En momentos puntuales de los partidos nos faltan concentración e intensidad. Lo pagamos bastante caro. Se encajan demasiados goles por esas razones y luego corresponde redoblar esfuerzos. Fruto de esa convicción se marcaron dos tantos y se niveló la contienda, pero tal como fueron las cosas el empate me sabe a poco. No quiere ello decir que no valore las muchas cosas que el equipo hizo bien en ese campo.

No sé cuántas veces he ido allí, pero suficientes como para guardar recuerdos de Vallecas. Lo primero se relaciona con el horario de los encuentros. Muchos años, siempre a las doce del mediodía, en los tiempos de Fermín, Uceda, Felines, Potele y compañía. Jugaban de memoria y eran un equipo temible que explotaba sus virtudes como nadie. Eso sigue pasando a día de hoy aunque a distinta hora. Creo que fue la primera vez que visité aquel terreno cuando se nos ocurrió acudir en metro. Nos dijeron que era muy cómodo y que la parada estaba en la puerta del estadio. Vimos qué línea era y nos montamos. Charlábamos en el vagón bajo la atenta mirada de una abuela bastante mayor que nos oía hablar del partido. De repente, el convoy se detuvo en la estación del Puente de Vallecas y nos bajamos a todo correr. La mujer que vestía de negro nos hizo un gesto con la cabeza como diciendo que nos equivocábamos. Dicho y hecho. Aparecimos en la superficie a la altura de la primera casa de la avenida de la Albufera. La señora llevaba razón, porque la parada buena era la siguiente, Portazgo, así que no quedó otra que tirar para arriba hasta llegar al estadio, pasando por un montón de tiendas, escaparates, bares, y mogollón de puestos de domingo, de esos que vendían bufandas, trompetas, banderas, pipas, chicles y demás. Como era cuesta arriba y había que tirar de la maleta con los trastos de transmitir, llegué como si hubiera corrido la San Silvestre vallecana.

En otra ocasión, con Toshack en el banquillo, de repente un apagón de luz. Partido entre semana. Acabamos a las mil. Dijeron que si los ratones se comían los cables del tendido eléctrico y esas cosas. Lo cierto es que nos dieron un meneo y todos acabamos de mal café. Lo mismo que otro en tiempos de Bernd Krauss. Salió a la sala de prensa echando humo en alemán y el traductor nos habló de pájaros y flores, tratando de calmar el ambiente, porque si llega a contar la historia verdadera de sus palabras, un tsunami hubiera sido un cuento de niños. Otro más reciente episodio correspondió al día en que, hace diez años, Martín Lasarte acudió como espectador al partido, escondido tras unas gafas de sol y junto a Loren. Iba a ser nuestro siguiente técnico. Perdimos por goleada. Quisieron que no nos enterásemos, pero la prensa suele contar con buen olfato y mejores filtraciones. Fueron cazados, les pilló el toro y se montó un belén viviente. Como veis siempre hay sucesos que entretienen el camino, más allá de los tanteos finales, incluido el empate de ayer. Sucede también, y me gusta comentarlo, que siempre en aquel campo nos trataron muy bien. Solo así se explica que ayer acudieran tantos animosos realzales y se dejaran sentir en las gradas. Pasaron de las tamborradas y demás. Se fueron carretera y manta, más abrigo, guantes y gorras, a empujar al equipo cuando todo pintaba crudo con dos goles en contra. Sin embargo, la fe mueve montañas y el empate les devolvió la alegría perdida. Ellos seguro que dieron por bueno el reparto de puntos, porque volver con la cara desencajada y helada nunca es plato de buen gusto.

Era un test para Imanol al que ahora se le complican las cosas, porque antes con dos competiciones podía emover ficha, mantener en alerta a todos los jugadores y repartir dorsales con comodidad. A partir de este momento, las convocatorias se convierten en un ejercicio de matemáticas, con ecuaciones de varias incógnitas que despejar. ¡Y qué decir de las alineaciones! Le van a sobrar futbolistas por todas partes. Siempre y cuando a la plantilla no le asuelen las lesiones, los catarros y los partidos de sanción. Por esas circunstancias, con tres días de recuperación, solo pudo hacer cuatro cambios. Uno de ellos el portero que, por cierto, salvó a su equipo después de la remontada enviando al limbo el balón de un libre directo que se colaba.

Vuelvo al punto de partida. Seguro que todos los analistas que ayudan al entrenador habrán descubierto los motivos por los que el equipo encaja tantos goles. De dos en dos (Espanyol, Betis, Rayo). Unos, indudablemente, por acierto de los rivales, pero otros por las facilidades ofrecidas. No sé si la ansiedad por sacar adelante los encuentros nos atasca y nos lleva a cometer errores. Cuando nos falta intensidad y fallamos en la concentración, somos más vulgares y los contrarios se aprovechan. Vallecas nunca fue un campo fácil, porque el Rayo es intenso, juega con cinco defensas atrás, dificulta todos los intentos y sale como su nombre indica hacia la puerta contraria cuando huele la presa.

A la media hora de juego, nos levantaron una montaña. Hubo que escalarla con mucha paciencia, buscando la mejor vía para el asalto definitivo. No llegamos a tiempo de conquistarla. Una pena, porque todas las ocasiones en el tramo final del partido debieron certificar el triunfo que se buscaba. Valoro el empate porque detrás de él hay mucho esfuerzo y sé que enero está siendo un mes de máxima exigencia en el que no hay un solo momento para treguas y respiros. En el horizonte inmediato, dos partidos seguidos en Anoeta y una doble oportunidad de seguir haciendo camino, semana a semana.

Hoy, después de las tamborradas, las txaparradas, los granizos, el frío, el partido día de descanso para bastantes ciudadanos del territorio que seguro recuperan fuerzas valorando en su justa medida el empate. Una derrota hubiera pintado de decepción el paisaje. En él, sigue habiendo flores y recuerdos de Vallecas.