En mayo de 2023, la Real Sociedad festejó su clasificación para la Champions League sobre el césped del Metropolitano. Y aquellas celebraciones dejaron para el recuerdo una fotografía que supuso a su vez el punto culminante, al menos en cuanto a imagen, del ciclo victorioso de Imanol Alguacil. El equipo se había repuesto durante la temporada a la marcha de un tal Alexander Isak, ayudado en gran parte por la frescura del recién llegado Kubo. Pero la cuarta plaza liguera significó ya una especie de punto de partida para la progresiva pérdida de talento que se ha dado en la plantilla durante los dos siguientes años. Ese mismo verano, el lesionado Silva y Sorloth fueron sustituidos por Zakharyan y André Silva respectivamente. Un curso después, vinieron Sucic y Aguerd (cedido) para relevar a Merino y Le Normand. Y ahora un debutante en Primera como Gorrotxategi toma el testigo de Zubimendi en una escuadra que también estrena técnico. Demoledor.

No es una crítica

Así plasmada, en negro sobre blanco y con cierta crudeza, mi exposición corre el riesgo de ser interpretada como una censura a la gestión deportiva del club, pero no es el caso. El primer párrafo simplemente evoca una serie de movimientos que desde 2023 han ido restando potencial al primer equipo txuri-urdin, hasta el punto de propiciar un cambio de ciclo que el presidente pregonó con varios meses de antelación y que en realidad se está dando justo ahora, mientras un servidor escribe estas líneas y la parroquia se desespera con los dos puntos de doce. Una entidad como la nuestra, basada en una filosofía de cantera (quince jugadores del plantel han jugado en el Sanse), se verá eternamente condenada a disfrutar y sufrir picos y valles de rendimiento. Ahora que estamos en el agujero, se trata de entender el momento y de confiar en que el punto de cocción del nuevo proyecto gane enteros con el paso de las jornadas. Sí, la Real necesita puntos. Pero sobre todo necesita tiempo.

Fortalezas y debilidades

Al fin y al cabo, lo que se ve sobre el césped resulta muy coherente con los primeros pasos de cualquier andadura que se precie. El equipo demuestra esas ganas y ese espíritu que siguen siempre al arranque de una nueva era. Además, el libreto del entrenador entrante está aportando lo suyo, sobre todo a la hora de construir una Real más eléctrica, dinámica e imprevisible en ataque. Pero los constantes errores propios significan también un defecto muy típico de las actuales instancias. Y se antoja igualmente lógico el modo en que esas equivocaciones y sus peajes en forma de goles afectan en el verde a la cabeza de unos futbolistas que no están encajando precisamente bien los golpes recibidos. Al homenajeado Toshack le tocó liderar en 1985 un proceso similar. Se plantó en el ecuador de su primera Liga con la Real 12ª (de 18 equipos) y sólo tres puntos de renta sobre el descenso. Y luego la cosa terminaría como acabó este mismo sábado, con la afición puesta en pie aplaudiendo al galés.

Toshack, saludado por Xabi Alonso durante el homenaje que recibió el sábado. Ruben Plaza

Tranquilidad

No pretendemos aquí, obviamente, comparar a JB con Sergio Francisco, y sí resaltar que la paciencia es siempre buena compañera, independientemente de la época en que haya que aplicarla. Pulirá defectos la Real del irundarra con el paso de los partidos, como hizo en su día la de un Toshack cuyo peso en el club, eso sí, resultaba mayor. En los 80 y en los 90 los entrenadores también fichaban, y el buen ojo del galés contribuyó entonces a hacer más llevaderos momentos como el presente. Esperemos que suceda lo mismo con los Soler, Guedes, Caleta-Car y Yangel. Y destaquemos también, para hacer un análisis lo más justo posible de lo sucedido en verano, que Erik Bretos juega con fuego cuando habla abiertamente de Europa. La ambición siempre resulta positiva. Pero situar el listón de la exigencia a una altura continental no parece lo más recomendable para un proyecto aún en pañales, ya que es muy susceptible de volverse en contra del director de fútbol e incluso del equipo a nada que vengan mal dadas. Hay mimbres y motivos para pensar en grande, sí. Mi optimismo, sin embargo, apunta más al largo plazo que al corto. Tranquilidad mientras tanto.