Iñaki Genua es un oftalmólogo donostiarra, pero cuando viaja a Mozambique como supervisor médico del programa de la ONG Ojos del Mundo en este país africano es un "enviado de Dios". "Si no entiendes que te ven así, es difícil comprender ese espacio tan grande que existe entre el paciente y tú", reconoce.

Este año dedicó dos semanas en julio, junto con la también oftalmóloga donostiarra Fabiola Eder, y varias enfermeras a operar a más de 200 mozambiqueños. Además, tuvieron tiempo para realizar alrededor de 500 consultas oftalmológicas.

La mayoría de las intervenciones que llevaron a cabo fueron operaciones de cataratas. "La OMS estima que es la culpable de casi la mitad de las cegueras del mundo", observa Genua. En un país como Mozambique, "cuyo índice de pobreza le sitúa en el puesto 172 de un total de 182 países", el acceso a la sanidad es por sí limitado, por lo que mejor no hablar en lo que respecta a la oftalmología. "En la capital hay diez oftalmólogos, puede que en el país sean doce. Sólo en la residencia (Hospital Donostia) estaremos más de 20", pone como ejemplo.

Por tanto, la labor que realiza Ojos del Mundo en la capital, Maputo, y en la zona de Inhambane, en cuyo hospital suelen hacer las intervenciones, es inestimable. Como recuerda el delegado de esta ONG en el País Vasco, Kike Otaegi, "no se trata de suplantar a nadie y tener apariciones esporádicas", ya que, además de realizar intervenciones, se dedican a formar, prevenir y dotar de infraestructuras a las zonas donde desarrollan su labor. "Es una constante importante en nuestro funcionamiento: preparar infraestructuras, recursos locales y, de la mano de lo que ya existe, consolidarlo", afirma.

De este modo, han formado a caballo entre Barcelona y Maputo a un oftalmólogo autóctono, cuyos estudios han sido financiados a través de la ONG. Además de impartir clases en el Hospital de Maputo, capacitar a técnicos en diferentes materias oftalmológicas, y dotar a la gente de capacidades para prevenir enfermedades oculares mediante hábitos de higiene, la labor de Ojos del Mundo incluye abrir la primera óptica de Inhambane.

"En Mozambique no hay medios para nadie, ni para pobres ni para ricos", asevera Genua. Pero también es un país de contrastes, donde "puedes estar operando a alguien y que le suene el móvil". Al médico acuden con sus mejores galas, "siempre con chaqueta, aunque esté raída". Pero, a veces, el tiempo juega en contra de la labor de Genua y sus compañeros y descubren que una persona que tenía cita -durante el plazo de tiempo que los oftalmólogos acuden al país para hacer las operaciones, que tiene una periodicidad anual- se ha tenido que volver a su casa porque se le había acabado el dinero. Un hogar que, además, puede estar a días de distancia caminando.

La población entiende que el trabajo que realizan los equipos de oftalmología tiene toques "mágicos, religiosos". "Un día no ven y al siguiente, tras la operación, sí. Es un milagro para ellos", afirma Genua, quien, no obstante, también reconoce que hay momentos duros. "Cuando te toca decirle a un chico de 16 años que se va a quedar ciego o cuando tienes que decidir a quién operas en función de las posibilidades de éxito", confiesa.

En Mozambique, además, una persona ciega es "un parásito", porque aparte de no producir, "quizá necesite de otra persona para moverse", apostilla Otaegi. Por eso, precisamente, operan cataratas, porque tiene "una intervención única, con un resultado bueno y eficaz", matiza el oftalmólogo. Eso sí, "por honradez", cuando acuden a operar, llevan todo el material desde el País Vasco, "aunque tengamos que pagar en la aduana". "No podemos hacerlo en las condiciones que lo hacen ellos", confiesa. Esta reflexión puede explicar por qué la madre del ministro de Sanidad eligió operarse con ellos, en lugar de hacerlo en la capital o en la vecina Sudáfrica.

Pero un país donde apenas hay carreteras, la mayor parte de la población se dedica a la agricultura, con una esperanza de vida de 47,8 años, y con una población de 21 millones de mozambiqueños que la mitad viven bajo el umbral de la pobreza, no se puede exigir que se dé prioridad a la formación de oftalmólogos. A pesar de que, como reitera el delegado en el País Vasco de Ojos del Mundo, "se deba entender como una inversión y no como gasto". "La incidencia" de la labor que realizan, el devolver la vista a miles de personas, "es importantísima", recalca Otaegi. Y es que no se debe olvidar que el 80% de los casos de ceguera se puede curar o prevenir con técnicas relativamente sencillas a las que los países pobres no pueden acceder. Teniendo en cuenta que se calcula que 314 millones de personas en el mundo experimentan deficiencias visuales, de los que 45 millones son ciegas, las cifras, aquí sí, hablan por sí solas.