Ni Elaia Lizaso ni Ander Aranberri, de 10 y 11 años, conciben la vuelta a clase cruzados de brazos tras un enfado. En el día a día hay mil motivos para que las cosas se tuerzan, pero siempre ponen de su parte para resolver sus conflictos. En una sociedad acostumbrada a mirar hacia otro lado cuando vienen mal dadas, van aprendiendo a encarar los problemas, verbalizarlos, ponerles nombre y apellidos, una lección que trasciende las paredes del aula. Y no son ninguna excepción en Herrikide Ikastetxea de Tolosa, donde la educación emocional viene ocupando desde hace años un lugar prioritario, con un sistema pedagógico que ha despertado el interés de otros centros educativos y universidades del Estado.

Pero dejemos la teoría a un lado para pasar a la acción. “Imagínate que me dan un balonazo”, dice a modo de ejemplo Aranberri. Es algo que le ha pasado más de una vez a este alumno de 6º de Primaria. “Lo primero que pienso en el recreo es que ha sido alguien que lo ha hecho queriendo. Me enfado, pero es que igual no ha sido así, como lo estoy pensando en ese momento. Vamos entonces al adostoki”, explica el chaval.

De la mano de Pello Agirrezabal, uno de los tres responsables de convivencia del centro, este periódico se traslada al espacio físico habilitado para los alumnos de 3º y 4º de Primaria, uno de tantos rincones de consenso repartidos por el colegio, donde aprenden a dar rienda suelta a su mundo interior.

Junto al pasillo hay dispuestas dos sillas y una mesa redonda de madera. De la pared cuelgan dos piezas que simbolizan una boca y una oreja. Cuando hierve la sangre por ese balonazo que comenta Ander, que en un principio nunca se sabe si ha sido intencionado o no, se sienta aquí con el compañero o compañera para hablar de sus diferencias.

Quien coge la oreja, escucha. A quien le toca la boca, comienza a explicar cómo se siente. Los papeles se invierten posteriormente. Ambos hablan de lo ocurrido, de cómo se han sentido y por qué, y tratan de llegar a un acuerdo. Deben dejar constancia de todo ello rellenando una ficha que depositan en un buzón. Al cabo de la semana, los tutores hacen una revisión de todos los documentos que deja el alumnado. “¿Oye, qué tal va el problema del balonazo”, preguntará el profesorado.

Conflictos: "Deben tener un principio y un final"

En ocasiones, ni se acuerdan de lo ocurrido -la mejor señal-, y una vez resuelto el problema, siempre se rompe el papel, porque -como dicen los profesores- los conflictos siempre deben tener un principio y un final. “Montar esto, la mesa con sus sillas, es lo más fácil del mundo. Lo complicado es que todo lo demás funcione”, indica Agirrezabal, quien fue director de este colegio que inició su andadura el curso 2003-2004, tras la unión de tres centros educativos de la villa. Actualmente cuenta con 1.200 alumnos que han interiorizado el proyecto pedagógico.

Todo comienza en el nivel de cinco años por esos adostokis ubicados en las propias aulas. Son lugares de encuentro que en el segundo ciclo de Primaria pasan a estar situados en los pasillos. A partir del tercer ciclo dejan de tener una referencia física porque ya lo tienen todo interiorizado. “Al principio costó, pero hoy en día piden ir al adostoki como quien pide el turno en la carnicería”, dice con un golpe de humor Ane Etxeberria, con una experiencia docente de 35 años. “Han interiorizado que el conflicto no se puede quedar enquistado ahí dentro”, asegura.

“Al principio costó, pero hoy en día piden ir al 'adostoki' como quien pide el turno en la carnicería. Han interiorizado que el conflicto no se puede quedar enquistado ahí dentro"

Ane Etxeberria - Docente

Elaia Lizaso, de 5º de Primaria, es de las que antes de acudir al rincón del consenso prefiere contar hasta tres. “En el patio no me suelo enfadar, pero si me pasa, trato de ir lo más tranquila posible porque para solucionar el problema es tan necesario hablar como escuchar”, reconoce la alumna, que da sobradas muestras de templanza a pesar de su corta edad

Lo interesante de esta metodología de trabajo que aborda los conflictos de sus protagonistas antes de que la sangre llegue al río es que el alumnado se acostumbra a hablar en primera persona, tratando de no proyectar en los demás lo que están sintiendo en ese momento, algo tan habitual a pie de calle. “Eso es clave, expresar cómo me siento y por qué. Siempre se tiende a poner el peso de lo que ocurre en los demás, pero es muy importante abordar el conflicto en primera persona, porque de lo contrario no se puede solucionar”, sostiene Txaro Etxebarria, orientadora de largo recorrido en el centro, que asume que hay quien pueda tacharles de idealistas, aunque ella cree fervientemente en lo que hacen.

