Espejos ocultos bajo un paño negro, ventanas cerradas, susurros a las abejas, argizaiolas encendidas, toque de campanas… Poco queda de los ritos funerarios con los que se despedía a los familiares fallecidos en los municipios de Gipuzkoa durante el siglo XX, sobre todo durante la primera mitad. Hoy día la muerte no tiene la presencia que poseía entonces. Despedimos a nuestros muertos en salas asépticas adornadas con flores y el cuerpo guardado de miradas tras una cortina. Sin letanías que rompan el silencio en señal de respeto. 

Pero hubo un tiempo en que los cuerpos se velaban en casa, cada caserío tenía su propio camino para acudir a la iglesia (gorputzbidea) e incluso estaba estipulado el orden y el rol de los participantes en el cortejo fúnebre. Así se recoge en el volumen 10 del Atlas Etnográfico de Vasconia dedicado a los Ritos funerarios en Vasconia, publicado en 1995, fruto de un arduo trabajo llevado a cabo por los grupos de Etniker para recoger los testimonios de quienes habían visto o vivido esas costumbres.

Gracias a esos recuerdos y a las fotografías familiares, el Atlas dibuja una radiografía fiel de lo que fueron los ritos y lo que suponía en una familia la muerte de un allegado.

El proceso ceremonial comenzaba incluso antes del propio óbito. Cuando una persona agonizaba en casa, había una forma de hacerlo saber a sus vecinos. Era el toque de agonía. “Agonikoa jo du”, se solía decir aún en los años setenta del pasado siglo en Beasain. Cuando sucedía la defunción, se daba inicio a todo el proceso de luto, que había que cumplir a rajatabla para evitar que un despiste o un mal gesto impidiera que el alma pudiera completar el viaje al más allá. 

Antaño, las campanas tañían de una forma si un vecino agonizaba y de otra cuando ya había fallecido, lo que servía de aviso al resto de vecinos

Entre otras tareas, había que avisar al carpintero que se encargaría de hacer el ataúd, al resto de familiares, al cura, etcétera. En este sentido, en el citado municipio goierritarra era costumbre que, cuando alguien de la casa fallecía, los familiares no podían salir y era un vecino el que se encargaba de dar los avisos pertinentes, mientras que en el barrio bergarés de Elosua la noticia del fallecimiento se voceaba de casa a casa. 

El tratamiento que recibía el cuerpo y a quién le correspondía su amortajamiento también era fruto de la costumbre. Generalmente, este corría a cargo de determinadas personas según el sexo del fallecido, pero a diferencia de la norma común, en Amezketa siempre se encargaban los hombres, normalmente vecinos. 

Es en esta localidad de Tolosaldea donde ha perdurado otro de los ritos que, durante el pasado siglo, era habitual en muchas de las iglesias de Euskal Herria: el encendido de las argizaiolas. 

Esta tabla de madera tallada en la que se enrolla una vela, también denominada cerilla, se colocaba sobre los enterramientos familiares en el suelo de la iglesia y se encendía durante el proceso de luto, los domingos y en otras celebraciones especiales. “La señora de la casa, la etxekoandre, es la encargada de encender la argizaiola. Si ella no pudiera asistir, será su vecina de asiento la que se encargue de alumbrar la cera”, recordaba una de las personas cuestionadas por Etniker. Había otras versiones similares de estas luces que servían para velar y recordar a los muertos, como la argizai-kajea, en Ataun: una candelilla arrollada en una tablita de madera cuadrada que se apoyaba sobre cuatro patas.

Para lavar el cuerpo se usaban hierbas aromáticas como el romero, el saúco o el laurel. También se quemaban otras flores bendecidas en San Juan, así como el propio jergón donde había fallecido, tanto por razones higiénicas como espirituales. 

Toque a muerto

Quizá sea este uno de los poco ritos que todavía se mantiene en algunos municipios. El toque a muerto que anuncia el fallecimiento de un vecino era el más habitual, aunque había otros tañidos relacionados con la muerte, como el toque de agonía (agoi-kanpaia, en Amezketa se anunciaba con 33 golpes lentos de la campana más grande). 

Con el toque a muerto, los vecinos que mantenían las costumbres de antaño cesaban sus labores para rezar un padrenuestro y decían: “Jainkoak hartu dezala (que dios le acoja)”. En Elgoibar, por su parte, el toque de campanas de un enfermo agonizante era diferente si se trataba de un kaletarra o de uno de caserío. 

Gaubela

El velatorio suponía que el muerto no podía permanecer solo mientras estaba en la casa, por lo que, además de la familia, vecinos y amigos pasaban la noche en vela acompañando el cuerpo tras el rezo del rosario, que solía ser algo más numeroso. 

