Aunque la fiesta de Halloween, con una mezcla de la noche de los muertos mexicana, ha copado los actos en torno al 1 de noviembre en los últimos años, transformando la víspera del día de difuntos en una fiesta de disfraces hace un siglo en Euskal Herria ya había quien tomaba en consideración la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre como una fecha de especial espiritualidad.
Testimonio de que no solo la Gau Beltza, sino todo el mes de noviembre tenía un significado especial entre nuestros antepasados, da el Atlas Etnográfico de Vasconia dedicado a los Ritos funerarios en Vasconia, donde los relatos de los encuestados recuerdan historias relacionadas con Arimen Gaua.
Es, sobre todo, en Legazpi donde se contaba que en noviembre (mes de las ánimas) el olor del amanecer “parece venir de muy lejos”. Se creía que era el olor de las ánimas que entran en las casas, robaban el aceite y retornaban a su lugar despidiendo por el camino esa fragancia especial. En Zerain, se creía también que ese olor era más notable en la orilla del río y los cruces de camino.
Si un gallo cantaba a deshora o un perro aullaba de manera lastimera, se creía que era presagio de mal agüero
Concretamente, la noche del 1 (Todos los Santos) al 2 de noviembre (Fieles Difuntos), la atención recae en el olor a cera de las argizaiolas, que dejaban sueltas a las ánimas errantes que vagaban durante la noche, por lo que las misas del día siguiente se hacían bien temprano para evitar cualquier posible mal.
También la tradición vasca está salpicada de símbolos que se traducían en malos presagios en torno a la muerte. Un canto de gallo a deshora podría considerarse de mal agüero (Aduna, Andoain), así como el aullido lastimero del perro (Arrasate). Para evitar posibles desgracias, el gesto que había que cumplir era echar un puñado de sal al fuego. Si a alguien se le quería mal, se torcía una vela para tratar de causarle la muerte (Aduna). Y en Oiartzun se consideraba señal de un próximo fallecimiento el hecho de ir a hacer un pago con el dinero justo en el bolsillo.
El fuerte viento y las tormentas en el momento de la defunción eran símbolo de que el muerto había sido mala persona
En Ezkio, si se levantaba fuerte viento tras la muerte de un familiar se tenía la creencia de que eso indicaba que el fallecido había sido mala persona. Y, en cambio, si caía una tromba, se solía decir: "Trumoiak jo zun eta demonioak eramango zuen bere arima"/ Tronó y el diablo llevaría su alma. Si empezaba a llover, se consideraba que había sido buena persona. En Getaria, se decía que si el cadáver quedaba con los ojos entreabiertos, el muerto se llevaba tras de sí a otra persona. Si se trataba de un niño de corta edad, a una persona madura y viceversa.