Prometo que no era yo. En Madrid tenía un compañero y amigo que un día tuvo que encargarse de la sección de fútbol internacional. Como era bastante inquieto y muy buen redactor, no se le ocurrió otra cosa que hacer un reportaje sobre el duelo siciliano que iba a enfrentar por primera vez en Serie A al Catania y al Palermo. El cachondo debió pensar que daba en el clavo con el titular que, por si fuera poco, le entraba niquelado en la maqueta. "El derbi de la mafia". No se pueden imaginar la que se montó. Al día siguiente llamaron hasta del consulado italiano para pedir explicaciones y solicitar una rectificación. Sus colegas, que éramos bastante cabroncetes, nos pasamos toda la tarde poniendo la música de El padrino. Lo mejor de todo fue el episodio final, ya que semanas más tarde, bajo juramento de no propagarlo, me contó que unos días atrás en la salida del metro le estaba esperando un señor con una pinta muy mala, tipo gángster. Como se imaginarán, todavía me muero de la risa cuando lo recuerdo.

Lo cierto es que hay que tener mucho cuidado y ser muy respetuoso con las circunstancias de cada pueblo. Y hablo con conocimiento de causa, ya que viví once años en Madrid y alucinaba a diario con el concepto de los vascos que tienen o que se han creído muchos de los que no han pisado en su vida nuestra tierra. En este sentido, encuadro la ofensa que produjo para los napolitanos y argentinos más fanáticos el guiño de Imanol al malogrado astro argentino (ya es mala suerte lo sucedido después) que no voy a entrar a valorar más. Eso sí, lo que no estamos dispuestos a aceptar es ninguna ofensa ni a la Real ni a nuestro entrenador, que es como nuestro escudo. Conociendo lo competitivos que son, no me cabe ninguna duda de que Gattuso, un lobo con piel de cordero, consumió el comodín de la motivación en la previa del choque de ida aludiendo a la frase del técnico realista. Así se explica que el director deportivo, que andaba loco por la actuación arbitral, le reprochara algo aludiendo al 10 que no llegaron a entender demasiado bien. Pero lo peor fue lo de Insigne, digno heredero de Ciro Ferrara como representante de la ciudad partenopea en el equipo de su tierra, quien, como se esperaba, se debió sentir ofendido y quiso vengarse pavoneándose en la victoria: "Sois una miseria de equipo", repitió en su lengua materna encarándose con los realistas que se retiraban abatidos con la cabeza gacha, acompañado del universal "va fan culo". Que no necesita traducción.

Por lo que me cuentan, hubo que frenar a Oyarzabal y, sobre todo a Portu, puesto que estuvieron cerca de perder los papeles fruto del calentón del momento y de la frustración de la derrota. No, tranquilos, no pensamos colocar en su cama esta noche una cabeza de caballo, pero sí queremos y exigimos venganza. Porque el triunfo a la italiana en Anoeta, con un solo disparo entre los tres palos de rebote y demostrando una solvente y poderosa fortaleza defensiva tampoco fue para sacar tanto pecho. No venía a cuento y menos aún menospreciar a nuestro entrenador, que el pobre todo apurado, con lo buena gente que es, no ha parado de justificarse desde ese momento. Solo le ha faltado salir a una rueda de prensa con una camiseta azzurri con el 10.

He visto casi todo de Maradona, he sentido su muerte como si le conociera de verdad y he visto y leído un sinfín de reportajes sobre su carrera. Siempre resumiré nuestra alejada pero también cercana, en mi fantasía, convivencia a lo largo de mi existencia con la mejor frase que le define, pronunciada por el también irrepetible Negro (con perdón) Fontanarrosa: "No me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía". Han sido muchos los que se la han apropiado en su velatorio mundial, pero tiene firma de una de las personas que mejor ha escrito jamás sobre fútbol (su cuento del Viejo Casale es imperdible). Otra sentencia del mismo tipo que reafirma cómo era su personalidad es que "Diego solo se hizo daño a sí mismo, no hizo daño a nadie más". Y, por ende, la certeza proclamada por todos sus exequipos de que no hay ningún futbolista con el que compartió vestuario que hablase mal de él. Desgraciadamente, ya cuando comenzó a desvariar, Maradona no puede decir lo mismo.

Entre otras cosas, imagino que es por este motivo que los que no le vieron jugar, las generaciones posteriores, se han extrañado por la planetaria repercusión que ha tenido la triste noticia de su fallecimiento y su despedida. "No van a encontrar un solo reproche porque el fu-tbolista no tenía defectos y el hombre fue una víctima", escribió un emocionado Valdano en las primeras líneas del obituario que publicó en El País. Como solía decir Signorini, su inseparable preparador físico, "con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina".

Maradona no era ningún Dios, solo era el terrestre que mejor jugaba al fútbol. Su calidad era galáctica, pero él vivió alejado del glamour y del vedetismo de los grandes de la historia de este deporte. Su gente era la de la calle. Muchos infravaloraron incluso su inteligencia y se confundieron, porque siempre tenía una lectura de las cosas más que interesantes. Solo así se puede entender que estuviera a punto de conseguir que todo un pueblo, el napolitano que le venera como un santo, apoyara a Argentina, rival de Italia en la semifinal del Mundial 1990: "Napolitano, te utilizan 364 días al año y ahora te piden ayuda", recordaba Valdano que les dijo, "y terminó siendo editorial de La Repubblica y del Corriere della Sera porque metió los dedos en el enchufe nacional. No hay que subestimar la inteligencia salvaje de los futbolistas". Imposible explicarlo mejor. Para entender a Maradona resulta preferible escuchar al pueblo llano. Como la abuela de un gran amigo argentino de mi familia que cada vez que salía en la televisión repetía: "Ay, a cuánta gente ha hecho feliz este hombre€".

La Real estrena hoy su nombre en el viejo San Paolo. Un honor de categoría inmortal. Lo hace ante un rival que viste la camiseta que elevó a los cielos el barrilete cósmico, pero que no estuvo a su altura en Anoeta. Cuando te pasas la vida denunciando la injusticia de los poderosos, no puedes hacer de menos a un rival inferior en músculo financiero. Mirarle por encima del hombro y tratar de humillarle cuando ya le has derrotado. No puedes ejercer de pobre y luego repetir los pecados de los ricos que tanto denuncias. Sobre todo porque el 10 albiceleste fue un icono para vastos sectores populares de distintos y lejanos países, que lo tomaron como una figura de pelea contra los pudientes. Dicen que en Nápoles solo existe el presente, algo que se puede aplicar a la final de hoy, y que es una ciudad bella. Incluso demasiado bella. Como escribió Rilke, poeta austríaco enamorado de Nápoles, en una de sus elegías: "La belleza no es si no el principio de lo terrible. La belleza genera violencia". Si yo fuera Imanol, empapelaría el vestuario esta tarde con la frase "sois una miseria de equipo". Ya se oyen los tambores de guerra en las faldas del Vesubio. Sí se puede. Vendetta. ¡A por ellos!