el 5 de mayo se cumplirá un año desde que de noche, un intenso estruendo despertó a los vecinos de la calle Iribarrena de Getaria. "Estaba en la cama y primero oí un ruido muy fuerte y luego otro más intenso. Me asomé a la ventana y vi a mis cuñados y sobrinos en la calle chillando. La vecina me dijo que se había caído parte de la ladera. Fue un susto terrible". Así recuerda la getariarra Espe Kerejeta lo ocurrido el año pasado, cuando doce familias de los números 9 y 11 de la calle Iribarrena tuvieron que abandonar su hogar con lo puesto, tras un derrumbe en la ladera que sostiene sus casas, conocida como Menditxo.

Hace un mes, obtuvieron el permiso para regresar a sus hogares, después de que se haya colocado un muro de hormigón de 33 metros de longitud que estabiliza y refuerza el terreno y garantiza la seguridad de los vecinos. Aseguran estar tranquilos tras ver cómo están quedando las obras. Este periódico ha querido conocer cómo están viviendo la vuelta al hogar. Para ello, ha recogido las vivencias de tres de los vecinos afectados. Tres realidades totalmente diferentes, pero que han compartido la misma dura experiencia: tener que abandonar sus hogares durante casi once meses.

Joseba Arriola-Bengoa vive en el barrio bilbaino de Santutxu, pero hace cuatro años se animó a comprar junto con sus cuñados una casa en el número 9 de la calle Iribarrena de Getaria. "Es un lugar que nos encantó, con unas vistas al mar increíbles", explica el vecino mientras muestra orgulloso Getaria desde su balcón. Además, este año le ha tocado ser presidente de la comunidad, "con este estreno". "Hace un mes nos dieron el permiso para volver, pero hubo gente que aplazó el tema porque la obra continuaba y faltaba la red y meter los bulones. Ha habido días en los que el polvo era considerable", confiesa. Por esa razón, de las doce familias afectadas, cuatro todavía no han regresado a sus hogares y prefieren esperar a que todo concluya. Además, al tener cerrada la casa durante un año, hay quien ha tenido que hacer alguna pequeña reforma. "Nuestro caso es totalmente diferente. Los fines de semana previos a Semana Santa vinimos a quitar el polvo y durante estos días festivos hemos estado aquí contentos y sin ningún problema. Lo más gordo de la obra ya está hecho y la gente irá incorporándose poco a poco", detalla Arriola-Bengoa.

El vecino recuerda sentado en el sofá de casa que se enteró del desprendimiento a través de un amigo: "Fue marchar a las 18.00 horas de Getaria a Bilbao y a la mañana siguiente, cuando estaba trabajando, me llegó un whatsapp de un amigo de Zarautz preguntando si mi casa era del número 9 de Iribarrena. Me dijo que había habido un desprendimiento en la ladera. No me lo podía creer. Tampoco pensé que tendría la consecuencia que tuvo para los vecinos: tener que estar durante casi un año fuera de casa". Aunque el caso de Joseba y su familia es diferente, porque viven en Santutxu y el domicilio de Getaria no es su primera vivienda, "es una maravilla" a la que vienen a menudo.

"Al principio nos parecía que todo el proceso para encontrar una solución iba lento, porque se trataba de nuestros hogares y era un tema difícil. Había mucha incertidumbre. Entendimos que había que negociar entre las instituciones. Cuando vimos que había dinero para hacer la obra y que sabíamos los plazos, nos quedamos más tranquilos", asegura. Joseba hace referencia así al acuerdo que tuvieron que alcanzar las cuatro instituciones implicadas (la Dirección de Costas del Ministerio de Medio Ambiente, el Gobierno Vasco, la Diputación y el Ayuntamiento) para que los trabajos para estabilizar el talud fueran posibles.

"Los obreros han trabajado con condiciones malas de climatología e incluso los sábados. Han hecho un buen trabajo y estamos contentos", señala. Y es que lo importante es que han podido volver a casa y con garantías. Aunque eso no quita el gasto que han tenido que asumir algunos de los afectados durante diez meses. "Lo que no entendemos muy bien es que la gente que ha estado fuera de sus hogares no haya recibido ninguna ayuda. No es mi caso, porque no es mi primera vivienda, pero hay familias que sí han tenido que pagar un alquiler y el dinero ha salido de sus bolsillos. Desconozco por qué no han recibido el apoyo de las instituciones en ese sentido. Menos mal que al final se ha quedado la cosa en diez meses...", detalla el presidente de la comunidad.

Los afectados, al estar cerrados sus pisos durante un año, tenían miedo de cómo iban a encontrar sus domicilios al regresar. "Había duda de si algunos aparatos funcionarían... porque algunas casas son muy antiguas, pero no ha habido problemas en ese aspecto. Lo malo y el susto ya han pasado y esto está asegurado. La gente tenía claro que no quería entrar si no estaba al cien por cien segura de que no ocurriría de nuevo", indica el vecino.

