o es mala señal que rescatemos del baúl de los recuerdos las postales del subcampeonato de Denoueix en 2003. Cuánta emoción, ilusión, orgullo, expectación, excitación, pavor, tristeza y congoja. Un sinfín de sensaciones enfrentadas tantas veces reflejadas con el amargo sabor de la impotencia en tantos artículos teñidos de sentimiento txuri-urdin. Yo siempre cuento la misma historia. Mi novia por aquel entonces (han pasado casi 20 años), que tampoco era muy futbolera, sigue rememorando que pocas veces ha vivido una escena tan dramática. Llorando desconsolada en un palco destinado a la prensa visitante en Balaídos que parecía el velorio de Maradona, de repente recordó que su pareja era un loco de la Real y que tenía que estar aún más destrozado.

Los jugadores realistas habían saltado al campo para agradecer la impresionante exhibición de amor a unos colores que había ofrecido su afición y para compartir su tristeza (todavía se me pone la piel de gallina). Ella se giró y vio cómo, mientras estaba redactando a toda velocidad la crónica que jamás quise escribir, con semblante serio y concentrado, no podía contener que las lágrimas se deslizaran por mi cara y cayeran como una gotera en mi teclado sin que hiciera ningún ademán de limpiarlas. Había asumido el tener que teclear bañando las yemas de mis dedos (los que me conocen bien saben de sobra que son solo dos cuando escribo) en la irrefutable muestra de dolor de mi llorera. Para ser sinceros, por mucho que sea absolutamente consciente del enorme éxito deportivo que supondría, si me lo preguntan a día de hoy, no sé si estaría preparado para vivir otro disgusto de semejante calibre. Esto como punto de partida.

Muchas veces se nos olvida la forma en la que vivimos aquel año. Yo, que además tuve la suerte (porque en ese sentido me siento un privilegiado) de cubrir un gran número de los partidos fuera de aquella Real, puedo manifestar que no lo he pasado tan mal en la vida. Cada encuentro de la segunda vuelta fue como un parto. Toda la semana aguardando sus partidos, con unos nervios y una tensión acumulada inaguantables, que solo se liberaba cuando el equipazo del druida, que por momentos jugaba de auténtica maravilla, decidía su encuentro (o al menos parecía hacerlo). Y en ese momento, en lugar de dejar fluir mi alegría y euforia, lo que sentía era liberación. Lo recuerdo bien. Llegó un instante hacia el ecuador de la competición, creo incluso que fue más o menos en la dolorosa primera derrota por 3-0 en San Mamés, cuando dejé de divertirme. Solo quería que en cuanto marcara un gol la Real y se pusiera por delante en el marcador se acabara el duelo. Aunque fuese el minuto 3 del encuentro. No tenía ninguna necesidad de esperar a más actuaciones estelares de los blanquiazules. A mí ya me habían conquistado y convencido desde mucho tiempo atrás.

Momentazos como su triunfo en Mallorca, mientras yo cubría un España-Inglaterra de un Europeo sub' 17 en Portugal que, caprichos del destino jugaba David Silva, y yo celebraba los tres goles realistas solo por la banda del campo al más puro estilo Fernando Vázquez. O el 0-2 de Málaga, en un encuentro en el que nos pasamos 77 minutos casi sin coger aire antes de que Gabilondo y Kovacevic nos hicieran soñar con que íbamos a ser campeones. Insisto, nos costó tanto que nadie mejor que nosotros conoce el tortuoso e interminable camino de la gloria situada "en algún lugar sobre el arco iris" en el Reino de Oz. No necesitamos que nos lo expliquen.

Lo digo porque, aunque en realidad será una señal de creencia y convicción, estoy empezando a sentir miedo otra vez. Cuando acabó la exhibición del Carranza, traté de evitar pensar en recibir la noticia de algún contratiempo. 24 horas después llegaron las malditas lesiones de Silva y Guridi. Miedo a que el equipo se agote y pierda pie. Como es justo reconocer que, por muy orgullosos que nos sintamos de la respuesta de nuestros jóvenes y de nuestra cantera, estuvimos cerca de hacer el domingo ante el Villarreal víctimas de la obligación de tener que ganar. Cuando alcanzas la cima, en el momento que oteas el horizonte y ves que durante seis semanas no ha asomado la cabeza ninguno de los poderosos rivales, lo lógico y habitual es pensar en lo más grande. Lo vengo repitiendo. Bill Shankly solía decir: "Apunta al cielo y llegarás al techo. Apunta al techo y te quedarás en el suelo".

