Comprar ropa nueva es habitual varias veces al año, y suele darse por hecho que está limpia. El olor a prenda recién estrenada, los colores vivos, el tacto suave de las telas... Todo apunta a estrenar algo fresco, limpio y seguro. Sin embargo, lo que muchos ignoran es que esa ropa aparentemente impecable puede esconder un cóctel de sustancias químicas potencialmente perjudiciales para nuestra salud.

Para que las prendas luzcan atractivas en los estantes de las tiendas —sin arrugas, sin decoloración, con colores vivos y un acabado brillante— pasan por una serie de tratamientos industriales. Estos procesos implican la aplicación de agentes químicos como:

  • Resinas de formaldehído, utilizadas para mantener las telas sin arrugas.
  • Tintes y colorantes, que pueden contener metales pesados o derivados del alquitrán.
  • Acabados antiestáticos, antimanchas o resistentes al fuego, que incluyen compuestos perfluorados (PFC).
  • Suavizantes industriales y agentes abrillantadores, para mejorar el tacto y el aspecto visual.

Estas sustancias no siempre desaparecen en el transporte ni se eliminan completamente durante el proceso de fabricación. De hecho, muchas permanecen activas en la superficie de la prenda y entran en contacto directo con nuestra piel desde el primer uso.

Colada de ropa blanca Freepik

Riesgos para la piel y la salud general

La piel es el órgano más grande del cuerpo humano y actúa como una barrera protectora, pero también puede absorber ciertas sustancias químicas, especialmente cuando están en contacto prolongado o en condiciones de sudoración y fricción.

Entre los riesgos asociados al uso de ropa sin lavar se incluyen:

  • Irritaciones o dermatitis de contacto, especialmente en personas con piel sensible o con alergias.
  • Brotes de eccema o urticaria, que pueden agravarse con el calor y el roce de la tela.
  • Reacciones alérgicas por colorantes dispersos, especialmente frecuentes en ropa interior, bañadores o tejidos sintéticos ajustados.
  • En casos más extremos, exposición a sustancias potencialmente cancerígenas o disruptores endocrinos, como el formaldehído y ciertos retardantes de llama.

Además, la ropa nueva también puede albergar bacterias o residuos biológicos, producto del contacto con manos en la tienda o del transporte desde fábricas a miles de kilómetros. Incluso sin ser visible, la contaminación microbiana es un riesgo adicional que no debe subestimarse.

La solución: lavar antes de usar

Muchos de estos riesgos pueden evitarse fácilmente con una medida sencilla: lavar la ropa nueva antes de usarla. Un ciclo de lavado con detergente elimina una gran parte de los residuos químicos superficiales y reduce el riesgo de irritación.

Es recomendable también airear bien la ropa tras el lavado y, si es posible, optar por prendas con certificados ecológicos, que garantizan un menor uso de sustancias tóxicas en su fabricación.