Apenas un mes después de ganar 0-4 en Ipurua, el Celta regresó para jugar la eliminatoria de Copa. Le preguntaron a Mendilibar durante la previa qué influencia podía tener el encuentro pasado en el venidero, y recordó el técnico una teoría que expone a menudo. “El mismo partido, en el mismo campo y con los mismos futbolistas, repetido solo un día después del anterior, no se desarrollará nunca de la misma manera”. Sirvan sus palabras para ilustrar ese secreto a voces que suponía lo de anoche. El nivel del Vardar no daba para preocuparnos. Pero podíamos intuir que no les iban a caer seis como hace dos semanas en Macedonia.
Todo lo que ocurrió en el campo resultaba previsible. Por un lado, la Real, conocedora ya de las penurias futbolísticas de su adversario, no imprimió al partido de un ritmo excesivamente alto, lo que dio pie a un insulso cuarto de hora inicial. Y, por otra parte, el Vardar, con el recuerdo fresco de la goleada de Skopje, que pudo ser de escándalo, ofreció la sensación de protegerse en mayor medida que hace quince días. Pasaron muchos minutos sin que nada ocurriera. Así que el orden (relativo) con el que se defendían los macedonios permaneció más o menos vigente. Eso sí, con esa fecha de caducidad tan habitual en este tipo de encuentros: la llegada del primer gol.
Fue hacer Juanmi el 1-0 y empezar a recordarnos todo al partido de la primera vuelta. Fallos groseros en los individual de los jugadores del Vardar, desorganización colectiva? y llegadas de la Real a la portería de Gacevski. Apenas restaban veinte minutos cuando De la Bella marcó un 2-0 que tenía que haber llegado antes, y que borró del horizonte cualquier mínima opción de incertidumbre. Próxima estación, Noruega. Prohibido perder.