abéis lo que os digo? Que celebro infinito que ayer no pudiera salir de mi perimetrada población, ni cambiar de territorio, ni llegar más tarde de las once de la noche a casa. Estaba el día para ir a Mendizorroza a ver un partido de fútbol y a contarlo. ¡Vaya rasquita! De ella se salvaron también los lesionados de la Real Sociedad, incluido Silva, que cascó en el calentamiento y que supuso un cambio de urgencia para que Roberto López volviera a ser titular. Cabría incluir aquí, por ejemplo, a las jugadoras que ganaron en Zubieta al Espanyol, a las que les cayó encima la intemerata.

La jornada no era de bermuda y chancleta, sino de gorro, guantes, térmicas, gallumbos de invierno, bufandas, abrigos de doble forro y lo que sea menester. Hasta tal punto rascaba que, a media tarde, preparé un chocolatito reparador que acompañé con unas porras descongeladas antes de darles pasaporte. No sé cómo es la gloria bendita, pero creo que estuve cerca. Llegada la hora del partido, aproveché un caldo de verduras para templar el cuerpo. No soy amigo de poner la calefacción en casa salvo que prevea alguna visita a Pingüin Etxea, que es como la denominan los más cercanos. Por una vez y sin que sirva de precedente, celebro haberme quedado sin moverme por decreto.

Traté de recordar días similares. Cuando viajaba cada quince días, lo primero que hacía al publicarse el calendario de liga era comprobar en qué momento tocaban, en distintas épocas y categorías, ciudades como Huesca, Soria, Valladolid, Lérida€ donde los termómetros no son nada generosos con los humanos. También hemos soportado rascas, aunque no lo parezca, en Villarreal y Turín. Aquí la culpa fue mía. Llevé ropa de final de verano. El día del partido visitamos el centro de la ciudad, subimos al mirador de la Mole Antonelliana, frente a los Alpes ya nevados. Soplaba un viento de narices, al tiempo que iba con una chaquetita por encima de una camisa de manga corta. ¡Listomari!

O me abrigaba, o cascaba. Al bajar, pasamos por muchas tiendas. Paré en una de Armani. Compré una bufanda negra que aún conservo como recuerdo y que sigue haciendo la función para lo que se creó. En unos almacenes más populares adquirí un gorro de lana y guantes a juego. Todo sigue estando en mis manos. Me salvaron bastante de la rasquita. Como nos querían cobrar por transmitir y no estábamos por la labor de pagar, el gorro me vino estupendo para tapar auriculares y micrófono. Pese a la vigilancia, salvé los muebles. Por cierto, en aquel estadio les guindaron a unos colegas de la prensa escrita, el día previo al encuentro mientras el equipo entrenaba, un ordenador portátil. Desapareció como por encanto, por arte de birlibirloque. Aunque el robo más hábil que conozco se produjo en una cabina de radio en el estadio Jose Alvalade de Lisboa. Otro compañero transmitía el encuentro, en cabina cerrada, le abrieron la puerta y se llevaron una cazadora negra de cuero, una chupa, sin que se diera cuenta hasta que llegó el descanso. Luego dirán que no ponemos pasión en la transmisión de los partidos. Solemos subir las ganancias de los auriculares para oír el retorno de la transmisión lo mejor posible. No escuchamos nada más. No te puedes fiar ni de tu sombra en situaciones que no controlas. A ver si algún día os cuento más historias parecidas de sisas e intentos de sisas.

No sé qué nos pasa en los calentamientos pero, que recuerde, Gorosabel, Elustondo y Silva no pudieron comenzar los partidos en los que iban a ser titulares. Este último notó molestias en su muslo izquierdo y su concurso en Nápoles dependerá de las pruebas a las que se someta. Estos contratiempos descomponen el plan previsto y obligan a los jugadores que se incorporan a cambiar de chip, korrika eta presaka. No hay tiempo para situarse fundamentalmente en lo que se refiere a la concentración. Imanol sólo repitió con cuatro jugadores de los que se enfrentaron al Rijeka. De esa decisión se derivaron realidades inhabituales. Por ejemplo, una pareja de centrales (Zubeldia-Sagnan), nueva en la plaza; Martín Merquelanz, titular por primera vez desde tiempo inmemorial, así como la presencia de Gorosabel, Aihen y Guevara en el once inicial. Todos disputaron un buen primer tiempo, controlando la situación y buscando la oportunidad para ponerse en ventaja en una noche fría, lluviosa y de poca manga corta. Llegar al descanso con el resultado inicial, cuando menos respondía al buen trabajo defensivo de las dos formaciones. Si Isak o Portu aciertan en sus ocasiones, el primer periodo hubiera sido redondo. Y si el árbitro muestra tarjeta roja por la clavada de tacos al muslo de Cristian, tampoco hubiera sucedido nada.

Ese momento llegó en el segundo tiempo, cuando el colegiado oyó algo subido de tono y que le costó la expulsión a Battaglia. Los babazorros, con diez, se atrincheraron para defender el punto que valoraban frente a una Real que dominó, pero que no acertó a rematar. Cuando lo hizo, con Willian José, el meta Pacheco firmó la parada de la noche y salvó el objetivo. Quizás faltó el último pase, no caer en fuera de juego, poner buenos centros laterales y rematar con eficacia. De repente, hemos perdido el oremus ofensivo. Por esta vez, y sin que sirva de precedente, lo aceptamos, pero el jueves, si queremos seguir en la competición continental, habrá que afinar el punto de mira y llevar limpia la escopeta. Como suele decirse en estos casos, el punto ante el Alavés, sin ser malo, sabe a poco.