Cada uno lleva el duelo como quiere. O como puede. Yo, la verdad, tengo que reconocer que perdí la esperanza pronto en el encuentro del jueves. La explicación es que después de un recibimiento al equipo tan impresionante dentro del estadio, no tardó en invadirme la terrible y frustrante sensación de que los que menos creyeron en la remontada eran Imanol y los propios jugadores. Y así, era imposible. No hay más. Solo ellos saben la verdadera impotencia que han sentido enfrentándose a una roca que en la ida fue mejor y que en la vuelta les maniató hasta el punto de convertir en una tortura los 90 minutos. Ellos ya sabían que se trataba de una misión imposible y con esa actitud era inviable confiar en que se diera una voltereta. Por mucho que lo diesen todo, que lo hicieron, y lo intentasen sin respiro hasta el final, por lo cual, pese a la lógica decepción, estamos y estaremos muy agradecidos.

El caso es que a mí me afectó mucho más la salida del Olímpico. Hasta el punto de sacar mi lado más refunfuñón con una pataleta parecida a la de un niño. Y eso que había cumplido con uno de mis sueños futbolísticos que era ver a la Roma de Don Francesco en su propio coliseo. Mientras iba andando solo hacia el autobús, yo, que soy bastante desastrón con el móvil, noté que sonaba un tono de llamada que, por supuesto, era involuntaria. Miré rápidamente a ver a quién estaba llamando y cuál fue mi sorpresa que, en mi pantalla, apareció el nombre de Ángel Torres, presidente del Getafe (es lo que tiene la agenda de un periodista). Iba tan enfadado que caminaba solo, sin ningún compañero cerca, y me puse tan nervioso en mi intento desesperado de darle al botón rojo de colgar en el menor tiempo posible que, antes de lograrlo, por supuesto, salió volando y acabó en el suelo. Al menos saltó el contestador sin que respondiera. 

Lo mejor de todo es que al día siguiente, camino del aeropuerto, mi móvil comenzó a vibrar y me estaba llamando mi colega Ángel. La verdad es que no cogí, pero bueno, aunque no lo tenga presente en mis oraciones, nunca olvidaré la entrevista que me dio cuando la Real fichó a Diego Rivas y estaba tan cabreado con la directiva txuri-urdin que se pegó una de las mayores rajadas que jamás haya recogido mi grabadora mientras, lo cual sin duda le engrandece, sonaban los hielos de la copa que se estaba tomando. 

Otra de las cuestiones que me habían molestado al término del duelo de Roma es que los suplentes realistas que no habían disputado ni un minuto se acercaron hasta donde estaban los aficionados y les tiraron todas sus prendas de vestir que recogieron los de negro. Los mismos que la estaban liando mientras se intercambiaban las bufandas las dos hinchadas en un acto de confraternización preciosa en el Olímpico. Los mismos a los que los futbolistas les rinden pleitesía en todos los encuentros de casa y los de fuera cuando viajan. Sí, para acabar con el germen del mal hay que empezar a mirarse el ombligo. Presidente Aperribay incluido, porque además está midiendo muy mal, ya que un día va a pasar algo muy grave y, Dios no lo quiera, si sucede pasará a la historia como el presidente que no tomó las medidas oportunas y pertinentes antes de que se produjera la tragedia relegando a un segundo plano todos sus éxitos deportivos. Sería una auténtica pena, desde luego. 

Al bajar a la zona mixta del templo romano, estuve esperando a que Illarramendi me atendiera y, ese momento, fueron pasando los últimos jugadores giallorosso que quedaban por marcharse. Concretamente cuatro armarios empotrados que en vez de salir de un vestuario de equipo de fútbol parecían desfilar en la semana de la moda de Milán. No lo quise comentar la semana pasada, porque realmente me impresionaron, para no bajar el souflé. No hay más que ver lo que ha sufrido Merino con la fortaleza de Pellegrini, Cristante o Matic.

Tengo la sensación de que todas las eliminaciones europeas con Imanol tienen el mismo denominador común y es la manifiesta inferioridad física. Sucedió con el United, el Leipzig y ahora con la Roma. Los tres parecieron más grandes, más fuertes, más musculosos y más veloces. En una palabra, más completos. Aunque Sadiq nos iba a proporcionar muchos centímetros y potencia en ataque, ya tenemos muy claro lo que debemos reforzar para dar ese paso adelante que tanto perseguimos y que tanto nos está costando dar. Y como nos clasifiquemos para la Champions, un objetivo que estoy seguro que vamos a alcanzar y mucho más ahora tras caer en Europa, la necesidad de fortalecer el plantel será aún mayor para que no se repita misma historia. Y si tenemos alguna duda, le vuelvo a llamar a Ángel Torres y se lo pregunto. ¡A por ellos!