Así sí que es imposible. La cruda realidad del fútbol del posconfinamiento no está teniendo piedad con la Real. Es un sinvivir constante. Una agonía insufrible. ¿Cómo explicar que el equipo txuri-urdin completó un buen encuentro ante el Granada y acabó perdiendo? ¿Cómo aceptar que, después de igualar con el corazón y con mucho fútbol un 0-2 a falta de siete minutos, encajó una tercera diana en el 88'? Un juego de nivel acompañado de garra y casta, tanto en la injusticia como en la adversidad. Algo esto segundo que veníamos reclamando desde hace varios partidos conscientes de que para sacarlos adelante ahora, más que la calidad, que en esta plantilla y en este club sobra, se necesita agallas y contundencia en las dos áreas. No se puede discutir que ayer nos hicieron sentir orgullosos. Con un once de circunstancias porque juegan los que pueden. Con canteranos jóvenes entrando y tirando del carro como si llevaran años en el primer equipo. Pero, desgraciadamente, existe una explicación simple a lo que sucedió ayer, más allá del enésimo fantasma arbitral que se le cruzó. Y es una inoperancia defensiva dramática. El Granada llegó tres veces y marcó tres goles. "Los entrenadores rivales nos reconocen que cuesta mucho hacernos ocasiones", dijo en la previa Imanol. El problema es que el oriotarra tiene que pasar a la siguiente fase para tratar de encontrar soluciones. Cada vez que se acercan a los aledaños de su portería sucede una tragedia. Lo de ayer fue desesperante. Y que conste que no tiene nada que ver con pecados de juventud, porque los chavales completaron una actuación épica, sino con la eficiencia de la defensa. A pesar de que esta vez trató de reforzarla alineando a sus tres centrales en una línea de cuatro. Desastroso. Así es imposible.

Fue para tirarse de los pelos. Porque con una plantilla al límite, un equipo de circunstancias sacó fuerzas no sabemos muy bien de dónde para equilibrar el 0-2. Con un Barrenetxea mágico y excepcional, que dio una auténtica exhibición en el extremo izquierdo. No solo de talento, desparpajo y desborde, sino también de raza y personalidad. "Dármela a mí, que yo me la juego", fue su mensaje desde el primer minuto. Foulquier estaba tan agobiado que lo único que hacía era tirarse al suelo en cuanto podía por si le volvía a regatear. Pero no solo fue el donostiarra. Zubimendi se puso los galones de mariscal, Näis fue un puñal por la derecha... Y Oyarzabal y Merino son dos estrellas de nivel Champions que se matan por la Real. Saben que sin los ausentes por lesión o agotamiento tienen que asumir toda la responsabilidad y así lo hicieron. Sobre todo el capitán, que hace de todo y todo lo hace bien. ¡Qué golazo! Lástima que ayer Willian no se diera por aludido cuando los focos para decidir y ganar el partido estaban puestos en él por la ausencia de Isak.

Imanol volvió a tratar de oxigenar al equipo con tres cambios que conllevaban novedades en su planteamiento. Llorente entró en la defensa por Gorosabel, lo que motivó que Aritz pasara al lateral; Barrenetxea ocupó la plaza de Odegaard, lo que provocó que Oyarzabal jugara de 10; y Willian ocupó el hueco de Isak. Sus decisiones también descubren parte de sus intenciones para el duelo en el estadio de La Cerámica del lunes, donde seguro que entrarán Zubeldia, Monreal y el punta sueco, si se ha recuperado definitivamente.

