donostia - La Real se ha vuelto a quedar en tierra de nadie a falta de nueve jornadas para el final. A diez puntos del séptimo puesto que ocupa su último verdugo, el Celta, y con ocho de ventaja sobre la frontera del descenso que marca el Getafe, los blanquiazules están obligados a buscar alicientes en cada jornada. Ante el Barcelona o el Madrid en Anoeta no parece complicado que los encuentren. Más comprometido será hacerlo ante adversarios de menor entidad. Sin embargo, no se puede incluir en este terreno a Las Palmas.
Aparte de que necesita sumar cinco puntos para respirar tranquila y de que arrastra una importante deuda de alegrías con su afición, si mantiene un ápice de orgullo, la Real debería esperar a los canarios con muchas ganas de revancha. Los amarillos han marcado y condicionado de forma negativa su temporada en los tres duelos en los que no ha sido capaces de lograr una victoria. En su primer duelo celebrado en Liga en el Estadio Gran Canaria, los locales, que fueron los primeros en cambiar de entrenador al sustituir Quique Setién al héroe del ascenso Paco Herrera, se impusieron con justicia y provocaron la destitución de David Moyes. Menos de un mes después, con Eusebio Sacristán en pleno proceso de, según sus propias palabras, conocer a la plantilla, los guipuzcoanos volvieron a viajar hasta las Islas Afortunadas para afrontar el partido de ida de los dieciseisavos de final de Copa que volvieron a perder por 2-1. La vuelta se disputó dos semanas después en Anoeta, y los realistas fueron incapaces de pasar del 1-1, lo que les condenó al enésimo fracaso copero. Si se analiza con frialdad, el KO supuso el lunar negro más grande del técnico vallisoletano desde que aterrizó en Donostia.
Lo curioso del caso es que Las Palmas desafía la máxima de que a la Real le vienen peor los rivales que se encierran y se dedican a destruir, ya que los canarios, con Quique, son fieles a su señas de identidad y proponen un fútbol ofensivo y alegre. A la cuarta tiene que ser la vencida....