Para limpiar el cuerpo del muerto se usaba romero, saúco y laurel y se quemaban flores bendecidas en San Juan

Se recoge, por ejemplo, en Zerain, que durante la gaubela vecinos y familiares se alternaban velando el cadáver mientras otro permanecían en la cocina jugando a las cartas. “Antaño se ofrecía pan y vino, y avanzada la noche chocolate con pan. Al amanecer los que habían estado de vela rezaban otro rosario y la casa les servía un desayuno de sopas de ajo, baratxuri-zopa, o café con leche”. En el barrio donostiarra de Altza, por su parte, la velada era aliñada con sopa de bacalao (zurrukutuna) seguida de café. 

Comunicar la muerte

En las casas y, sobre todo, en los caseríos vascos, los animales formaban parte de la comunidad y, por tanto, tenían su papel en los ritos funerarios. Una de las tradiciones más curiosas y de la que llegan testimonios también desde Ataun, Beasain y Bergara era la de contar a las abejas de las colmenas que alguien de la casa había fallecido para que estas pudieran producir más cera para fabricar las velas que adornarían la sepultura. Concretamente, en Ataun se acudía al colmenar y se golpeaba con la mano la tapa, mientras se rezaba un padrenuestro. Así, producían más cera y, de no hacerlo, corría el riesgo de que toda la colmena muriera en el plazo de un año. Asimismo, también se solía comunicar, en caso de que el fallecido fuera el señor de la casa, quién era el heredero. 

La muerte de un ser querido también obligaba a transformar la vivienda. Los cristales se tapaban en señal de luto con paños negros y se cerraban las ventanas, aunque en algunos lugares ocurría exactamente lo contrario, como en Legazpi, donde la costumbre era abrirlas. En Elgoibar también se colocaba un paño negro en la puerta del caserío. 

El cortejo fúnebre

Cuando llegaba el momento de conducir el cadáver hasta la iglesia, cada caserío tenía su propio gorputzbidea, es decir, el camino que se seguía para acudir hasta el templo. En el cortejo, donde imperaba el luto, las mujeres solían vestir con mantos o velos y los hombres con trajes con capa negra. El orden, además, era esencial. Ejemplos de esto existen en cada municipio. En Aia, por ejemplo, se contemplaba la figura de la vecina del difunto, conocida como aurrekoa, que se colocaba en el cortejo por delante del cadáver portando dos libras de pan como ofrenda y una vela. 

Representación de la conducción del cadáver en Orexa Etniker

El pan como ofrenda era también algo que se repite a lo largo de la geografía vasca, aunque en cada lugar recibía una denominación diferente: hil-opila en Amezketa, ofrenda-ogia en Altza y Andoain o simplemente opila en Berastegi y Bidania. 

Dentro de la comitiva fúnebre podían destacar también las plañideras profesionales, como recoge Manuel de Lekuona refiriéndose a los funerales en Oiartzun, denominadas lanturuak. En Ataun, las aldizaleak procedían de los pueblos navarros de la Sakana. En Hondarribia, si el fallecido era un pescador, era otro joven arrantzale el encargado de llevar la cruz que abría el cortejo y que formaba parte de los objetos sagrados de la Cofradía de Pescadores Y si pertenecía a alguna congregación, en la conducción del cadáver se llevaba el estandarte de la misma. 

Al finalizar el funeral era costumbre obsequiar a los asistentes con un refrigerio como en Bidegoian. Bajo el nombre de ogi-ardoak se ofrecía pan con carne o chorizo y vino para los hombres y galletas con vino dulce para las mujeres. En Altza este se realizaba en la taberna. Y en Tolosa se invitaba a una comida en la taberna a quienes hubiesen hecho entrega del estipendio para una misa.

Otros ritos


  • Los animales y la muerte. Los verbos que se usaban en euskera para hablar de la muerte de los animales reflejaban la consideración que se tenía de ellos. En Ataun, para hablar de la muerte de animales que en el caserío eran considerados dañinos, como sapos o culebras, se usaba el verbo akaatu (akabatu, también en Oiartzun), mientras que con otros animales benditos como abejas y asnos se utilizaba el verbo ill (hil-morir) como con las personas. Finalmente, para hablar de la muerte de vacas y ovejas se usaba galdu (perderse).
  • Apariciones. En Zerain se describe la aparición de una ánima en forma de luz de grandes dimensiones, que se muestra alternativamente. También se han recopilado relatos en esta localidad sobre apariciones en forma de llamas de vela. Uno de los testigos relata que una luz de vela vista de noche en un lugar fijo es un ánima que pide una oración en su sufragio. Otro relato cuenta que una mujer vio un ánimo y le ofreció el pañuelo que llevaba como tocado, donde el ánima dejó la marca de sus cinco dedos.
  • La lluvia. La lluvia tiene un significado especial. Si aparecía el día del fallecimiento o de la muerte, se creía que el alma de esa persona se salvaba e iba al cielo.