icen que un clavo saca a otro clavo, pero no sé si eso es muy cierto. Comentan los entrenadores y los sabios del fútbol que, después de un siniestro, lo mejor es que llegue cuanto antes el siguiente partido que permita cambiar el chip y olvidarse del palo recibido. Eso, tampoco sé, a ciencia cierta, si es verdad. De lo único que estoy convencido es de que el encuentro de anoche no me hacía mucho tilín, que mis pilas estaban bastante descargadas y que ver otra vez a los mismos futbolistas, o parecidos, no iba a sacar de mi cabeza los recuerdos del partido del sábado. Y visto lo sucedido, tras la derrota de anoche y la correspondiente eliminación, seguiré con mis tribulaciones.

Salvo que el equipo saliera enchufado desde el principio, marcara pronto un gol, otro y otro (con dos no nos sirvió el sábado) y recuperara el aliento, iba a ser complicado que el pálpito chisporroteara y la decepción se tornara en esperanza. A la hora de comenzar el encuentro admito que me sentía como un vago redomado. Era una final en octavos. Ganar o a casa. El punto de partida lo dio Oyarzabal. En la única oportunidad del primer tiempo, zurdazo con bota naranja como la Fanta y pelota al fondo del portal. Desde ahí hasta el descanso, una defensa seria, sin concesiones, sin prisas. Lo que el encuentro requería. Tonterías, las justas. Qué curioso es el juego y el propio fútbol, que es capaz de hacer cambiar en tres días el diseño del partido.

Comparto también otra curiosidad. Sucede que en muchos momentos en los que se alternan liga y sorteos coperos suele coincidir que, en un pequeño espacio de tiempo, te enfrentas al mismo equipo varias veces y terminas del rival hasta las cachas. Recuerdo, militando en Segunda, un doble desplazamiento a Almería. Los dos partidos lejos de casa. Horroroso. O cogía varios aviones, o viajaba en coche, o subía a un tren. El trayecto en Talgo desde Madrid a esa ciudad andaluza es precioso. Pasa por sitios increíbles, ofrece vistas maravillosas, pero tarda lo que no está escrito en los papeles. Como me gusta imaginar historias, hay tramos en los que la vía trascurre entre peñascos de bajos desfiladeros, angostos, estrechos. En varios momentos imaginé el momento en que pudieran aparecer bandoleros. Después de varias horas sintiendo el tracatrá del tren, llegas a la estación de Almería. Lo mejor es que esos edificios se encuentran en general muy céntricos. Allí era bajar del andén, salir, cruzar la calle y entrar en el hotel de concentración. Eso sí, el viaje duraba tres jornadas por lo menos. Ayer el equipo viajó en el día.

A Sevilla hubiera viajado en tren también. Cuando la prisa no aprieta, es el viaje más cómodo. Llegas a Santa Justa y en un plis plas estás en el hotel. Nos venía muy bien cuando se jugaba en el Sánchez Pizjuán. El campo del Betis está en la otra punta de la ciudad. Una vez, llegamos al estadio verdiblanco en un taxi buena parte de los enviados especiales. Los radiólogos, que solemos acceder bastante antes que los plumillas, nos bajamos del coche y unos aficionados locales nos montaron un pollo en toda regla. Nos confundieron con periodistas de Canal Sur. Creo que esta historia la he contado alguna vez. Los verdiblancos se quejaban con amargura del trato que recibían en relación con el eterno rival. Nada nuevo bajo el sol de Heliópolis. Anoche, como era tan tarde no lucía y los espectadores se quedaron en casa como es menester.

Cierto es también que en ese paisaje revoloteaba el morbo. El posible debut de Carlos Fernández, un sevillista de pura cepa, en la cancha del eterno rival tenía su aquel. El guzmareño (natural de Castilleja de Guzmán) heredó el 9 y soñaba con el debut. La prórroga permitió que saliera al campo en unas circunstancias especiales, con la niebla apretando. ¡Qué horror, porque no se distinguía nada!

Cuando conocimos el equipo que disponía Imanol de salida, comprobamos la presencia del viejo capitán, con su brazalete y sus ilusiones. Casi se me había olvidado cómo jugaba. Uno más a disposición del entrenador. Lo suyo no ha sido vagancia, más bien todo lo contrario, en un montón de meses en los que ha debido convivir con la cruda realidad de sus lesiones y la soledad de una recuperación que parecía no tener fin. Ver al 4 en plena efervescencia, metiendo el pie sin temores, leyendo el partido con inteligencia y defendiendo el escudo junto a los suyos, es mejor noticia que un resultado favorable. A nadie se le escapa que no está rodado. Posiblemente, Imanol pensó en darle una hora de juego, pero el colegiado se encargó de que fueran menos minutos. Es tan injusta la expulsión como el deterioro del nivel arbitral de quien debe administrar justicia. Aunque la niebla impidió la mejor visión, la decisión no se sostiene.

45 minutos por delante con uno menos y con un hartazgo indisimulado con el señor que pita y con quien debe intervenir desde la sala de máquinas. Hace tiempo que aprendí que entre bomberos no se pisan la manguera. En una situación como esa, los planes se vienen abajo y te obligan a cambiar sobre la marcha. El equipo aguantó lo que pudo hasta que Canales, otra vez él, niveló la contienda. La expulsión del bético Sanabria igualó el número de protagonistas y, con todo el belén montado, nos fuimos, otra vez, a la prórroga, con el recuerdo reciente de la Supercopa. No llegamos a los penaltis porque pasaron demasiadas cosas. La niebla nos confundió y entramos en una nebulosa de cambios, de jugadores en posiciones inesperadas, de riesgos enormes que el Betis aprovechó para marcar dos goles y mandarnos a casa. Eso sí, con actuación del Var anulando un gol de Januzaj por el pelo de un calvo, y con problemas de audio que impidieron escuchar la opinión de Mikel Merino.