La Real Sociedad salió al césped del Metropolitano y durante una hora larga, desde el minuto quince hasta el 2-0 de Molina, se vio superada como casi nunca esta temporada. Poco que objetar, porque enfrente estaba el mejor equipo de la segunda vuelta, un Atlético mentiroso a más no poder. Sin delanteros específicos en el once y esperando en bloque medio con un marcadísimo 5-4-1, los de Simeone aparentaron conservadurismo para, poco a poco y a fuego lento, ir a por la victoria con todas las de la ley, adjudicándose finalmente un triunfo que merecieron. Dicho esto, no dedicaré ni una línea más del artículo a los colchoneros, porque nuestro equipo txuri-urdin ya es de Champions y porque además certificó el billete en un partido bastante significativo respecto a su espíritu. Sufrió, achicó agua, tuvo dificultades para desarrollar el plan y se vio desnaturalizado a lo largo de extensas fases del encuentro, pero solo perdió 2-1 y en el minuto 94 dispuso del cabezazo de Carlos para empatar. No, la escuadra de Imanol no termina cuarta gracias a sus versiones más sobresalientes. Sí lo hace, principalmente, porque su brillantez ha residido en la regularidad dentro del notable alto y en la competitividad dentro de contextos complicados. Puede sonar a poco. Sin embargo es mucho.

La mejoría

Resumiendo. El gran salto de calidad txuri-urdin en esta exitosa campaña ha consistido en que el inevitable bache de todos los equipos en todas las temporadas resultó, en el arranque de la segunda vuelta, más que llevadero. Domingo 5 de febrero: derrota en casa contra el Vallladolid (0-1), injusta y muy matizable. Lunes 13: victoria en Cornellà ante el Espanyol (2-3) tras 80 minutos de exhibición. Sábado 18: empate en Anoeta (1-1) frente al mejor Celta de todo el curso, con gol encajado en el minuto 94 (sí, contra diez). Sábado 25: discreta actuación en Mestalla y regreso de vacío (1-0) después de un duelo equilibrado pese a todo. Viernes 3 de marzo: 0-0 en Donostia ante el Cádiz y claros síntomas de mejoría respecto a Valencia. Domingo 12: igualada 1-1 en Mallorca al regalar un gol de la nada y perder otro legal (anulado) de Le Normand. Fueron, en total, seis puntos de 18 posibles, una evidente mala racha en cuanto a números cuyo valle futbolístico no resultó ni mucho menos así de profundo. La Real, aún justita y lastrada por las bajas, compitió y estuvo siempre cerca de las victorias, haciendo méritos para obtener un mejor bagaje general. Además, y pese a no conseguir cifras espectaculares, sumó lo suficiente para mantenerse en puestos de Champions y le plantó cara en Europa a uno de los finalistas de Budapest, recuperando luego finura para su gran recta final. Porque se podía perder en La Cerámica y en San Mamés, faltaría más, dentro de dos meses últimos en los que el equipo ha jugado “de locura”, que diría Imanol.

El trayecto

Está muy bien lo de minimizar esos valles de rendimiento que tienen que darse sí o sí a lo largo de un año. Y tiene también mucho mérito mantener durante semanas y semanas un nivel que hasta hace bien poco solo se lograba al alcanzar puntiagudos picos de inspiración y plenitud. Al fin y al cabo, una circunstancia va unida a la otra, dentro de un fenómeno que en clave txuri-urdin tiene nombre propio: fiabilidad. El viaje descrito por la Real durante los cinco años de proyecto que Olabe acumula a sus espaldas resulta sumamente interesante. De inicio costó encontrar a un patrón que comulgara al 100% con los propósitos y con las formas del club, de ahí el fallido episodio con Asier Garitano. Después, ya con Imanol, el equipo adquirió enseguida una innegociable personalidad propia, relacionada con un fútbol apasionado, de presiones altas y ataques verticales antes que horizontales. Y de un tiempo a esta parte, finalmente, dicha filosofía se ha ido matizando hacia registros más controlados, quién sabe si por exigencias del guión (el Silva por Odegaard condiciona) o por simple evolución de una propuesta que cada vez se ejecuta mejor. El equipo gusta al aficionado neutral y a su vez es incómodo para el entrenador rival. Qué complicado resulta conseguir ambas cosas al mismo tiempo.

Champions

Ahí estamos, en la Champions, una ilusión en lo deportivo por los partidos que veremos a partir de septiembre y una herramienta en lo estratégico para seguir dando pasos adelante como club. A 29 de mayo y con todo el mercado estival por delante, cruzo los dedos mientras escribo que jugar la máxima competición europea significa un valor importantísimo para retener el talento existente en la plantilla. A partir de ahí, la famosa musiquita de la UEFA nos adentra en una experiencia de indudable crecimiento para nuestros futbolistas y en una nueva dimensión financiera en cuanto a ingresos. No hace falta ser muy avispado para comprobar que la Real superó con éxito ese corte de 7-8 clubes que se reparten sistemáticamente los billetes continentales de los últimos años en la Liga. Ahora, desde una estabilidad en la gestión de la que no pueden presumir algunos rivales directos, la entidad lanza un nuevo aviso a navegantes conquistando la cuarta plaza sin tener que tapar agujeros con el dinero resultante, y luciendo además a un 60% de futbolistas con pasado en su filial. En 2003, el subcampeonato y la posterior Liga de Campeones llegaron tras una cuantiosa inversión que terminaría penalizando. La cuarta plaza de 2013 respondió a un nivel sobre el campo que la institución en sí misma no había alcanzado aún en lo estructural. Y esta Txanpions de 2023, mientras, parece asentarse sobre cimientos mucho más sólidos que los de las dos anteriores. El futuro pinta maravilloso. Confiemos en que el fútbol, caprichoso él, no haga de las suyas.