ay cosas que indignan, sobre todo aquellas en las que se aplica la ley sin cintura, ni sentido común. Me refiero a la decisión del comité de competición del fútbol que ha decidido imponerle a Leo Messi una multa de 600 euros, por quitarse la camiseta del Barça para enseñar otra, con el número 10 a la espalda del Newell's, equipo argentino en el que jugaron tanto Maradona como él. Era un detalle, un recuerdo, un testimonio, un reconocimiento a un futbolista universal.

Hasta aquí todo impecable. Pero, luego, un árbitro le amonesta, lo escribe en el acta y eso se interpreta como una vulneración del reglamento y le zumban los Eurípides de turno. Os garantizo que, si yo soy Messi, me presento en Madrid en la RFEF, saludo a quien me ha sancionado y le doy otros 600 para obras pías. ¿No hay persona con un punto de sentido común por mucho reglamento que se contemple? ¿A nadie se le cae la cara de vergüenza? Si no lo escribo, reviento.

Lo mismo que al chico de Beasain, el de las costillas rotas, que ha jugado varios encuentros con más dolores que una parturienta y que se ha debido aparcar en el taller de reparaciones porque ya no podía ni con las pestañas. Sucede muchas veces que rajamos más de lo debido y se implanta que los futbolistas son unos vividores, unos niños consentidos, unos privilegiados... Me encantan estos ejemplos que rompen con esa idea instalada. Normalmente, los entrenadores les piden que aceleren los procesos de recuperación, que aguanten lo que sea necesario, que... al final terminan reventados, recayendo o lo que sea. Es tan evidente que los preparadores en sus manos encomiendan el espíritu competitivo.

Y ya que estoy, quiero enviar un saludo a Asier Illarramendi. Así, porque sí, porque me apetece y porque añoro verle en el terreno de juego, con su brazalete, siendo uno más a favor de la idea en la que cree. No es fácil convivir con esa letanía. Casi la misma que Luca Sangalli. Son individuos con una fortaleza mental tremenda y que afrontan duras situaciones hasta que en un momento determinado se ve la luz al final del túnel y salen de él. Le pasó a Guridi que, cuando ha podido competir, ha trasmitido esa fuerza de la que hablo.

Es una virtud, sin duda, instalada en el vestuario realista. Esa convicción les lleva a conseguir grandes resultados y, como son muy buenos futbolistas, a desplegar un juego envidiable que les sitúa en ese punto de eficacia que engrandece. En Europa nos ha costado mucho, porque el grupo se compone de equipos coriáceos y en una competición tan corta, todo el mundo aprieta hasta la extenuación. Se lo dice su entrenador cada dos por tres y se lo recordó a la hora de afrontar el partido ante el Rijeka. Los croatas llegaban con las tareas sin hacer, sin posibilidad de una segunda convocatoria, pero con ganas de ganar y llevarse los euros que la UEFA concede por victoria (seguro que más de los 600 de la multa). Les faltaba gente que compitió en el partido de ida y era una incógnita el rol que iban a desempeñar. Un equipo necesitado frente a otro que no se jugaba nada. ¡Peligrosísimo! Estos son partidos que hay que saber jugar, mucho más si el contrario se pone por delante.

Así como la Real solo modificó el flanco derecho de la defensa en relación con el partido en tierras de Croacia, junto a la presencia del centenario Januzaj en el once titular, el Rijeka modificó protagonistas en todas las líneas. ¡Hasta cinco cambios! Eso variaba mucho la línea de conocimiento del rival. Todos sabían lo que costó ganarles en su campo. Hubo que esperar hasta la prolongación para sentenciar. Con la mosca detrás de la oreja, se inició el partido. Pronto llegó un argumento favorable para el objetivo clasificatorio. El Nápoles se adelantaba en Alkmaar. La pelota estaba en Anoeta. Se levantó el aire y el trencilla portugués concedió penalti en una mano de Isak. Once metros de turisteo. Alguien le avisó de lo contrario y, con justicia, no se lanzó la falta máxima. La Real no me estaba gustando ni antes del tanto encajado, ni después. Demasiada conducción, mucha pared por el medio, poca apertura a las bandas y lentitud para derribar un muro defensivo en el que el Rijeka se sentía muy a gusto. Con el paisaje grisáceo se llegó al descanso.

Luego, pasaron muchas cosas. Para empezar, nivelaron los holandeses y además fallaron un penalti. Le siguió el empate de Jon Bautista, que devolvía la ilusión al grupo y a la feligresía, pero otra vez en un saque de esquina se oscurece el horizonte. Otra remada contracorriente y otra igualdad que a la postre fue decisiva en el resultado final. El gol de Monreal salvaba parte del mobiliario y nos llevaba a la jornada final con las cosas pendientes de resolver. Mientras hay vida, hay esperanza. Las opciones clasificatorias siguen dependiendo del equipo, aunque para ello deba ganar en Nápoles y mejorar la definición en la meta contraria. O que el Rijeka se venga arriba ante los holandeses y ponga la carne en el asador como lo hizo ayer. Festejó el empate a lo grande. La culpa fue sin duda del desacierto local. Posesión y supremacía en el control de balón, pero... Tantas ocasiones no se pueden desperdiciar cuando todo es decisivo.