Hace mucho que no juego al parchís. Debe ser por la edad. Lo que a simple vista parece un puro entretenimiento no lo es. Cada partida ofrece segundas lecturas o valores añadidos. Tampoco sé las razones de la elección, pero siempre escogía las amarillas. Cuatro colores, cuatro cubiletes, cuatro dados y tensión por arrobas. Si no te sale pronto un cinco para poder empezar y ves que los demás van a la carrera, comienzas a impacientarte. Luego, llegan las estrategias. Puedes atacar y hacer camino lo más deprisa que puedas o defender montando una barrera que mantenga a todos a raya. No hay como comer una ficha y contar veinte. Sublime si consigues hacerlo justo antes de que entre en la escalera que conduce al éxito.
Es entonces cuando aparecen los modos de ser, las reacciones, las alegrías, los enfados. Hay quienes disfrutan sobremanera cuando le hacen una avería al contrincante. A veces éste reacciona embravecido o soltando sapos y culebras por la boca. Las partidas pueden durar la tira de tiempo, sobre todo si en el campo de batalla la lucha fratricida deja heridos y te obligan a volver a empezar con todas las fichas en la casilla de salida.
Antes, en los viajes de los equipos, se jugaba mucho al parchís, a la pocha. Con la llegada de los aparatitos, de las play y esas cosas, las costumbres cambiaron. Es una pena que hayamos pasado del entretenimiento coral al individual. Un partido de fútbol se asemeja bastante a una partida de colores, dados y cubiletes. Atacas o defiendes. Vas de cara o montas una barricada. Los técnicos hacen una lectura del juego y deciden la estrategia en función del rival. Un derbi entre guipuzcoanos añade además el caldo de la rivalidad. A nadie le gusta perder. Y como a los dos les hacían falta los puntos, no cabían ni atajos, ni relajos. El mejor Eibar de los últimos años se cimentaba con dos jugadores de rompe y rasga en la medular. Dani García y Gonzalo Escalante constituyen una dupla colosal. Se entienden y se complementan. Muchos de los éxitos de los armeros en el pasado reciente han contado con su aportación decisiva. No son estrellas rutilantes, ni tampoco goleadores, pero están y se les siente. Salvando las distancias, son como los dos futbolistas que más me cautivan en este momento. No son delanteros, ni goleadores. Atraviesan la zona ancha de cada terreno que pisan como los grandes estrategas en el campo de batalla. Uno juega en París y defiende la camiseta del PSG. Atiende por Rabiot. El otro hace disfrutar a los seguidores del Manchester City. Es belga, entre rubio y pelirrojo. Le conocen por De Bruyne. El pasado verano un futbolista guipuzcoano se lo encontró en Ibiza. Le hizo un gesto porque quería hacerse una foto con él. No le puso ningún impedimento. Todo lo contrario. Muy gustoso, posó junto al lateral izquierdo. Kevin es una locura de jugador. Le pega con las dos. Va bien de cabeza y anda de norte a sur y de este a oeste. Ayer marcó el primero de la victoria de su equipo contra el Arsenal. Un monumento al juego.
¡Loren, si le fichas, te invito a un caldo! Hoy el equipo inglés es una máquina al que le sale todo lo que intenta. Como el Eibar el pasado ejercicio. Las rachas son imparables. Las buenas te catapultan al éxito y las que no lo son obligan a replantearse todos los días muchas cosas. Entre ellas, la forma de competir. Mendilibar renunció al esquema de los éxitos pasados para reforzar la zona de atrás con tres centrales y dos laterales largos. Trata de que su equipo no encaje goles y salga desde atrás presionando y buscando la meta contraria.
Así empezó el partido, pero la pegada de la Real es enorme y en su estadio es capaz de atacar por las dos bandas, centrar de manera formidable y rematar lo que se ponga a tiro. Una de las diferencias de ayer estuvo en las áreas. En un santiamén los de Eusebio Sacristán eligieron el buen camino y marcaron dos goles. Los vestuarios en el descanso suelen servir para que cada equipo busque mejorar sus prestaciones y ofrecer distintas respuestas.
No sé qué discurso eligió Mendilibar, pero antes del minuto 47 el pase magistral de Illarra a Oyarzabal sirvió para sentenciar y desmembrar a un equipo que no lo está pasando bien y al que seguro que este inmediato parón liguero le va a sentar estupendamente. La victoria le sirve a la Real para romper la mala racha en casa. Llevaba desde agosto sin ganar en liga y con el triunfo de ayer se quita un peso de encima, justo antes de que buena parte de la plantilla se vaya por ahí a esos bolos internacionales para los que son convocados.
La partida de parchís concluyó del lado de quien manejaba fichas, dados y cubiletes. Hermosas jugadas y hermosos goles con protagonistas muy diferentes. Esa es la riqueza del equipo. No racanea. Por eso, Anoeta es el campo de Primera en el que más goles se han visto hasta el momento. La Real contó anoche veinte como si comiera la ficha del rival en medio de unos aguaceros que cayeron sobre el césped impecable del estadio. ¡Felicidades al jardinero!