Imanol Querejeta

Y Javier vizcaíno

JV.- Hay dos ideas contrapuestas sobre el conformismo. Por una parte, nos dicen que es fundamental saber vivir con lo que tenemos. Por otra, que es sinónimo de no aspirar a mejorar. ¿Con cuál nos quedamos?

IQ.- Saber vivir con lo que tenemos tal y como yo lo entiendo no es conformismo, sino inteligencia y espíritu práctico. Hacerlo rechazando cualquier otra propuesta de mejora sí es conformismo, que se acercaría un poco a tu segunda propuesta.

JV.- ¿Es propio de personas con debilidad de carácter o tendentes a la pasividad? La lógica dice que sí.

IQ.- Efectivamente, cuando no se da en personas inteligentes que estratégicamente se quedan donde están sin renunciar a nada, se da en personas que prefieren no correr riesgos o que son cómodas y que no aspiran a más cosas. Esto último, siempre y cuando no se haga con perjuicio de otros, es una elección tan válida y respetable como cualquier otra.

JV.- En otras ocasiones, tras una actitud conformista detectamos que hay una experiencia anterior llena de decepciones. Son los que dicen: "virgencita, que me quede como estoy".

IQ.- También es cierto. Hay otro refrán que dice que "el gato escaldado del agua huye". De esto, además, creo que no estamos libres ninguno. Hay momentos en los que se toman decisiones de riesgo que no salen bien y se genera un temor que se convierte en un inmovilismo, entendido como un factor protector.

JV.- ¿Dónde está la frontera entre conformarse, resignarse o dejarse llevar por el derrotismo?

IQ.- En mi modesta opinión, en el establecimiento de unos objetivos y la manera de hacerlo. Si no hay objetivos ni un planteamiento previo, la renuncia ante una necesidad, del tipo que sea, me parece falta de impulso, derrotismo o resignación. Si, una vez establecidos los objetivos de algo necesario, se ve que es aconsejable conseguir un objetivo intermedio, eso es conformarse.

JV.- ¿Crees que hay cosas ante las que no deberíamos conformarnos bajo ningún concepto?

IQ.- Sí, y esas suelen estar ligadas a los principios de cada uno y creo sinceramente que puede haber tantas como personas. Los principios básicos son irrenunciables, incluso en un mundo como este en el que pasan las cosas terribles que vemos en la prensa y en los informativos todos los días sin que ya casi nada importante tenga más valor que lo que ofrece de beneficio, ya sea económico, electoral o lo que sea. Hay que mantener la esperanza y defenderla ante cualquier situación que afecte a estos principios de los que hablo.

JV.- En el extremo opuesto están los que se declaran inconformistas por naturaleza. Imagino que ese inconformismo también hay que modularlo porque puede conducir a la frustración. Nos has dicho muchas veces que hay que ponerse metas factibles.

IQ.- Sí, y haría el matiz de que la frustración no suele ser únicamente la propia, sino también la de los que tienen que estar soportando una actitud que, más que sanamente reivindicativa, es insanamente querulante. Las metas, como bien dices, han de ser factibles porque si no lo son, constituyen una fuente de malestar, frustración y culpa.

JV.- ¿Hay inconformistas que, en realidad, son simplemente personas imposibles de satisfacer?

IQ.- Efectivamente. Hay gente que siempre tiene algo que añadir y de lo que quejarse. Entrarían entre los tristes crónicos (que no depresivos crónicos) y los querulantes crónicos, que son los que hasta para pedir el pan en la cola de la panadería lo hacen mediante una reivindicación o echando un mitin encendido.

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"Todos queremos más. Más y más... y mucho más".

(Canción popular)