Todo ha ido en contra de la Real en la reanudación de la competición. Primero fueron los arbitrajes que le perjudicaron de forma notable en los goles que rompieron el marcador en sus cinco primeros duelos, lo que acabó con un escalofriante saldo de un empate y cuatro derrotas consecutivas. Después se produjo la incomprensible negativa a dar baja a Sangalli poniendo bajo sospecha la credibilidad de los galenos realistas, lo que sin duda aumentó las suspicacias de sus aficionados. Y, por último, por si se mantenía con vida, la última aguadilla para aparentemente intentar dejarle sin vida llegó el escándalo mayúsculo de unos horarios que han dejado con muchísimo menos descanso en todos sus comparecencias al contrario de varios de sus rivales directos. Curiosamente, cuando todo era negativismo y pesimismo, sobre todo después del hundimiento físico de la segunda parte ante el Levante, que obligó a plegar velas hasta el mismísimo adalid de la ambición como es Imanol, además de los dos partidos sin sucumbir que acumularon los donostiarras, por fin se dio una circunstancia a favor. Sin duda, la más importante. La de los resultados del resto de candidatos a Europa. La victoria del Villarreal en Getafe y la del Sevilla en Bilbao reforzaron el clavo ardiendo al que se ha ido agarrando estas semanas de creciente depresión el técnico oriotarra. Pasara lo que pasara ayer, la Real seguiría dependiendo de sí misma cuando ya solo faltan tres jornadas para el final. Si ganaba al Granada, eliminaba de un plumazo el todavía vigente ayer sueño granadino de viajar a Europa y se ponía en sexta posición. Y más aún, en el hipotético caso de que repitiera triunfo por más de un gol el lunes en Vila-Real, le auparía hasta una increíble quinta plaza. Algo complicado de entender si se tiene en cuenta el socavón en el que cayó el equipo y que confirma que ninguno de los aspirantes a Europa está para tirar cohetes y que la igualdad en el final exprés de la temporada es máxima.

Pero una cosa es la teoría y otra la cruda realidad. La Real se está convirtiendo en el equipo Y sí. Y sí ganamos al Granada... Y si luego al Villarreal... Pero el quid de la cuestión es que no derrota a nadie. El 0-2 al descanso fue probablemente uno de los resultados más injustos que se recuerdan en Anoeta. La Real desarboló al Granada con veinte minutos de muy buen ritmo y nivel, con mucha creatividad, sobre todo en Oyarzabal, y con jugadores peligrosos por la banda. Lástima que Portu dejara casi toda su energía en La Nucía y ayer no le saliera nada. Cuando se esperaba el primer tanto txuri-urdin, como está venga a suceder en lo que llevamos de reanudación, lo que nos encontramos fue con un tanto del Granada en un meritorio remate de Puertas, que se adelantó a Le Normand en el área.

Barrenetxea dio el toque a arrebato para que no dejaran de enviarle balones y un centro-chut suyo se estrelló en la madera. A dos del descanso, llegó la acción polémica del partido. Balón largo a la espalda de la zaga realista con Carlos y Soldado en claro fuera de juego y Llorente, haciendo lo que tiene que hacer porque no sabe quién está y quién no, lo intentó cortar y su mal control habilitó (parece que con el reglamento en la mano podría ser así, por la figura de la Salvada) al valenciano, que se aprovechó de su posición adelantada para batir a Moyá. Una acción abierta a muchas interpretaciones que, como siempre, corrió en contra de la Real (era el árbitro del Camp Nou). Barrenetxea estuvo cerca de recortar distancias, algo que logró Merino en la primera jugada tras el descanso. A partir de ahí los blanquiazules, en una demostración de orgullo y de rabia, se lanzaron al ataque. Oyarzabal dejó solo a Willian José con una asistencia de billar, pero el lamentable remate del brasileño con la zurda se fue fuera. Con Näis y Barrenetxea haciendo sangre por las alas, y Oyarzabal de 9, llegó el empate. Internada y servicio del galo que enganchó a la escuadra con la derecha el capitán. La opción era ir a ganar, pero el empate ya no era malo. Lástima. Un centro de Machís lo cabeceó Duarte solo en el segundo palo en un servicio en el que pudo y debió salir Moyá.

Para llorar. Pero mucho además. Una impotencia inaguantable. Un dolor en el corazón. La Real perdió sin merecerlo, pero un equipo ganador es el que saca adelante sus duelos en la Hora H. Y este simplemente no lo es. Todavía no. Este conjunto sigue desprendiendo ilusión, aunque tiene fallo. Unos pilares de paja que siempre le penalizan todo lo que hace bien. Ayer fue mucho. Muy triste.