unque son muchas las preguntas sin respuesta que siguen merodeando por nuestras cabezas (¿cómo es posible que un árbitro tenga la escandalosa arrogancia y prepotencia de rearbitrar sin ayuda de nadie una decisión que ya ha tomadoescandalosa arrogancia y prepotencia ?; ¿qué hacía el trencilla colocado al borde del área, lo que le llevó a cortar un pase horizontal?; ¿cuál es el perturbador sentimiento de culpabilidad que acechó al colegiado para reanudar el juego en el lugar en el que Guevara dio la citada asistencia en lugar de donde frenó la pelota?), dejamos atrás el devastador huracán Mateu Lahoz comprobando que, en el fondo, solo nos ha dejado sin tres puntos más. Que sé que no es poco y escuecen porque el equipo, una vez más mermado como ninguno, dio la cara, superó a su rival y mereció la victoria, pero que solo suponen un pequeño frenazo en una trayectoria tan ilusionante como ambiciosa.

Tengo que reconocer que muchas veces me es imposible entender a los árbitros. Uno se declara inhábil para meterse en la mente de este colectivo, capaz de tomar decisiones que no hay por dónde cogerlas. El mejor ejemplo lo tenemos en uno de los héroes de la anterior ronda de la Copa, en la que se ponen a prueba los sueños de los clubes más modestos. Adrián Hernández fue el gran protagonista de la clasificación del Utrillas turolense al noquear al Injerto navarro con dos goles de bandera. El primero con un disparo que limpió las telarañas; y el segundo, probablemente el tanto de su vida, al más puro estilo Pelé en Evasión o victoria, con una tijereta espectacular. El punta cazó un rechace de un saque de esquina en el aire, muy arriba, y su chilena dibujó una parábola increíble que acabó en las mallas tras golpear el balón en la otra escuadra. Imagínense lo que debe suponer lograr algo así para un enfermero que milita en la Regional Preferente, una categoría en la que te puedes encontrar a algún suplente de resaca un domingo a la mañana y algún flotador de más que florece debajo de una camiseta que no es precisamente la ceñida que suele vestir la selección azzurra (sé muy bien de lo que hablo). En cuanto vio el esférico en la red desde el suelo, entró en trance al más puro estilo Aldeondo y se fundió en un eufórico abrazo con unos aficionados que estaban detrás de la valla. Bueno, corrijo, de la barra en la que se apoya la gente, como puede suceder en Berio o en Matigoxotegi. Les sitúo, Utrillas tiene 3.000 habitantes, lo que significa que lo celebró sin ningún riesgo para la salud de nadie probablemente con el que podía ser el panadero, el cartero o el guardia municipal, con quienes se encuentra todos los días. Cuando el goleador regresaba a su campo, el colegiado de turno le amonestó por el festejo, lo que supuso su expulsión al haber recibido una amarilla anteriormente, por lo que se perderá el duelo contra todo un Valencia. Con todos mis respetos (o no), váyase usted a paseo. Leer las declaraciones de Adrián, sanitario en un hospital de Teruel, donde reside, en una entrevista que le hicieron ya en frío te rompe el corazón: "El primer gol lo celebré mucho y se lo dediqué, como todos, a mi abuelo, que falleció durante la pandemia. En el segundo, después de marcar, nada más levantarme me encuentro con la buena y mala suerte de ver a mis amigos que habían venido al partido, justo al lado de donde anoté el gol. Con la euforia del momento fui hacia ellos, con lo que ello conllevó después. Llegué al vestuario y allí estuve casi quince minutos en los que me tumbé en el suelo con las manos en la cabeza tapándome con la toalla. Fueron momentos muy duros, la verdad". No, me niego. No se puede jugar de esa manera con los sueños de los futbolistas que, al contrario que los árbitros, son los verdaderos motores de este mundo. Lo quieran o no, los Mateu y el lumbreras que acometió semejante atentado a la ilusión de un amateur dejándole sin la oportunidad de su vida, son y serán meros convidados de piedra. Y eso no cambiará jamás, por mucho que sigan intentando acaparar portadas (sobre todo el cansino Lahoz).

Regresa la Copa. En esta sección nos vanagloriamos modestamente de que luchamos durante muchos años de feos y menosprecios para que entre todos nos tomáramos mucho más en serio una competición única y distinta. Después del gol de Oyarzabal y el título más de tres décadas después, ya nadie duda de que merecía la pena arriesgar lo que se estaba haciendo en la Liga para no cortar las románticas aspiraciones en un torneo que muchas veces no entiende de favoritismos y que depara sorpresas a la vuelta de cada esquina. ¿Quién nos iba a decir a nosotros que de repente un año encajarían todas las piezas y que el equipo realista iba a vencer todos los encuentros de la edición de la Copa que acabó arrebatando a su eterno rival? Si es que la satisfacción para siempre fue tal que hasta llegamos a imaginar que pudo merecer la pena la espera, pero no. Con el paso del tiempo les garantizo que no. La maldición del 0-4 en el Bernabéu en 1988, que constituyó su origen, se convirtió en una de las manchas negras más vergonzosas en la historia de un club legendario como el nuestro, con muchas victorias épicas inesperadas en su palmarés que son la envidia de la mayoría del resto de equipos. Y, una vez más, debemos ensalzar la figura de Imanol Alguacil, que volvió a poner en valor cualquier partido que dispute un futbolista con la txuri-urdin puesta y que fulminó los objetivos a la carta que tanto defendieron de forma incomprensible muchas mentes perdedoras del entorno blanquiazul, que acabaron haciéndonos de menos.

Hace unos meses, leí un tuit que, aunque no sea refiriéndose a nuestros colores, para mí define a la perfección el embrujo de la Copa. Lo escribió un agradecido valencianista cuando se confirmó la salida de Kang In Lee al Mallorca: "Lee tiene un porcentaje muy importante de la histórica victoria por 3-1 al Getafe en la Copa del Rey. Uno de los partidos que más he disfrutado en toda mi vida, si no el que más. Eternamente agradecido, te mereces toda la suerte". Ese triunfo fue en cuartos de final, cuando aún se disputaban a doble partido y, con 2-1 en el marcador, el Valencia se salvó en el último minuto de encajar un gol porque un disparo de un compañero dio en la espalda del hoy ché y aquel día getafense, Hugo Duro, y, en la contra, Rodrigo, que ya había logrado un tanto en la prolongación, le dio el pase al firmar el 3-1. Luego acabaron ganando la Copa al derrotar al Barcelona de Messi también en Sevilla, pero para muchos el día D llegó antes. Así es el embrujo de este torneo, te obliga a perseguir hasta el final tus sueños, aunque sean milagrosos, porque nunca sabes lo que te deparará el destino.

De todos los sentidos homenajes que ha recibido Almudena Grandes estos días, me quedo con el que le hizo una mujer anónima en sus redes sociales: "Un día hace años en la calle Fuencarral, con mi hija mediana: Malena ¿recuerdas cuando me preguntaste que qué quería decir trascender? Sí, no me lo supiste explicar. ¿Ves esa señora? Se llama Almudena Grandes. Es escritora. Tú te llamas así por ella (por su obra Malena es un nombre de tango). ". Ganar un título con el equipo de tu corazón toda una vida después, eso es trascender. Para siempre. El premio final es demasiado grande como para escatimar esfuerzos. A por la Copa, sin duda el camino más corto para saborear de nuevo los laureles de la gloria. ¡A por ellos!