Take Kubo y David Silva. Uno es japonés y el otro canario. Por increíble que parezca, se parecen horrores en el campo. Muchas veces necesitas ver las repeticiones para constatar que ha sido uno u el otro el que ha protagonizado la jugada al contrario de lo que te parecía haber observado en primera instancia. Pero todo tiene una explicación. La madre de Silva es de ascendencia nipona. De ahí esa conexión diabólica que les permite decantar los partidos a ritmo de una sinfonía perfecta de fútbol que normalmente acompaña por detrás un director de juego de máxima jerarquía como Zubimendi. Con combinaciones eternas y endemoniadas, imparables, con las que destrozan y desmontan cualquier entramado defensivo que se les pone, por delante por muy poblado y replegado se encuentre, como el de su rival de ayer. Si Luis Aragonés halló el ansiado elemento diferencial que tanto buscaba para su selección con los bajitos Xavi e Iniesta, Imanol cuenta con esta pareja, que no para de buscarse en el campo para, cuando se encuentra, perpetrar todo tipo de travesuras. 

Pero, aunque sean similares, son bastante distintos. Kubo es pura electricidad. “Una abeja en un tarro”, como le definió con tino uno de los comentaristas de Dazn. Descarado y pícaro, con una confianza inconmensurable en sus posibilidades. “Tengo lo peor de los españoles y de los japoneses”, suele comentar entre risas. Lo mismo se atreve a buscar una aventura en solitario con cinco rivales por delante que reclama al término del encuentro en los medios que en la anterior jornada le han “fumado” una asistencia. Y eso que no le gustan los micrófonos. Pues menos mal...

Silva es un declarado enemigo de las grabadoras. A él solo le importa jugar bien al fútbol y lleva casi dos décadas haciéndolo como los ángeles. Muchas veces dan ganas de frotarse los ojos para constatar que uno de los grandes mitos de la campeona del mundo y de Europa, que tiene una estatua en las puertas del estadio del Manchester City, viste de txuri-urdin. Vayan preparando otro cheque en blanco para su tercer contrato con la Real, porque la magia del de Arguineguín brota de una fuente inagotable. La sociedad indomable con ojos rasgados que forman Kubo y Silva reventó el partido de Almería. Contaba el italiano Cassano que en la final de la Eurocopa de 2012, cuando los de Del Bosque sacaron del centro y se pasaron corriendo detrás del balón varios minutos se dieron cuenta de que no tenían ni la más mínima opción. Imaginamos que al Almería le sucedió algo parecido ayer cuando se vio en desventaja; no era capaz ni de sacar la pelota jugada casi de su área hasta en la mismísima prolongación y cuando los violinistas de la Real comenzaban a tocar, se pasaban minutos agonizando, corriendo como pollos sin cabeza camino del matadero. Dos goles de Silva y de Sorloth, otra vez él, fueron suficientes para regresar a Donostia con los tres puntos en la buchaca a la espera del derbi.

Imanol sorprendió al dar entrada a Illarramendi como sustituto del sancionado Brais en el centro del campo. El capitán ejerció de interior junto a Mikel Merino, la otra cara nueva respecto al once que se impuso con brillantez a Osasuna en Nochevieja en detrimento del lesionado Momo Cho. La otra gran novedad, aparte de esos dos cambios, fue el regreso al 4-4-2 y el rombo, ya que frente a los navarros el técnico se decantó por su 4-3-3 de cabecera. Como se han cansado de repetir los propios realistas, el equipo domina a la perfección ambos sistemas, lo cual le convierte en un arma bastante impredecible para los rivales. En esta ocasión, Imanol demoró más de lo que acostumbra su alineación, probablemente a la espera de la que sacase Rubí, quien, por cierto, dio entrada de salida a su flamante nueva incorporación Luis Suárez. Los andaluces buscaban su quinta victoria consecutiva en su fortín, un hito que jamás había logrado en la elite, para no perder la perspectiva...

El viento no tardó en descubrirse como el invitado inesperado a la fiesta. Aunque Imanol ha mitigado los efectos de la máxima que decía que “cualquier factor externo al juego perjudica a la Real”, lo cierto es que los donostiarras se mostraron bastante incómodos en la primera parte. No solo por su falta de precisión, sino también porque los andaluces se replegaban en su campo con las líneas muy juntas tratando de romper sobre todo las conexiones interiores blanquiazules. El único artefacto explosivo de alcance antes del entreacto fue el kamizaze Kubo, que siempre generó inquietud y pavor en la zaga local. Suya fue la primera ocasión en un disparo demasiado cruzado, tras cortar un mal saque de Fernando. Lo mismo le sucedió a Sorloth con su pierna mala tras una asistencia de locos de Silva que sorprendió hasta al linier, quien levantó la bandera cuando no había fuera de juego ni por asomo. Con la Real ya mandona, Merino sirvió un centro perfecto, pero Illarra lo cabeceó alto. Antes del descanso, Kubo lo volvió a intentar con su pie menos hábil, pero se topó con Fernando y Remiro salió atento para cortar una internada de Ramazani. 

Nada más iniciarse el segundo acto, y en una acción que nació de un saque de banda, Kubo y Silva generaron el gol clave que fue anulado en primera instancia por otro linier precipitado. Poco después Melero, que provocó más miedo con sus golpes que con sus remates, disparó y Remiro atajó con seguridad. Pero, como sucedió ante Osasuna, la Real ya había metido la directa y no había marcha atrás. Kubo dio en ventaja a Merino, quien proyectó en largo a Sorloth, para que este cargara su fusil y sentenciara el duelo. 

A partir de ese momento comenzó el auténtico show con internadas individuales de Kubo y de Silva; una rosca centrada del japonés que detuvo Fernando tras robo y recuperación de su socio; y un posible penalti de Aritz, que exageró demasiado en el final de una jugada coral preciosa. En los minutos finales, solo Portillo y Babic pudieron recortar distancias, pero sus remates no cogieron portería, mientras que Oyarzabal y Navarro desperdiciaron una doble oportunidad que salvó con intervenciones milagrosas Fernando, de largo el mejor de los suyos. Con eso queda todo dicho.

Con el descanso necesario por el parón y la recuperación de varios de sus referentes, la Real ha vuelto a convertirse en imparable. Los realistas alcanzan los 32 puntos con los que acabaron la primera vuelta del pasado curso tres duelos antes. Afianzados en la tercera posición y sin temores ni complejos para autoproclamarse como aspirantes a entrar en la Champions. Y a ganar la Copa o la Europa League. Porque si siguen jugando a ese nivel, con esa personalidad, esa madurez para leer y trabajarse los choques, y con la inspiración de sus estrellas de primer nivel a las que han ninguneado de forma increíble en el pasado Mundial todo es posible. Por fútbol y calidad, se encontrarán al alcance de su mano. Ahora tienen una semana para preparar el derbi en una cita en la que se les va a exigir la victoria tras el coitus interruptus de la pasada campaña. Imposible no creer y y soñar con horizontes de grandeza con la banda de Imanol, que, así como quien no quiere la cosa, se cargó otra maldición en Almería, donde nunca había ganado la Real...