El fútbol es cíclico y hay cuestiones que se repiten temporada tras temporada. No falla. En cuanto el crack del Madrid recibe una entrada fuerte, sin necesidad de que brote la sangre, arranca la campaña de la prensa madrileña para que se proteja a la estrella de turno. Que quede claro que solo a él, no vayan a pensar, que a los jugones de otros equipos les dan cera hasta en el carnet de identidad, además de no contar con el refugio de la bula arbitral que ampara a los gigantes. En un informativo pasaron directamente de la pieza en la que exigían auxilio para las piernas de Vinicius a destacar lo competitivo y lo rocoso que fue el Valencia de Bordalás en Anoeta (que lo fue, sin duda). Pero no sé, no estaría de más que al menos disimularan un poco, porque al igual que el brasileño, Januzaj y Barrenetxea también son de profesión regateadores y recibieron demasiados golpes el pasado domingo en una consigna preconcebida en un vestuario.

No me negarán que, en tiempos de bonanza, con el equipo instalado en la elite de nuestro fútbol, de cuya cima le desbancó el villano que dirige al Valencia, parece que siempre necesitamos proyectar nuestra impotencia buscando cabezas de turco. Ojo, que nadie saque las garras, que yo también me incluyo. Como me gusta repetir, en el fútbol eres tan bueno como has jugado en el último partido, por muy injusto que sea (que evidentemente lo es, sobre todo en un club que se jacta de querer ser de los mejores del mundo entre semana en Zubieta). Los nuevos rostros colocados en la diana o en el paredón han sido Diego Rico y Barrenetxea. El burgalés sigue contando con la coartada de su falta de adaptación por su lesión, pero el donostiarra comienza a poner muy nervioso a su, al parecer y por lo que se ve, nutrido grupo de detractores. Ya lo saben, el talento siempre estará bajo sospecha, tal y como le puede explicar y recordar Januzaj, que cuenta a partes iguales con un ejército de haters. Algo, esto último, de lo que desgraciadamente carece por ahora el guipuzcoano (tendrá que ganárselo, como ha hecho por méritos propios el belga).

Desde el origen del fútbol, los virtuosos del balón siempre han sido jugadores especiales y diferentes. Ahí está el caso de Garrincha, uno de los primeros trileros que causaba estragos pegado a la cal, quien, entre amago y amago, escondía la pelota ente otras cosas (aparte de por su indiscutible magia) gracias a que era zambo; tenía los pies girados 80 grados hacia adentro, su pierna derecha seis centímetros más corta que la izquierda y la columna vertebral torcida. Taras que se agravaron por una severa poliomielitis. Cuentan que cuando era pequeño lo operaron sin éxito para curarle la anormalidad de las piernas que, paradójicamente, acabó convirtiéndose en su mejor arma al permitirle fintar hacia un lado y escaparse por el otro. Los médicos no le auguraron un gran futuro deportivo (era adicto al tabaco desde los diez años) y el psicólogo del seleccionador brasileño, el profesor João de Carvalahaes, consideraba que era "un débil mental no apto para desenvolverse en un juego colectivo", pero acabó convirtiéndose en "el mejor regateador de la historia del fútbol". Cosas de la calidad, siempre perseguida y analizada con lupa.

Como ya he afirmado con rotundidad en varias ocasiones, yo soy de los que les gusta Barrenetxea. "Un diamante", como le definió en una palabra su compañero en la delantera Alexander Isak. Salvando las distancias, creo que el caso de Vinicius es un buen ejemplo al que agarrarse mientras aguardamos la verdadera explosión del canterano, que, dicho sea de paso y por si a alguno se le había olvidado, todavía tiene 19 años. Sí, 19, han leído bien. El madridista ha dejado atrás la época en la que era la mofa del campeonato para convertirse en un cisne. Vertical, habilidoso, potente y, lo más sorprendente, goleador. La jugada en la que le derribaron en Granada y supuso la expulsión de Monchu se encuentra al alcance de muy pocos, con esas arrancadas y ese desborde.

La vida del gambeteador nunca ha sido fácil y está repleta de aventuras en solitario llenas de fallos y de jugadas sin éxito, pero cuando consigue su objetivo en forma de asistencia o de gol, se convierten en un tesoro. Barrenetxea lo intentó varias veces contra el Valencia, pero Foulquier le comió la moral primero y la tostada después. Con el desparpajo que siempre ha demostrado, es cierto que chocó que en la segunda parte se fuese del partido, como si hubiera tirado la toalla o hubiese perdido gran parte de su fe, lo que no tardó en provocar su cambio. Pero yo me quedo con que, sin estar todavía al 100% porque viene de una molesta lesión de espalda (reapareció antes de tiempo porque se lo pidió el cuerpo técnico a pesar de estar literalmente tieso), frente al Sturm Graz dejó dos caños estratosféricos, que hubiese firmado hasta el mismo Ronaldinho o que, cuando estaba en plenitud de condiciones, arrancó la temporada como titular siendo el más destacado de todo el grupo. Lo que me tranquiliza, a falta de un paraguas de defensores como el que tiene Januzaj, es que, al igual que Isak y la mayoría de sus compañeros que le definen como "un avión", Imanol sabe muy bien lo que tiene entre manos. Como ya se vio en un vídeo, el técnico le aplaude la valentía y la verticalidad para intentar que nadie coarte su fantasía. Eso sí, sin bajar ni un mínimo la exigencia, como quedó acreditado el día de su estreno como titular, cuando en el descanso le dio diez minutos para dejar su sello ya que si no le sustituía. Menos mal que le esperó porque enamoró a Anoeta...

Barrenetxea es tan bueno y cuenta con tantas facultades que ahora está obligado a dar otro paso adelante. En productividad, continuidad y en los fríos números, porque hoy en día en las alas de la Real la competencia es máxima como lo confirma la salida de Merquelanz y el cartel de suplente que ha soportado el mismo Januzaj en detrimento de Portu en los dos años anteriores. En un reportaje que emitió este lunes El Día Después, Ernesto Valverde contaba que el jugador que más calidad tenía de su histórico Sestao de los años 80 era José Luis Mendilibar, que como entrenador es el azote de los talentosos extremos: "Técnicamente era bueno y bastante rápido, pero metía poco el pie. Lo que no quiero es que un futbolista con las condiciones que tenía yo, se quede en nada". El fútbol no espera a nadie. Son muchos los jóvenes que derribaron la puerta y se quedaron en poca cosa. No creo que le pase esto a nuestro Barrenetxea. Aunque su reloj está parado, no podemos olvidar que los grandes logros para los que está llamado el diamante de Zubieta requieren tiempo y paciencia. Erigirse en héroe en una noche como la de Mónaco (ya puso el centro del gol de Willian José en Nápoles) le acercará a lo que puede y queremos que llegue a ser. ¡A por ellos!