
Acuerdo de pesca
El Hassan no acierta a expresar con palabras lo que siente y coge por un momento el móvil para leer unas líneas que trae escritas. Su proceso migratorio comenzó el 14 de marzo de 2022. Hasta que la pandemia paró el mundo este joven trabajaba en aguas marroquíes. La firma de un acuerdo de pesca entre Marruecos y España le brindó después la oportunidad de probar algo nuevo. Se mudó a las islas Canarias a trabajar en la pesca del atún. “Fue una época muy enriquecedora en la que aprendí mucho sobre las técnicas de pesca modernas”, rememora, tras lo cual decidió marchar a Valencia a regularizar su situación administrativa mediante un contrato de trabajo, algo que no consiguió.
El destino le llevaría a otras ciudades del Estado, hasta que finalmente recaló en Donostia, donde decidió quedarse, en septiembre de 2022. “El comienzo no fue fácil. Tuve que enfrentarme a muchas dificultades, la principal, la falta de alojamiento y el duro invierno. En un principio te encuentras sin tener siquiera un lugar donde cargar el móvil”. Pero nunca se rindió.
Continuó aferrándose a esa palabra que durante tanto tiempo le ha venido repitiendo su madre: paciencia, algo que él siempre ha llevado muy adentro. “Ay -suspira-, es que una madre es siempre una madre”. Y a la espera del inminente reencuentro con ella, por el camino ha encontrado el apoyo de varias asociaciones, como Cruz Roja Gipuzkoa, con la que ha logrado “sobrevivir” y demostrarse así mismo y a quien sea que puede lograr algo importante.
"Yo quería formarme"
“Los primeros meses venía a desayunar a Cruz Roja. Empecé el proceso con Vanesa, una de las trabajadoras. Era casi como mi madre. Me preguntaba sobre cuál era mi objetivo. Yo quería formarme. Estudié en la EPA, luego entré en Hotzaldi de Cáritas y después volví a Cruz Roja”. Un recorrido que con el tiempo le ha permitido regularizar su situación, hasta dar el salto laboral.
Por el momento limpia pescado, prepara calamares a la plancha, gambas y croquetas. Jamás pensó que acabaría trabajando en un restaurante donostiarra, aunque recalca que su verdadera pasión está en el mar. “Estos años atrás, cuando me encontraba mal, me centraba en el objetivo de conseguir la titulación para poder faenar aquí, y ya he hecho los cursos necesarios. Ahora sólo busco mi oportunidad. Es un mundo que desde pequeño he sentido muy de cerca”. Asume que puede llegar a ser un trabajo duro, pero no se lo puede quitar de la cabeza.
“Hace falta saber hacia dónde quieres ir, y coger el camino adecuado. Aunque sea aprender cada día una palabra, eso es mejor que nada”
A pesar de que la diversidad hace aflorar con frecuencia actitudes racistas en la sociedad, este joven reconoce que no ha tenido ninguna experiencia negativa en ese sentido. “Todo lo contrario, no he tenido ningún problema con la sociedad de acogida. Eso sí, he tratado siempre de poner de mi parte y de esforzarme aprendiendo el idioma, primero castellano, y también un poco de euskera. Poliki-poliki”, sonríe.
“Cada persona es un mundo, y todo depende de la mentalidad. Si vienes aquí sin ningún objetivo es complicado. Hace falta saber hacia dónde quieres ir, y coger el camino adecuado para ir preparando el futuro. Siempre se lo digo a la gente que veo en la calle, que estudien el idioma de aquí. Aunque sea aprender cada día una palabra, eso es mejor que nada”, recomienda.
A clase sin falta
Él desde luego que predica con el ejemplo. Durante los nueves meses que vivió en situación de calle en Donostia nunca faltó a sus clases de castellano, y acudía después al reparto de cenas solidarias en la Parte Vieja. “Una parte importante del futuro está en la mentalidad de las personas. Si dejas pasar el tiempo y no lo aprovechas -asegura-, todo resulta mucho más complicado”.
Dice con orgullo que poco a poco va alcanzando los objetivos que se propuso al llegar a Gipuzkoa. Tiene más conocimientos sobre pesca, y dice ser capaz de enfrentar los desafíos del mar. “He aprendido que la pesca no es sólo una profesión, sino una forma de vida que requiere de paciencia”, algo que durante todo este tiempo tanto ha ejercitado.
“Es necesario adaptarse a los cambios, y pensar siempre en positivo. A partir de ahí te encuentras por el camino con personas como Arantza Zubillaga, de Cruz Roja. Me ha ayudado mucho, es algo que tengo muy presente, que no olvido”.