Un campo de fútbol siempre ha sido un recinto que conlleva su peligro. Se trata de un deporte de masas de alcance mundial que congrega a una multitud con el consiguiente peligro que ello entraña. En los últimos años se han mejorado mucho las instalaciones y las medidas de seguridad, pero la historia está llena de desgracias. Muchas de ellas generadas por la fatalidad y otras, la mayoría, provocadas por los espectadores. Una de las más grandes, si no la mayor, sucedió el 20 de octubre de 1982 en el estadio Luzhniki de Moscú. A diferencia de otras catástrofes futbolísticas, ésta apenas tuvo repercusión en los medios de comunicación debido a que el gobierno ruso trató de minimizarla y esconderla.
Sucedió en un Spartak-Haarlem holandés, en el que militaba un tal Gullit a pesar de ser un club menor, durante un partido de la ya desaparecida Copa de la UEFA. Un frío extremo motivó que no acudiese mucha gente y las autoridades solo abrieron dos sectores del gigantesco estadio. Todo parecía indicar que el encuentro iba a finalizar 1-0 cuando en la última jugada (no se llegó a sacar de centro) Serguéi Shvetsov anotó el 2-0. Y eso desencadenó una evitable desgracia al formarse una montonera fatal entre los hinchas que se habían ido del estadio y pretendían regresar corriendo al oír la celebración del gol, y los que habían visto el partido completo y comenzaban a salir. El dramático primer balance fue de 66 víctimas, pero cuando llegó Gorbachov con su transparencia se descubrió que la cifra de muertos en realidad era de 340.
Desde Bruselas
El caprichoso destino ha querido que los últimos ultras que han sembrado el caos en Anoeta sean de Bruselas. La ciudad del estadio de Heysel, donde se vivió la famosa catástrofe de la final de la Copa de Europa en 1985 cuando, en una incomprensible organización al compartir la misma grada ambas aficiones, una avalancha generada por hinchas borrachos del Liverpool aplastó a los aterrados seguidores de la Juventus con un balance de 39 personas muertas. Alguno pensará, ¿a qué viene rescatar estos desastres? Pues para recordar que nunca está de más tener presente que en un estadio pueden suceder cosas terribles. Unas imprevisibles, como el incendio en Valley Parade de Brantford (56 muertos), que sucedió dos semanas antes de Heysel, pero otras causadas por las multitudes, los errores en las medidas de seguridad y las imprudencias, las temeridades y las salvajadas de las personas.
Anoeta y Donostia
Anoeta y Donostia están comprando demasiados boletos para que algún día suceda algo grave. Y, aunque confiamos en que no ocurra nunca, en ese momento llegarán las lamentaciones y los homenajes espectaculares de la UEFA. Nosotros somos más de prevenir y en eso, tanto en la ciudad como en el estadio, algo está fallando. Dicen que todos llevamos un entrenador dentro y en las últimas fechas reconozco que parece que también un policía, pero la realidad es que a la gran mayoría se nos ocurren medidas bastante más (en teoría) lógicas que las que viene adoptando la Ertzaintza. Es inconcebible e inadmisible el paseo turístico por el centro de la ciudad de unos bárbaros capaces de amenazar y amedrentar hasta a ancianos que les estaban mirando tan horrorizados como sorprendidos. Que quede claro, no queremos a gente de esa calaña paseando por nuestras calles. Nunca más, a quién corresponda.
Y luego está lo que sucedió en el campo. Todo transcurría de maravilla para la Ertzaintza (contra el PSG la cosa también fue bien hasta que se descubrió lo que le sucedió a Amaya), que había embolsado y conducido sin incidentes graves (insultar y amenazar sí es denunciable) a los 300 cafres belgas. Pero todo cambió mediada la primera parte, cuando el córner de la grada inferior y la familiar comenzaron a gritar porque les estaba cayendo de todo. La Ertzaintza, que sigue todo lo que sucede en la jaula con una precisión casi milimétrica, vio perfectamente todo lo que fue aconteciendo dentro. Los expertos defienden que hicieron bien en esperar al descanso para evitar males mayores, pero el resto de la humanidad nos seguimos preguntando: ¿la situación no era lo suficientemente grave y peligrosa para los de abajo como para no actuar de inmediato? ¿No se podía haber colocado de inicio una hilera de ertzainas delante de la cristalera y o en los pasillos (como hicieron después y como se colocan en la Zabaleta con los de seguridad)? Si iban a tardar, ¿no se podía proteger a los de abajo con escudos o lo que fuera y no dejarles desamparados a su suerte?
En lo que respecta a los clubes, vergonzoso el Anderlecht, que sabía muy bien a quiénes vendían las entradas y las que podían liar. Y mal, muy mal la Real, por no solicitar el DNI cuando las entradas eran nominativas, porque los propios periodistas belgas defendían que en su país los más “imbéciles”, como les calificó Oyarzabal, tienen prohibida su entrada en los campos. Y por no parar el partido por mucho que se negase la UEFA. Que lo sepa todo el mundo, la Real no juega mientras sus socios corran peligro. Ni más ni menos. Es más, su equipo lo suele aplicar aunque siga rodando el balón. Así se explicó su empanada y la remontada del Anderlecht.
En su magnífica intervención en zona mixta, el propio capitán desveló que habían quedado para pegarse. Y resulta que no solo tras el partido, en la previa también. Si pretendemos que se tomen medidas ejemplares y acabar con los ultras, quizá primero haya que barrer nuestra propia casa. Porque muchas veces nos preguntamos el motivo por el que vienen tantos de negro a una ciudad pequeña y hoy en día, en teoría, tranquila, y la explicación se encuentra en la propia filosofía hooligan: “Van a la ciudad del enemigo a buscar a los hooligans rivales”. Y éste es un toro que nuestro presidente no ha sido capaz, no se ha atrevido o no ha querido coger por los cuernos (la imagen de la grada visitante txuri-urdin en Zorrilla hace unas semanas lo confirma). Al Athletic le han bastado los incidentes en Roma para ponerse a ello.
Por si fuera poco, el caprichoso destino ha querido que sea el Atlético del Frente el que cierre la semana en nuestra casa. Pero vuelvo a Rusia. Cuando se supo la verdad, los periodistas le preguntaron a Shvetsov, el autor del fatídico 2-0. Al parecer solo acertó a decir cinco palabras. “Nunca debí marcar ese gol”. Ojalá nadie tenga que arrepentirse por sus inacciones o por no haber hecho todo lo que estaba en su mano para evitar una catástrofe que debemos evitar entre todos y por todos los medios. Desgraciadamente, si se analiza lo sucedido el jueves, todas las partes implicadas tienen su particular cuota de responsabilidad. Por lo menos nos quedan tres partidos europeos en casa y queremos ir tranquilos y sin miedo a animar a nuestra Real. Que no se repita ni una vez más. ¡A por ellos!