Santiago Bernabéu fue un presidente decisivo en la historia del Real Madrid. Bien asesorado por gente de valor (Saporta) y miembros de su junta directiva, se apoyaba en las personas que consideraba más idóneas para la marcha del club. Decidía lo que consideraba conveniente para la entidad. Huía de lo mediático y le influía poco el runrún del exterior. Apostó por Miguel Muñoz como entrenador del primer equipo. Catorce temporadas en el banquillo de Chamartín. Impensable a día de hoy una cosa parecida. Cuando el equipo no carburaba o enlazaba varias jornadas sin ganar, se oía el ruido de quienes pedían la cabeza del técnico. Lejos de plantearse el cese, le renovaba el contrato y se acababa el problema. Lo mismo con Pedro Ferrándiz en la sección de basket.

He recordado este pasaje porque la Real Sociedad, salvando muchas distancias, está haciendo cosas parecidas. Apuesta inequívoca por los dos bastiones fundamentales del área deportiva. El pensamiento y el procedimiento, lo teorético y la praxis, Olabe e Imanol. Cada uno a su manera y con los staffs en los que se apoyan para sacar adelante los proyectos en los que confían. La prolongación merecida de sus contratos, más allá de los resultados puntuales, otorga una calma al equilibrio de la entidad en un área trascendental. Confiar en un entrenador hasta 2023, con todo lo que nos ha llovido en el camino, es milagroso y desde luego rara avis en el mundo del fútbol en el que nos movemos. Las conversaciones de todas las partes fructifican, porque todos salen beneficiados. El club, porque se asegura gente profesional que controla a todos y cada uno de los futbolistas que entran por la puerta de Zubieta y sus alrededores. Los técnicos, porque se garantizan un trabajo en el que todos se conocen y saben cuál es el papel que juegan en esta historia. No hay cortadores del césped bajo los pies de quien lo pisa.

Respecto a la idoneidad de las personas que se encargan de poner en valor el día a día deportivo, no hay mucho que discutir. Añadamos además que suman el plus de la pertenencia, el sentimiento por los colores, porque los dos defendieron en su día la misma camiseta siendo jugadores. Felizmente, no hablan idiomas fríos, ininteligibles, que en el tiempo no llegaron al corazón de los futbolistas que hoy prolongan al exterior lo que aprenden dentro, desde una base científica, sólida y no improvisada. El club no regatea ni medios, ni esfuerzos, para dotar al área deportiva de todos los recursos necesarios para crecer, progresar y competir con todos los rivales, incluido el eterno. La victoria en San Mamés les refuerza.

Cabría escribir algo similar de la gestión económica, el otro y básico pilar sobre el que se sostiene la entidad. Acaban de aprobarles las cuentas pasadas y el presupuesto futuro. Pese a todo lo que está cayendo, con muchos ingresos podados por la segadora del virus, el esfuerzo se traduce en una marcha casi idílica en las cifras. A día de hoy, si el club se plantea una compra masiva de escapularios, o estampitas de Santa Rita, la votación sale adelante con una holgura demencial.

Justo lo contrario de lo que sucede en la casa del eterno rival. Allí, los gestores se han encontrado de bruces con una realidad bien distinta. Ni mejor, ni peor. La confianza es un don que se gana en el camino. Los números y la letra de la canción, a los dos lados de la autopista, suenan muy diferente.

Los principales exponentes deportivos, más allá del momento social de sus clubes, se vieron las caras en San Mamés, con semblantes diferentes y posiciones distantes en la clasificación. Era un partido incierto porque llegaba después de unos días de sosiego, paz, zambomba, villancicos, jamón y gamba pelada. ¡El turrón se lo prohíben! Sin público, para que siguiera faltando de todo. Un derbi silencioso y hueco sólo deja el ruido del eco. Retumbaban las voces en la vacía grada. Dos sonaron por encima de las demás. La primera, coincidiendo con el gol de Portu. La última, al sonar el pitido final del árbitro, cuando se confirmaba la victoria, la ruptura de la negativa racha y el rearme moral que significa ganar en un campo donde nunca jamás las cosas son fáciles.

Fue decisiva la acción que termina con el balón en las redes locales. Fue una jugada habitual, cuando coinciden en el campo jugadores que saben el libreto de memoria. Una robada de balón, un pase al espacio, una llegada, un centro, un remate decisivo. Escribe los nombres de Guridi, Merino, Oyarzabal y Cristian Portu y encontrarás a los principales actores del elenco. Acababa de comenzar el partido y el tanto pesó como losa en los locales y dinamizó el juego visitante, aunque la Real no hiciera un partido bonito, ni jugara bien. Pero le bastaba. Apareció Guridi con un batallar incansable, lo mismo que el resto de sus compañeros. El de Azpeitia puso el turbo y aún sigue en marcha. En el camino los de Imanol debieron cerrar el partido y evitarse las incertidumbres del final. No pasaron apuros, pese a algún centro lateral bien resuelto por una zaga consistente y sin fisuras.

El partido de San Mamés refrenda el plan de la Real. No había dudas, pese a la racha sin triunfos. Precisamente, se rompe ante un rival en apuros. El entrenador cumple cien encuentros al frente de las operaciones y lo hace con la quinta del desparpajo en plena efervescencia. Comenzó con seis e incorporó tres más sobre la marcha. Como en aquella canción de Mari Trini “La inocencia perdí, desaté el corazón”. Mucho debutante en un campo de tradición. Día inolvidable para ellos, para los que les ayudaron en el camino, para los seguidores y para quienes necesitan buenas noticias que hablen de cosas diferentes a las vacunas, pandemias, confinamientos, perímetros…

Los protagonistas se acordaron en las declaraciones post match de los aficionados, de las personas y familias que han perdido seres queridos y del buen año protagonizado por un equipo que sigue con su buena travesía. Quieren compartirlo con su gente. Como en lo malo y en lo bueno no hay demasiado tiempo para detenerse, la próxima estación con parada obligatoria llega el domingo en otro partido de enjundia, con el Osasuna en el horizonte como rival dominical. Para entonces, la feligresía se habrá comido las uvas con regusto dulce, bebido un espumoso, puesto unas bragas o gallumbos rojos, y cuantas tradiciones se contemplen en día tan señalado, despidiendo un capicúa lamentable que nos sigue mirando de frente aunque su sucesor haya llamado a la puerta para desalojar al viejo inquilino. Por falta de ganas no será.

Urte berri on!