espués del doble partido contra el Betis, en la noche de la eliminación copera, recibí la llamada de un amigo sevillano, bético hasta las cartolas, cantante profesional, creador de letras y músicas. Los dos nacimos el mismo mes, somos Piscis y mantenemos desde hace mucho tiempo una buena relación. Le conocí muy joven y hoy ya es padre de una niña a la que le dedica canciones. Reconoció en la conversación que la Real había sido muy superior en los dos partidos y que debía haber ganado los dos, pero... Como las charlas son privadas, no puedo añadir nada más de lo que hablamos, pero tenía muy claras las razones de las dos derrotas.

Compitió en Operación Triunfo. Llegó muy arriba en la edición en la que participó. Desde entonces, compone, canta, actúa y no son pocos los seguidores que le apoyan. Le salpica la crisis como a todo el mundo y los conciertos han dejado de ser una realidad. Lee y escribe. Acuña frases que le gustan y las comparte. La última es una de Mario Benedetti que hace referencia a que las cosas dependen bastante de nosotros: "Uno tiene en sus manos el color de sus días".

Decidimos. Un día la Real hizo la apuesta por Imanol, porque creyó que era la persona idónea para la formación de jugadores, primero, y para el alto rendimiento, ahora. Gustará más o menos. Acertará más o menos. ¿Quién no se equivoca? Ha demostrado que se cruza poco de brazos, que piensa en el equipo más horas de las que cuenta el día, que decide en función de la información que maneja y que desea siempre lo mejor para el grupo, para su club, para los jugadores que gestiona. Con ellos quiere llegar al fin del mundo. ¡Y llegará!, aunque en el camino le aparezcan tormentas, movimientos sísmicos, desencuentros y desconfianzas. Acaba de renovar un contrato porque la credibilidad en su capacidad sigue intacta. Transmite sentimientos y valores. Comparte emociones y trata de que los futbolistas sientan lo mismo que él. Cuando todo ha ido por el buen camino, daba gusto verles jugar.

Sucede que con ese colectivo afronta la Liga, la Copa, la Supercopa, La Europa League, las internacionalidades de los jugadores que convocan los seleccionadores y la competencia con el resto de plantillas. Conviene no perder de vista que nuestros galácticos provienen de Donostia, Beasain, Mutriku, Azpeitia, Azkoitia, Irun, Eibar, Arrasate, Errenteria, Navarra, Gasteiz, junto a un ramillete de fichajes que completan y complementan el elenco. Todos unidos por la misma idea y por el mismo proyecto. Con esa tropa competimos.

Por ejemplo, contra el Villarreal, que cuenta en sus filas con una especie de harén, procedente de mil nacionalidades. Una ONU de máximo nivel, con un fondo de armario incuestionable. No es que me alegrara por la eliminación del martes en Sevilla, pero convivo con una realidad. Creo que es preferible focalizar los objetivos. Es imposible llegar a todo, a pleno rendimiento, pretendiendo que la acumulación de partidos no deje secuelas. Por curiosidad, ayer conté los beaterios que llevo escritos desde el inicio de temporada. Exactamente. Veinte de liga, dos de Copa, uno de Supercopa y seis de Europa League. Con éste de hoy, treinta. Los mismos que los partidos disputados. ¡Estamos en enero con tres decenas de partidos a la espalda, sin contar los añadidos de los futbolistas internacionales. Una barbaridad!

No podemos pretender que el equipo los gane todos, porque es imposible. Tampoco, que mantenga el mejor pico de forma física todo el curso. Es evidente que la mala racha se alarga más de lo deseado, pero ahora disponemos de unos días para jugar un partido por semana, recuperar lesionados, mejorar los estados de forma de quienes no están a su mejor nivel, seguir creyendo en nosotros y reconquistar los hábitos que tanto cautivaron. Pensar en otra cosa es dislate aunque, desde luego, respeto las opiniones de todos, las que coinciden y las que difieren. Llevo demasiados años en esta historia y he conocido entrenadores a mansalva. Podría escribir un libro con los desencuentros habidos y os aseguro que, como el que hoy rige los destinos, pocos. Por no decir, ninguno. No sé si sabe mucho o poco de fútbol, pero transmite más que ninguno. No se guarda nada y lo que piensa y siente te lo dice. Lo sé por experiencia. Va de frente como las flechas cuando salen del arco.

Ayer vivía un partido especial, porque defendió las dos camisetas de los equipos que se enfrentaban. Es obvio que quería ganar porque hoy solo mira por unos colores, los de toda su vida. Pensó en el modo de sorprender y lograr el objetivo. Eligió un equipo, dispuso un plan, pero en menos de tres minutos un derechazo fulminante de Parejo descomponía la figura, después de un ataque prometedor que no cuajó en el área contraria. El partido estaba donde el rival quería. Se monta atrás, te dejan la pelota, se defienden con orden y esperan el momento de asestar el golpe definitivo. Así transcurren los minutos, mayor posesión, más oportunidades de gol, infinitos centros laterales, peor resolución, menos fortuna y el panorama que se va tornando sombrío. Crees que la historia se va a repetir. La cabeza va dando vueltas. Piensas en otro día más y te amargas. Pero llegó la última acción, la de la porfía, la de pelear el balón de la gloria bendita, con un certero derechazo de Isak que hizo saltar los muelles de todos los sofás de Gipuzkoa. Saltos de necesaria alegría.

Imanol apostó casi por los mismos de Sevilla con un par de cambios. Illarramendi volvió a ser titular, jugó un tiempo. Carlos Fernández entró al campo, para debutar en liga, cuando quedaba un cuarto de hora para el final. Lo mismo que Januzaj y Gorosabel. Un no va más, sin que llegara el tanto que el equipo merecía por su esfuerzo. Cuando todo parecía que se escurría como el agua entre los dedos, llegó ese gol. La asistencia del sevillano, el remate del sueco y los abrazos multinacionales. El equipo sigue teniendo en las manos el color de sus días. Hoy, felizmente, brilla.