Aquella vida de “paz”, entregada a los amigos y a la escuela, desapareció como en un mal sueño con el estallido de la guerra. Todos sus hermanos ya habían nacido. Su padre, Ángel Etxabe, cabo de Mikeletes, y su madre, María Zubizarreta, en las labores del hogar, tuvieron que tomar la drástica decisión. “Escapamos en tren hasta Munguia, donde estuvimos siete meses. Tuvimos ocasión de ver las consecuencias de los bombardeos. Recuerdo Gernika en llamas”. Lucía Etxabe Zubizarreta, de Soraluze, tenía entonces diez años. Sin saber muy bien cómo, aquel cielo de juegos de infancia había comenzado a poblarse de aviones de guerra rumbo a Gernika, un nudo de comunicaciones estratégico para el avance franquista. 

Y así, de ser una niña de vida apacible y tranquila, Lucía, a partir del 26 de abril de 1937, comenzó a convertirse en una Niña de la Guerra, como lo fueron más de 10.000 menores guipuzcoanos que conocieron el exilio huyendo de la Guerra Civil, según reveló la semana pasada la asociación Intxorta 1937 Kultur Elkartea y la Diputación Foral de Gipuzkoa.

No tomaron parte activa en la contienda bélica pero sufrieron sus consecuencias a una edad muy temprana. Niños y niñas que han podido ser identificados gracias a la investigación realizada durante los dos últimos años por la asociación memorialista, y a quienes la Diputación homenajea hoy en el Kursaal. La investigación ha permitido constatar que aún siguen con vida 144 personas a las que ya se ha enviado la invitación para asistir al acto, que responde al compromiso del Ejecutivo foral por “construir la memoria de nuestro pueblo”.

Ataques aéreos

El testimonio de Lucía Etxabe, que figura entre medio centenar de entrevistas realizadas, apunta a aquel fatídico día que puso en retirada a las tropas republicanas frente a la estrategia de avance del bando franquista, que planificó una serie de ataques aéreos a cargo de la Legión Cóndor, con aviones alemanes e italianos. Mientras Lucía y sus hermanos –Mariánjeles, Jose Mari, Luis y Pedro Manuel– y tantos niños de la Guerra trataban de ponerse a salvo, se iniciaron una serie de vuelos de reconocimiento sobre Gernika. A las 16.30 horas se inició la primera oleada de bombardeos. Dos horas más tarde se produjo el último y masivo ataque a cargo de 19 aviones Junkers-52, pro cedentes de Burgos y Soria.

Estos aviones disponían de seis lanzadores que permitían la carga combinada de bombas explosivas e incendiarias. Sobre Gernika se lanzaron bombas explosivas de 250 kilos. De los 318 edificios de la villa, 217 quedaron totalmente destruidos. “Mi padre, de Aramaio, fue quien decidió que nos fuéramos”, relata Etxabe. Y su siguiente recuerdo es a bordo del buque Habana, en mayo de 1937, un mes después del bombardeo. 

Lucía Etxabe Zubizarreta, de Soraluze, tenía diez años cuando conoció el exilio. N.G.

“Aquel barco era increíble. Fuimos a Francia, a Capbreton. En la cubierta iba acompañada de una andereño eibartarra, Margarita. Después de unos meses en Capbreton marchamos a Amberes. En realidad, queríamos ir a Inglaterra pero el cupo estaba agotado y nos quedamos en Bélgica”, rememora. Fueron días inciertos. El gobierno británico no había querido admitir inicialmente a los refugiados vascos, alegando que sería una violación del acuerdo de no intervención, pero tras el bombardeo de Gernika la opinión pública británica presionó al gobierno para que cambiara de postura. El 15 de mayo, accedió a regañadientes a acoger a 2.000 menores. 

Rumbo a Francia

La mitad de los niños y niñas exiliados guipuzcoanos pusieron rumbo a Francia. El país galo acogió a 4.840 menores de la guerra, seguido de Catalunya (4.155), Bélgica (580), la Unión Soviética (465) y el Reino Unido, donde iniciaron una nueva vida 312 guipuzcoanos. 

Fue en mayo y junio de 1937, entre el bombardeo de Guernica y la caída de Bilbao, el 19 de junio, cuando fue evacuado el mayor contingente. El vapor Habana jugó un papel importante en estas evacuaciones y participó en seis “expediciones”. Las fotografías de la época dan cuenta de menores embarcados por todas partes, acurrucados en el suelo, en cada rincón, durmiendo plácidamente sobre almohadas y colchones en pasillos y salones, o asomando sus cabezas despeinadas a través de ojos de buey y rejas. Muchos de ellos correteaban por la cubierta sin llegar a ser muy conscientes de la tragedia que dejaban atrás. 

“En Amberes estuvimos con una familia, la madre era médico. El padre, abogado. Tuvimos que amoldarnos con el idioma. Nuestro padre nos escribía cartas con su propia máquina escribir. Luego supimos que estuvo preso en la cárcel de Larrínaga”, cuenta Etxabe. Un centro penitenciario por el que pasaron figuras relevantes de la política vasca como Sabino Arana o Ramón Rubial. 

El padre de familia recuperó la libertad, pero fue amenazado con volver a prisión si sus hijos no regresaban a Euskadi. Con el tiempo lo hicieron, con destino a Mungia. “Al regresar tuvimos ocasión de escuchar la miserias de la política, por la radio se llegó a decir que Gernika lo habían bombardeado los rojos. Todo el mundo en el pueblo sabía que esos aviones eran alemanes e italianos. Fue vergonzoso”, asegura Etxabe. 

Su testimonio, junto a medio centenar de entrevistas en profundidad, sirve como punto final a una investigación desarrollada durante dos años por la asociación Intxorta 1937 Kultur Elkarteaen colaboración con la institución foral. Además de concretar el número de pequeños que tuvieron que abandonar Gipuzkoa durante el conflicto bélico, esta iniciativa ha permitido también crear una base de datos pública con sus identidades. 

En concreto, se ha podido identificar a un total de 10.232 personas, 5.053 y 4.960 mujeres, de 56 municipios de Gipuzkoa. “Hemos puesto negro sobre blanco lo que ya sospechábamos, aunque no con una dimensión mayor de la esperada”, reconoce Josu Chueca, representante de la asociación, quien agradece la implicación de la Diputación para poner nombres y apellidos al sufrimiento padecido