Limpiando el polvo

Espe Kerejeta nos atiende en su hogar con una sonrisa, antes de ir a caminar como acostumbra cada día. Lleva 53 años viviendo en el portal número 9 y aunque no ha podido vivir en su casa durante diez meses, no ha dejado de visitarla siempre que le daban permiso. Durante todo este tiempo ha estado alojada unos meses con su hijo y otro tiempo en Zarautz. "Se me ha hecho muy largo todo este proceso y eso que venía muy a menudo a casa. Al principio solo nos dejaban venir una hora pero aprovechaba igualmente. Más tarde nos dieron la oportunidad de entrar los lunes y los viernes cinco horas cada día. Venía y ponía la lavadora, planchaba aquí... Después de aquel gran susto, nunca he tenido miedo y ahora estoy muy contenta porque he podido volver a casa", explica.

Le está tocando limpiar el polvo que las obras producen "constantemente", pero asegura que no le importa y se muestra positiva: "Si hay que trabajar, se trabaja, se limpia y listo. Lo importante es que hemos vuelto a casa". "Mi cuñada se llevó un susto más grande aquella noche porque vive en el último piso del portal número 11. Me cuenta que creía que se caería la casa con el acantilado. El peligro más grande estaba allí. El ruido sonó como un trueno", recuerda.

Precisamente, Rafa Etxeberria, su familia y sus suegros viven en el número 11 y aún no han vuelto a sus casas. Esperan hacerlo en junio, cuando todo acabe. "Estamos realizando una obra pequeña para pintar. Además, mi suegro está recién operado y donde estamos todos juntos en alquiler hay ascensor. Hay otros vecinos que también prefieren esperar porque hay polvo por las obras", indica. Etxeberria, que ha sido el portavoz de los vecinos en muchas ocasiones, se congratula de que el tiempo haya puesto "todo en su sitio", ya que gracias a que todo ha pasado, están más tranquilos.

A pesar de lo vivido aquella noche y de la inevitable impresión de los primeros días, la gente ha vuelto a la calle Iribarrena sin miedo. "Seguramente estarían con más miedo los de los portales de al lado, los números 5 y 7, cuando el muro de contención no estaba aún instalado. Pero el resto está viviendo con una normalidad absoluta. Al colocar los bulones es cuando más ruido han sacado. Ahora únicamente lo que más incordia es que toca limpiar el polvo por la obra", indica Arriola-Bengoa.

"No tienes la sensación de decir qué miedo. Es todo lo contrario, porque el talud está bien protegido con hormigón. Además, desde un principio se buscaba que la obra que se hiciera no fuera un parche, si no una sujeción de la ladera como Dios manda, para en un futuro no tener que estar con la misma historia cada quince años. Y así ha sido", subraya.

Hace cuatro años, cuando compró la casa, no podía imaginar algo así. Aunque asevera que había razones para ocurrir lo que pasó: "La ladera tenía una red vieja. Debió ser la primera que se puso en todo el Estado español. Son casas antiguas. Eran de la marina, donde en un principio estaban los arrantzales de alquiler y más tarde se les dio la opción de compra. Había habido algún desprendimiento pequeño antes, pero si había aguantado cien años... ¿Cómo vas a imaginar esto? Y mira, nos tocó".

Reunión el martes

A pesar de todo, ahora que está concluyendo la obra, el presidente de la comunidad del número 9 de Iribarrena cree que quizá ha sido un susto y un aviso que no ha venido mal para prevenir algo peor. Y es que tal y como recuerda, en la parte inferior de la ladera se encuentra la empresa Viveros San Antón: "Al caer las rocas no les afectó mucho en esa ocasión y el desprendimiento no evitó que pudieran seguir con la actividad, pero podía haber pasado cualquier desgracia mientras estaban trabajando".

La obra se ha llevado a cabo por fases. Primero se sanearon los bloques inestables de la ladera y se colocó un muro de hormigón de 33 metros de longitud para estabilizar y reforzar el terreno. Paralelamente, se instaló un sistema de contención consistente en una malla romboidal de acero de dos milímetros de espesor y bulones, que se reforzó con un cable de acero en su perímetro. Con la tercera fase en marcha, se está saneando la última zona para asegurar la estabilización total de Menditxo. El coste total de la reparación de asciende a 900.000 euros.

En este sentido, los vecinos recuerdan que la obra aún no ha finalizado y quieren mantener el contacto con las instituciones para realizar un seguimiento de la misma y estar informados "en todo momento". Es por ello que han solicitado una nueva reunión para la próxima semana en el Ayuntamiento y esperan que tenga lugar el martes. Además, quieren poner sobre la mesa la posibilidad de sanear también la parte de la ladera ubicada a la altura de los portales 5 y 7. "Cuando tuvimos la reunión con el Gobierno Vasco en Getaria lo comentamos y la predisposición de los representantes fue buena. Creemos que es un buen momento para poner una solución para esa parte de la comunidad también", explica Arriola-Bengoa.

Y es que desde que hace un mes les dijeron que tenían el permiso de entrar a sus hogares, indican que no han tenido más información acerca de los trabajos que se están llevando a cabo y quieren saber, de primera mano, si los plazos se siguen cumpliendo como se preveía.