A quince jornadas para que termine esta Liga, la Real Sociedad tiene más o menos encarrilado un nuevo billete europeo, el cuarto consecutivo, que se dice pronto. Conviene recordar que solo un equipo en la historia del club ha encadenado tantos pasaportes: lo entrenaba Alberto Ormaetxea, y jugaban en él Arconada, Zamora, Satrus y compañía, que se dice pronto también. La ambición nunca es mala compañera, y luchar por incrementar el estatus continental accediendo a la Champions parece obligado, tal y como está ahora mismo la tabla. Pero cuidado con perder la perspectiva. Venimos de celebrar como lo merecían tres clasificaciones para la antigua UEFA. Y repito que está muy bien aspirar a dar un paso más. No podemos pretender, sin embargo, terminar entre los cuatro primeros sin despeinarnos, como si fuera así de sencillo, porque los colchones están para utilizarlos. Yo tengo uno en casa y duermo tumbado encima todas las noches. Nunca se me ocurrirá echarme en el suelo para ahorrar látex.

Sufriendo

Al fin y al cabo, todos los logros ligueros de la Real durante la última década larga se han producido de manera idéntica, nadando con brillantez primero y sufriendo luego para alcanzar la orilla. Antes del ascenso de 2010, el equipo de Martín Lasarte inició la segunda vuelta con diez puntos de renta y luego encaró el histórico partido de Cádiz con solo cuatro más que el cuarto clasificado. En 2013, cantar victoria en Riazor exigió carambola de Champions, cuando el Valencia estaba dos partidos por debajo faltando solo cinco jornadas. Los equipos de Jagoba y Eusebio optaron en enero a la Liga de Campeones para entrar en mayo, pidiendo la hora además, en la Europa League. Y tampoco hace falta rebobinar mucho en el tiempo para subrayar dónde pasamos el gran confinamiento de la pandemia: en casa y cuartos, antes de vernos séptimos en el minuto 88 del último encuentro y festejar a lo grande el gol de Janzuaj en Madrid. Esto es la elite y aquí aprieta todo el mundo.

El bache

Analizar el momento con un punto de distancia no es óbice para llamar a las cosas por su nombre: la Real no está bien. Le vimos algo desnaturalizada contra el Celta en Anoeta, pero a mí los gallegos me gustaron tanto que puse en cuarentena cualquier conclusión negativa. Mientras, lo del sábado ante el Valencia significó el agravamiento de unos síntomas que en Mestalla tampoco parecieron tan achacables al rival. Se echaron en falta chispa, atrevimiento, finura en los pases y agresividad en los duelos, déficits que no dejan de resultar comprensibles. Cuando a finales de enero faltaban ocho o nueve futbolistas de la plantilla en cada partido, nos rasgábamos las vestiduras ante tanta lesión, sin ser conscientes de que los que estaban disponibles se encontraban muy bien, a tope todos o casi todos. Un mes después, sin embargo, de aquellos polvos vienen estos lodos, por mucho que la enfermería vaya vaciándose sobre la marcha. Sucede ahora que están entrando en el equipo jugadores faltos de ritmo y de forma, debido a su reciente inactividad. Y ocurre también que quienes tuvieron que apechugar en su día ante la plaga de bajas, Brais, Kubo o Sorloth, acusan últimamente aquellas semanas de molestias en las que apenas entrenaban para poder competir frescos el domingo.

Sistemas de juego

Le corresponde a Imanol dotar al equipo de herramientas tácticas que palien semejante contexto, algo que va mucho más allá de una cuestión de dibujos. Un servidor puede comprar que el 4-3-3 de los últimos partidos, por una mera cuestión de reparto de espacios, deja a una escuadra más desprotegida en caso de pérdida, dificultándose así el control de los encuentros. Sin embargo, esto ha sido siempre así, ahora y hace cinco meses en Old Trafford, cuando la Real ganó al Manchester United utilizando el esquema de marras durante una sobresaliente segunda mitad. También salió con tres arriba el 31 de diciembre contra Osasuna, un día en el que nos convenció a todos. Y además el último uso de la estructura ha tenido su origen en 75 minutos de auténticos quilates en Cornellà-El Prat, hace solo dos semanas. No se trata tanto de numeritos como de la ejecución de la propuesta, algo en lo que seguro que el míster está indagando para dar con las claves del bache. Los cambios de orientación hacia los extremos se le quedaron cortos como discurso principal ante Celta y Valencia. Así que tras el descanso de Mestalla ya regresó a un 4-4-2 en rombo con el que algo mejoró la cosa. Sin embargo, Baraja cerró con llave el partido al pasar a formar una defensa de cinco. Era el minuto 63 y quedaba más de media hora, mucho tiempo aún para producir tan poco.

Vulnerables

En toda temporada que se precie ocurren atascos como el descrito. Y en el banquillo de la Real se sienta un entrenador que siempre ha sabido hallarles soluciones. El equipo volverá a producir. Pero toca también regresar a una solidez defensiva que va perdiéndose igualmente por el camino. El sábado chocó por inusual la vulnerabilidad del equipo ante las transiciones del Valencia, cuyos contragolpes hicieron mucho daño. La foto del terreno de juego quince segundos antes del gol dibujó a una escuadra txuri-urdin difícilmente reconocible en la presión tras pérdida, con Zubeldia y Le Normand demasiado alejados de la acción, permitiendo ambos la caída a la mediapunta de Duro y la recepción habilitado de Lino respectivamente. Fuera como fuera, tampoco parece justo analizar aquí la contención y lo ofensivo en párrafos separados. El fútbol es un todo y acostumbra a hacer buena una máxima que podemos aplicar a la situación de nuestro equipo: cuando ataquemos bien, defenderemos mejor. A por el Cádiz.