Seguramente, la próxima temporada, la de la Champions League, iba a ser su última temporada en la Real Sociedad y, casi con toda seguridad, en el fútbol, pero, por desgracia, su despedida se ha precipitado. Una inoportuna lesión en el ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda desembocó en el fatal desenlace conocido el pasado sábado y confirmado por el propio protagonista este jueves. Un 27 de julio que se recordará como el adiós del Mago de la Real, en particular, y del fútbol, en general.
David Silva no sólo ha encandilado a los aficionados realistas por su capacidad de marcar diferencias (ha marcado siete goles y ha dado catorce asistencias en los 93 partidos que ha vestido la camiseta blanquiazul, durante las tres últimas temporadas), sino que también ha maravillado a Anoeta con sus destellos de calidad, unas acciones mágicas que sólo él ha sido capaz de protagonizar, y ha sabido transmitir unos valores de humildad, sacrificio y defensa de unos colores muy acordes con el sentimiento txuri-urdin.
Al dolor que supone su adiós, en los albores de una pretemporada que invita a soñar con un ilusionante curso, debe sobreponerse la conjura de sus compañeros para tributarle la mejor de las despedidas durante una campaña en la que se pueden vivir muchas alegrías. Nos han arrancado el ilusionismo con el que nos fascinaba, sí, nos hemos quedado sin el último truco del artista canario, pero su estela y su recuerdo perdurarán siempre en la memoria txuri-urdin. Nunca te olvidaremos, Mago.