Da mucha rabia, porque la Real Sociedad no se encuentra, ni mucho menos, en un mal momento de juego. Compite cada tres o cuatro días y lo hace notablemente, si analizamos su fútbol desde un punto de vista general. Sin embargo, viene también pegándose tiros en el pie de forma sistemática durante los últimos partidos. Y así va a resultar imposible. Poco importará en el futuro que acompañen otras circunstancias como buenos rendimientos individuales, mejor producción ofensiva o más goles marcados. Y quedarán además en anécdota contratiempos concretos como actuaciones arbitrales cuestionables o peores funcionamientos colectivos. Si los rivales se encuentran en cada encuentro con oportunidades surgidas de la nada, el equipo txuri-urdin no obtendrá su sexto billete continental consecutivo, caerá ante el Madrid en las semifinales de Copa y no pasará en la Europa League de esos hipotéticos octavos de final ante United o Tottenham.
La historia se repite
El partido de Anoeta frente al Getafe comenzó a perderse con un saque de banda muy mal defendido. Una semana después, la mejor Real del último mes cayó derrotada en El Sadar tras cometer dos errores groseros cuando más cerca estaba del gol. En casa contra el Espanyol, los pericos sólo inquietaron a Remiro a raíz de un cortocircuito flagrante que se tradujo en el penalti del momentáneo 1-1. Y este domingo en el Benito Villamarín se repitió la historia, por partida doble además. Elogió en su día Carlo Ancelotti a su central Nacho diciendo que se trataba de un defensa “pesimista”. Pues bien, Nayef Aguerd, jugadorazo como la copa de un pino, es todo lo contrario, un tipo muy optimista cuyos errores proceden casi siempre de actuar sobrado y de ir más allá de donde debe. Su pase a Sucic resultó el origen de la roja a Zubeldia. Y una pérdida evitable de Aramburu generó luego la falta del 1-0.
Un muy buen inicio
Nos queda al menos el consuelo de que, a diferencia de lo sucedido en Roma, la Real sí supo nadar a contracorriente en Sevilla. Había completado un notable arranque de partido mientras jugó once contra once, presionando arriba con agresividad y efectividad, y haciéndose poco a poco con el control del balón para hallarle las costuras al 4-4-2 defensivo de los verdiblancos. Después de la expulsión, mientras, se mantuvo en pie y rondó incluso el 0-1, con ese zurdazo de Sucic. Y en esas andaba el partido cuando la segunda parte comenzó con un ajuste prometedor: Imanol devolvió a Becker a la banda y Oyarzabal regresó a la punta, movimiento que dio resultado desde un inicio. El de Surinam, gran centrador, no tenía por qué perder profundidad como extremo. Y el capitán, más agresivo en la presión, podía mantener al bloque alejado de Remiro apretando en primera línea. Luego todo quedó en eso, en buenas intenciones, porque poco hay en el fútbol más poderoso que los efectos de cualquier gol.
¿Y el árbitro qué?
Gil Manzano resultó clave decretando todo lo que decretó. Pero mi análisis al respecto debe alejarse del periodismo de bufanda y hacer constar, simplemente, que los árbitros son mucho peores desde que el VAR fue implantado. La diabólica maquinita ha dado pie a que los distintos estamentos oficiales intenten lo imposible: tipificar en el reglamento todas y cada una de las infracciones posibles. Y esa obsesión por llenar la normativa de letra pequeña ha provocado a su vez que el sentido común, la mayor de las virtudes para impartir justicia, haya quedado relegado a un tercer plano. Seguro que el colegiado pensó, al ver el derribo de Zubeldia, que el azkoitiarra se encontraba en la zona acotada para las expulsiones (lo estaba) y que cometió la falta de forma deliberada (lo hizo). Sin embargo, en su deseo de ajustar la decisión a los parámetros técnicos que dictan sus superiores, el trencilla olvidó lo más importante: que esto es fútbol, que él debe interpretar las jugadas y que la del domingo no resultaba “ocasión manifiesta de gol”. Esta vez le tocó a la Real pero, visto el problemón que tenemos en la Liga, aquí no hay colores que valgan: arbitran los partidos monos equipados con pistolas. Y con ellos uno no sabe nunca a qué atenerse. Tienen un peligro...