Cuando ya estaba trabajando con contrato indefinido en el Diario As tuve que lidiar con que aún me quedaban cuatro asignaturas para finalizar la carrera. Imagínense la pereza que me daba volver a coger los libros mientras cubría los entrenamientos a veces del Rayo y otras del Real Madrid. Teggible. Las dos últimas asignaturas que me faltaron fueron Historia del periodismo español e Historia del periodismo universal. La profesora de ambas asignaturas era de armas tomar y apenas concedía nada. La primera era un libro y cada capítulo trataba la historia de un país. Evidentemente, uno que iba arrastrándose para apenas dormir y llegar al examen habiendo estudiado los más importantes y referenciales se encontró con que maléfica se presentó juguetona a la cita con un vaso lleno de papeles. Buscó una mano inocente entre la plebe suspendida en su día y salieron tres países. Dos clásicos, Francia e Inglaterra, que me los sabía de sobra y Japón (no sabía ni que había un capítulo dedicado a los nipones). Para más inri, en un mensaje que penetró como un cuchillo en lo más adentro, y con ese tonillo cínico del que parece que disfruta haciendo sufrir, la profesora dijo que había que tener las tres preguntas aprobadas para superar el test y que el que no supiera nada de una mejor que ni lo intentase porque tenía el suspenso asegurado. Con los ojos agrietados de apenas dormir y siempre con dignidad, me levanté, fui hacia la mesa de la bruja y no pude evitar soltar un irónico “mia qu'está leho Japón”, tema que sonaba en las radios de aquel momento de los cachondos No me pises que llevo chanclas.

Quién me iba a decir que más de 25 años después, me podía haber sido útil la información (hay que estudiar más, chavales, todo está en los libros y merece la pena) y que iba a acortar mis vacaciones para viajar con la Real hasta el país del sol naciente. 

Durante mis dos semanas anteriores, en las que he estado con mi mujer y mi hija, esta se ha pasado todo el día preguntándome cuándo iba a ‘Jabón’ y dónde estaba. Aparte de incidir en los regalos que le iba a traer, obvio.

Volar con la Real es una maravilla. Recuerdo que un periodista escribió en su día Odisea para llegar a Ceuta. Yo no salía de mi asombro porque en apenas cuatro horas pasé del césped en otro continente a entrar en mi casa. Todo un apartado de un avión casi para nosotros, zapatillas de casa, un neceser con cremas, calcetines, pasta y cepillo de dientes, antifaz…

El viaje fue una carrera contra el sol naciente, lo que provocó que apenas viéramos la noche a lo largo de todo el viaje. 

Los que han estado en el lejano Jabón, aunque sea por trabajo, habían coincidido en avisarnos de que “íbamos a flipar”. Y lo cierto es que impresiona aterrizar. Que hagan pruebas de Covid, que no dejen de sonreír y de hacer reverencias por y para todo, que puedan entrar en el estadio más de tres horas antes de que comience el entrenamiento previo a un bolo de verano y después de cerca de 15 horas de viaje en total. No dejan de sorprender, hasta cuando el jefe de prensa le llama a Kubo para que le dé instrucciones de cara a llegar al hotel antes que la plantilla. O cuando parece que tengas que estudiar la carrera de ingeniero para poder abrir la ducha o descubras el secreto de por qué salen tan aliviados, felices y cómodos del wáter (¡qué invento!). Cosas de otro mundo. Del planeta Jabón que reconozco que nunca jamás soñé con venir a visitar....