Consolidar la propuesta exige comenzar a edades muy tempranas, a partir de los tres años. Se trata de una cuestión fundamental sobre la que incidían en este mismo periódico las psicólogas de la UPV/EHU Aitziber Azurmendi y Eider Pascual, que en un reportaje publicado el pasado domingo subrayaron la importancia de comenzar a trabajar la educación emocional cuanto antes. Los protocolos y programas de intervención contra el bullying “marcan como límite los ocho años”, pero ambas profesionales coincidían en la necesidad de ir más atrás, “porque se va viendo a edades más tempranas que hay niños que son más tímidos, otros más agresivos”. En suma, “un gradiente de cosas” que habitualmente anticipa problemas.

El curso pasado se analizaron en Euskadi 1.098 posibles casos de bullying, de los que 157 fueron reconocidos como acoso escolar. Uno de los casos detectados se produjo en la etapa de Educación Infantil, entre los tres y cinco años. Otros 58 en Primaria (6-11) y 98 en Secundaria, entre los doce y 18 años.

Mediación: el pañuelo naranja de Elaia y Ander

Elaia tiende diez. De su cuello cuelga un pañuelo naranja, al igual que muestra Ander. Es el distintivo que emplean en el centro para que el resto de los alumnos sepa dónde tienen una persona aliada. Aunque la del adostoki es una estrategia que funciona, en ocasiones, los dos alumnos en conflicto no son capaces de solucionar sus problemas y necesitan la ayuda de terceras personas.

Elaia y Ander son dos de los doce mediadores designados en 5º y 6º de Primaria, siempre chico y chica, dos por aula. Ambos han sido formados para desempeñar su labor. En los recreos siempre hay dos mediadores de guardia, aunque no todo se limita al recinto escolar.

Como indica la profesora Saioa Vitoria, de nada serviría el esfuerzo que están realizando si no contaran con la complicidad y el interés de las familias. “Para introducir con éxito esta filosofía de trabajo es necesario que padres y madres sepan de qué estamos hablando”, dice la integrante del equipo que trabaja las competencias emocionales en el centro.

“Los niños no quieren padres perfectos sino familias felices, y este tipo de formación ayuda”

Joseba Antxustegietxarte - Director del centro

Y lo expresa mirando a Nerea Caminos, madre de un hijo escolarizado en el colegio. “Me emociona escuchar a Elaia y Ander. Mi hijo tiene tan solo dos años, y ya comienza a decir haserre nago (estoy enfadado). Lo dice en primera persona”, subraya la madre en relación a ese abordaje que pasa por la asunción de lo que ocurre, y que parece ir calando poco a poco en la educación emocional del menor.

“Estudié Medicina, era de las de hincar codos doce horas diarias. Venimos de una generación de estudio y estudio, pero la vida es otra cosa, es comunicar, nuestra esencia está en la interación social”, reflexiona Caminos, que encarna a la “nueva hornada” de madres que vienen mostrando interés en el colegio por adquirir destrezas en este campo, con una curiosidad que acaba contagiando al resto. “Como padres y madres tenemos esa responsabilidad”, señala Caminos. Lo expresa de otro modo Joseba Antxustegietxarte, director del centro. “Los niños no quieren padres perfectos sino familias felices, y este tipo de formación ayuda”, opina. A fin de cuentas, como señala Etxeberria, “lo que queremos es que haya un buen clima en el aula, porque eso es lo que facilita el aprendizaje”. Y ante cualquier problema, sentarse a tiempo en el adostoki puede convertirse en el mejor antídoto para prevenir en un futuro episodios de acoso escolar.