Acababan de dar las 18.00 horas y las puertas de Anoeta permanecían cerradas. Aguardaba únicamente un partido amistoso, que además no había levantado la expectación que se le podía presuponer al día en que la afición se reencontraba con su equipo. Y, sin embargo, quienes habían solicitado (y conseguido) su entrada vivían ya una tarde especial. Pocos aguardaron hasta el último momento para acceder al estadio. Primero, porque las recomendaciones previas hablaban de antelación. Y segundo, porque había ganas de entrar cuanto antes. Familias de realzales miraban al operario de turno a través de las verjas, para ver si, ejerciendo presión, les abrían un poco antes. Nada. Protocolos escrupulosos.

El país de los sueños txuri-urdin quedaría por fin accesible un cuarto de hora después, a las 18.15. Y el goteo constante de espectadores denotaba que la de ayer no era una jornada cualquiera. Sacaban fotos, grababan vídeos€ Había pasado mucho tiempo desde aquella victoria contra el Valladolid de febrero de 2020. Y mientras los futbolistas txuri-urdin calentaban sobre el césped, previamente aplaudidos por la parroquia presente, la megafonía se encargó de recordar lo que estaba sucediendo en Anoeta. Sonó de forma simbólica el Football is coming home. Efectivamente, el fútbol había regresado a casa.

Lo hizo como si no hubiera pasado el tiempo. Mismos cánticos. Mismas celebraciones, bailando de espaldas al campo. Aunque algo sí que había variado respecto a la era prepandemia. Ahora la Real tiene un título más en sus vitrinas. Y nada más arrancar el encuentro la hinchada se arrancó con el "txapeldunak, txapeldunak". Cantando una cosa u otra, quedó claro que, con el aforo al 12% como estaba, Anoeta también hace ruido. Bastante además.

El miércoles llega la segunda y última oportunidad de la pretemporada para ver a la Real en casa, contra el Mónaco. El límite estará entonces en 8.000 espectadores, debido a las nuevas restricciones, pero poco importa. Ayer 5.000 ya se valieron para disfrutar de su santuario.