Solo hay un partido que lo empezamos y lo vamos a perder con certeza. Sin ninguna posibilidad de remontar ni de puntuar. Es el de la vida. Como suele decir Nadal, al menos en el fútbol, cuando sales al campo tienes tres posibilidades: ganar, empatar o perder. Nos pasamos el tiempo dramatizando y dándole vueltas a la marcha del técnico de nuestro equipo. No solo a su salida, si no analizando sus declaraciones hasta la más mínima palabra como si se tratase de un predicador, un profeta o un político (de los verdad, de los que ya no abundan) cuando solo es un entrenador de fútbol en su comparecencia 112 de la temporada. Hasta que la vida te pega un sopapo que te deja tiritando de dolor y miedo. El pasado martes, mientras estaba en el programa de Radio Marca, recibí el mensaje de un gran amigo que me comunicaba que tenía dos entradas para la final de la Copa de la UEFA y que no podía ir al partido por temas de trabajo. Me puse tan contento que hasta Yon Cuezva me preguntó si me habían chivado algún fichaje (cada cuál a lo suyo…). El caso es que después de preparar todo, la mañana del miércoles volvió a sonar el móvil: “Mikel, ¿te has enterado? Ha muerto Carmelo”. Mi amigo Carmelo. Más conocido en el mundo del fútbol como el tío de Iñigo Martínez. Una de las mejores personas con las que me he cruzado. Al igual que me enteré cuando se marchó, él llegó a mi vida en una llamada en la que me preguntaba preocupado si tenía algo en contra de Iñigo porque siempre le estaba criticando. Creo que mi respuesta, que le convenció a medias, fue algo parecido a “Iñigo me parece de largo el mejor defensa que tenemos y como tal le exijo mucho más de lo que está dando. Nada más”. Que no se alteren los escépticos y malpensados, que aquí nos conocemos todos. Como bien sabe el central, yo seguí haciendo mi trabajo de la misma manera, pero a su vez con Carmelo entablé una relación de amistad para siempre hasta convertirse en la persona que más he querido en este deporte que, además, también es mi profesión.
Athleticzale hasta la médula a pesar de ser mutrikuarra y a mucha honra, tiene que ser curioso para los habitantes del planeta de los ofendiditos que tres de las cinco personas que más he apreciado tengan el corazón rojiblanco como Iñaki Sáez, Txetxu Rojo y Carmelo Sánchez. Como me vacilaba el bueno y cachondo de mi amigo, “a ver si en realidad te has equivocado de equipo y todavía no te has dado cuenta”. Tranquilos, él sabe muy bien que no coló… Lo que más me duele, y no logro sacarlo de mi cabeza, es que había quedado a comer con él la semana que viene, una vez acabada la Liga. Al menos se ha ido para unirse en el tercer anfiteatro con su amada esposa, cuya muerte le dejó tan tocado, y feliz entre mucho amor, amigos y tras ver por fin ganar títulos a su adorado sobrino.
El Tottenham
Los Spurs siempre han sido mi equipo en la Premier. De hecho, me llevé un gran disgusto cuando nos tocó el United en el 50% de posibilidades que tuvimos de enfrentarnos con uno de los dos posteriores finalistas. A cenizos siempre fuimos campeones del mundo. Desde el primer momento que llegamos comprobamos que tenían muchas más ganas de ganar que el Manchester por el simple hecho de que no están tan acostumbrados a festejar títulos. Y ojo, porque no se trata de una cuestión baladí, como tampoco lo es que un club acostumbrado a jugar finales afronta este tipo de duelos con más confianza y tablas. Lo que pasa es que estos red devils, a pesar de su enorme calidad individual (no entiendo cómo los gigantes de la Liga no se pegan por fichar a Bruno Fernandes), están menos acostumbrados a vencer que cualquier habitual candidato al descenso del campeonato que sea. Fue realmente emocionante ver a tanta gente llorando desde el minuto 80. Imagino que no distaría mucho de lo que hubiéramos vivido en el hipotético caso de haber disputado la final de Sevilla con nuestra gente.