Lo que no entiendo tan bien es la sensibilidad que han mostrado muchos en cuanto el equipo ha enseñado un poco de debilidad (la de los periodistas, los de siempre, aquellos guardianes del ascenso, la esperábamos, por supuesto). Porque sí la han manifestado por mucho que enfrente estuviera todo un Villarreal. Llevamos semanas hablando de que se puede soñar, de que este equipo supera a los mejores de la historia en el club por su fondo de armario y por la forma en la que arrasa en las estadísticas a sus adversarios. Que cuenta con un entrenador ideal para su filosofía, unas estrellas capaces de decidir partidos por sí mismas y un bloque con las ideas claras y sin fisuras.

Aclaro, no me estoy refiriendo en ningún momento a que la Real sea candidata a la Liga, pero al menos que intente serlo. Y para eso, no se pueden aceptar empates en casa de antemano. Por muy bien que nos sepan luego cuando los analicemos posteriormente en frío. Porque sí, fue bueno respecto a casi todos sus perseguidores, salvo con el Atlético y con el Villarreal, al que podíamos haber distanciado a siete puntos. Por supuesto que el reto sea tan exigente que, al menos en mi caso, no vale venirse abajo si luego nos queda grande. Pero lo que está absolutamente prohibido es no intentarlo. Recuerdo que Aitor López Rekarte comentaba hace poco que perdieron un tiempo precioso sin reconocer que podían ser campeones. O Zamora ayer en Mundo Deportivo: "Es que este es un año tan raro€ Yo creo que puede ser el año".

¿Es que no están viendo la Champions? Si el Madrid roza el ridículo semana sí y semana también. Si el Barça pasa fácil es porque tiene un grupo de nivel Europa League. Si ese Superatlético que nos están vendiendo, con el que esconden muchas miserias la prensa de Madrid y Barcelona, solo ha ganado un partido y se irá a la calle si pierde en la complicada Salzburgo. Que los jugadores buenos de verdad se van de la Liga y algunos de los que lo fueron regresan para alejarse de la exigencia de, por ejemplo, la Premier (demos gracias a Dios por la decisión de Silva).

De verdad, ¿no se dan cuenta de que nos encontramos ante una oportunidad única? ¿Que hay un estudio que desvela que la Liga es en la que menos ocasiones y goles marcan sus equipos de las cinco grandes y el que domina de largo esas dos parcelas aquí es nuestra Real? Que, además, es la segunda menos batida y a la que casi no le disparan a puerta. Y sí, estoy de acuerdo, el club ha elegido el camino más largo y sinuoso, porque se ha cruzado con el grupo de la muerte de la Europa League y con la temporada más exigente en cuanto a torneos y al ritmo de competición. Obviamente, me gusta y comparto que Imanol vaya a alinear hoy a su mejor equipo posible ante el Rijeka, porque su filosofía competitiva y su compromiso con el escudo le hacen ir a por todas. Como debe ser.

Y sí, Europa me encanta e imaginar a la Real llegar a una final me enamora. Ganar la Copa al Athletic, por supuesto, y reventarle a Rubiales su pomposa Supercopa, también, pero para mí lo que no tendría perdón es que, por mucho que todos los condicionantes nos perjudiquen en un partido concreto, como sucedió ante el Villarreal, no nos demos la oportunidad de apuntar al cielo. Alguno me dirá: Pero, ¿cómo puedes decir eso? Flipao, y probablemente lo sea, pero es que yo a día de hoy me siento capaz de darle la vuelta a la pregunta. ¿Cómo es posible que no lo consideren factible con todos los argumentos tangibles y convincentes que no para de acreditar en casi todos sus duelos nuestro equipo? Quería decirlo y lo he dicho. Lo firma un periodista y reconocido hincha txuri-urdin tan orgulloso como el que más de la respuesta de los jóvenes canteranos el domingo. Pero a mí lo que me gusta es ganar, sobre todo cuando está al alcance de tu mano. Y mi Real me debe una Liga. En temporadas y con plantillas tan buenas, vuelvo a creer en que me la voy a cobrar. ¡A por ellos!