Domingo 19 de julio de 2020. Superada ya la hora del toque de queda, Gipuzkoa entera grita desde casa, a eso de la medianoche, una mágica carambola. Adnan Januzaj saca con fuerza una falta lateral, destinada al corazón del área del Atlético de Madrid. El mexicano Héctor Herrera desvía el balón en su intento de despeje. Y el gol, poco estético pero importante en grado sumo, mete a la Real Sociedad en Europa. El paso del tiempo termina idealizando los recuerdos hasta el punto de hacernos olvidar que, de no haber sido por aquel rebote, la mítica plantilla txuri-urdin de los Odegaard, Portu, Isak, Nacho Monreal y compañía habría acabado séptima la Liga. Hablamos de un equipo divertido, en cuyos partidos pasaban muchísimas cosas y que, lejos de apostar por el control, prefería casi siempre pisar el acelerador, proponiendo un fútbol tan vibrante como inestable que en el minuto 87 de la última jornada le tenía fuera de la zona UEFA. Por comentarlo...
Estabilidad
Aquella versión realista 2019-20 poco tiene que ver con la actual en materia de futbolistas, de perfiles o de entrenador, pero la una sí recuerda a la otra en lo que se refiere a la madurez del proyecto. A estas alturas del curso, los héroes que nos llevarían luego a la final de Copa sólo habían sumado un punto de nueve en los partidos de Anoeta frente a Getafe, Levante y Leganés. E, igualmente, habían compaginado semejantes disgustos con actuaciones y victorias notables ante el propio Atlético (en casa), el Espanyol (fuera) o el Betis (en casa). El equipo generaba mucho. También concedía lo suyo. E iba tratando de sentar las bases, en definitiva, de una escuadra con buena pinta que, en sus inicios, sufría para adquirir cierta estabilidad. Salvando las evidentes distancias, el momento actual puede aproximarse al de hace justo seis años.
De merecimientos
En este punto de la exposición, el lector podría replicar que la presente temporada viene resultando mucho más lineal que aquella. Al fin y al cabo, la Real de Sergio no alterna tropiezos y alegrías, sino que ha descrito hasta la fecha una continuada trayectoria ascendente, al menos en materia clasificatoria. Sin embargo, siendo cierto esto último, también debemos convenir todos en que el rendimiento ofrecido hasta la fecha podría haberse traducido en vaivenes mucho más marcados: el equipo mereció más puntos de los obtenidos en las primeras jornadas, igual que en las más recientes ha estado muy cerca de sumar menos en varios encuentros. Ahora que por fin se ha ganado fuera y que la tabla de Primera División ya no produce escalofríos, la gente vuelve a hablar de Europa. Y yo lo apruebo por lo positiva que resulta la ambición, siempre y cuando no se torne en exigencia desmedida. Esta Real es nueva, y joven. Cuenta con un técnico recién llegado, con jugadores inexpertos y con déficits futbolísticos aún vigentes que no se resuelven de la noche a la mañana. El modo y la rapidez en que Sergio logre corregirlos, así como determinados rendimientos individuales, irán dictando sobre la marcha si llegamos o no ilusionados a abril. Hasta entonces, seamos conscientes de cuál es nuestra realidad, ni tan negra como en septiembre ni tan rosa como en noviembre.
Un ventaja
Dicho lo dicho, los anhelos continentales que todos podemos esconder más o menos dentro deben calibrarse también mirando a un favorable panorama global. Por su condición de equipo en construcción, raro sería que la todavía tierna Real no continuara progresando en el juego como ya viene haciéndolo. Y el contexto competitivo de varios posibles rivales directos invita igualmente a pensar en un final de curso apto para pelear por cosas chingonas, que diría Carlos Vela. Athletic, Celta, Rayo Vallecano, Betis... Europa siempre pasa factura, y más ahora que las primeras fases implican la disputa de ocho partidos. Si los nuestros acusaron sobremanera hace apenas siete meses una campaña de locos, qué menos que confiar en que lo que entonces supuso una carga mortal signifique ahora una ventaja decisiva. Mientras, y hasta que llegue la fase decisiva del curso, avancemos con paciencia y sin sacar conclusiones grandilocuentes, ni en las buenas ni en las malas.