La alegría del Crystal Palace
Algo aún más fuerte se había vivido en la final de la Copa Inglesa con el triunfo del modesto Crystal Palace ante el Manchester City de Guardiola. El club del sur de Londres jamás había celebrado ningún título y ahí se puso en evidencia hasta su máxima expresión la frase “y dicen que el fútbol es solo un juego”. Familias enteras a moco tendido, sin poder controlar su euforia ni saber bien lo que se hace cuando se saborean las mieles del triunfo. Lo más impresionante y precioso de todo, aparte de las lógicas e impactantes imágenes de la emoción por la victoria, es que en el fondo en el que se colocaron sus hinchas desplegaron una enorme bandera que representaba una imagen icónica en el club, en la que se ve un aficionado con la camiseta blanquiazul celebrar un gol con sus dos hijos pequeños a los que tiene cogidos uno en cada brazo. Para más inri, el destino cruel quiso que el padre falleciera hace unos años, aunque al menos sus dos hijos, ya más mayores, asistieron atónitos y emocionados al ver la lona en el mismo Wembley. Como para no… Encima luego ganan, eso es que seguro que jugaron con doce y ellos sabían de sobra quién era el invisible que les dio alas. A un aficionado de 70 años le preguntaban con qué sensación podía compararla y respondió con el del “primer amor”. Qué maravilla….
La Copa para siempre
Después de reflexionar mucho estas últimas semanas y con el máximo respeto que tengo a los aficionados de la Real, he llegado a la conclusión de que son muchos los hinchas que no han sabido entender y paladear como merece el título de Copa para siempre 34 años después. El hecho de no estar en la grada provocó que no lo sintieran de la misma manera. Yo siempre defiendo que, aunque les eché de menos como nunca lo he hecho en la grada de Sevilla y aunque no pude festejarlo a lo grande, mi felicidad interna fue la misma con y sin ellos.
El fuego de la gloria me sació por completo y lo sigue haciendo cada vez que recuerdo el gol de Oyarzabal y lo felices que nos hizo este día Imanol, pero está claro que, visto lo visto, para muchos o a demasiados, no fue lo mismo. Y lo han demostrado con su frialdad y un incomprensible ensañamiento cercano a un irracional odio en cuanto se han torcido las cosas.
Savia nueva
La cruel eliminación ante el Mallorca acabó por intoxicarlo todo. Por lo que cuentan, Bretos está buscando insuflar savia nueva en el club. Gente con hambre, positiva y optimista. Y su primer diagnóstico no me puede parecer más atinado. Este club necesita volver a sonreír. Darse cuenta de lo bonito que son, no ya los títulos, que por supuesto, pero las pequeñas victorias. El camino. Que en la era Imanol hemos aceptado como normal el presentarnos en estadios como Mestalla o el Sanchez Pizjuán y ganar. Tenemos que reivindicar y fortalecer de nuevo el sentido de pertenencia, apostar por los nuestros sin ningún pero y defenderles a muerte. Ir otra vez a Anoeta con la misma motivación que lo hemos hecho siempre y, en mi caso, ya son 40 años de socio Necesitamos sentir de nuevo un primer amor.
Un club sin memoria y desagradecido con sus leyendas vivientes no tiene ninguna esperanza de futuro porque si ha pasado una vez volverá a suceder. No hay mejor manera de construir Real Sociedad que desde la misma emoción de la inolvidable despedida del pasado domingo a un hombre bueno, de la casa, que ha cumplido su sueño de triunfar con su club al que ha hecho mucho más grande.
Más que estrategias, esquemas y caras nuevas, lo que debe recuperar la Real es la ilusión por competir. Y relativizarlo todo mucho más, porque no hay alegría más bonita e importante que la de vivir. Y, si se puede, hacerlo con el entusiasmo, la pasión y la sonrisa de mi añorado Carmelo. ¡A por ellos!