La Real Sociedad jugará en Europa la temporada que viene. Un año más. El quinto consecutivo. Los éxitos logrados durante este último lustro llevan el sello de Imanol Alguacil, cuya etapa la marcan los resultados pero tiene en la confianza ciega de los futbolistas a su principal termómetro. Durante un curso futbolístico hay tiempo para todo: rachas buenas, rachas malas, momentos regulares. E incluso en las fases más delicadas ha podido apreciarse claramente, desde la grada o por televisión, cuál era el plan trazado por el oriotarra, pues once camisetas txuri-urdin trataban de ejecutarlo de forma cristalina. Para el recuerdo quedan aquellos partidos de febrero en los que bloques medio-bajos de cinco defensores rivales se atragantaban a la hora de conquistar victorias, y eran atacados aun así con riqueza de variantes y de posibles soluciones. Los triunfos esperados no llegaron, pero el peso de la pizarra txuri-urdin no se resintió en consecuencia, de ahí la consecución de un nuevo billete continental. Poca casualidad. Deberemos empezar a preocuparnos de veras cuando, viendo al equipo, digamos aquello de “no saben a lo que juegan”. Estando ahora lo nítido que está, toca ser optimistas mirando al futuro.
¿Y a qué futuro? ¿Conference o Europa League? La primera se encuentra ya asegurada gracias a una victoria, la del jueves, basada en un más que aceptable arranque realista. Ante un 4-4-2 como el que plantaba el Valencia en defensa, el míster tuvo claro en Anoeta, igual que en Mestalla hace ya ocho meses, que el espacio clave se hallaba en el intervalo entre extremos y laterales rivales. Se trataba de atraer altos a sus alas con recepciones de Odriozola y Tierney. De mantener bajos a sus carrileros con la posición de Kubo y Barrene. Y de escorar entre ambos focos a Merino y Zakharyan para que se generaran así superioridades exteriores. El decisivo 1-0 llegó tras un centro del propio Barrene, con Tierney y Zakharyan moviéndose también por ese sector zurdo.
Tampoco lo neguemos. Se vivieron problemas luego para defender la tempranera renta. La presión a los lanzadores y el buen trabajo de la zaga sirvió para controlar en la primera mitad los constantes envíos directos, a la espalda de la defensa, de un Valencia que llegaba a formar prácticamente una línea de cinco delanteros (laterales incluidos). Tras el descanso, la vuelta de tuerca adicional de Baraja residió en una salida de tres, incrustando atrás a Hugo Guillamón, ante la que la Real supo y no pudo ajustarse. Hacerlo exigía cierta urgencia en los movimientos, con la jugada en marcha, y la energía a la hora de saltar por fuera no resultó la necesaria para evitar ciertos sustos. Afortunadamente, todo quedó en eso, en sustos.