SÓLO faltó ganar. Lo más importante, sí, pero al menos la afición de Anoeta se reencontró con las noches de fútbol, con los partidos de bocadillo en el descanso y luz artificial durante los 90 minutos. Lo de jugar los viernes no está nada mal, aunque ya no se va a volver a repetir, al menos esta temporada, porque el horario que ayer estrenó la Real pasa a mejor vida con la finalización de la campaña en Primera.

Ya desde una hora antes de que comenzara el partido, el panorama en los aledaños de Anoeta invitaba a pensar que el estadio iba a registrar un gran ambiente. Los bares de la zona presentaban un aspecto que hacía tiempo no se daba en un día de encuentro, y las colas para aparcar y los atascos estaban a la orden del día. Se respiraba aire de gran cita, de partido importantísimo, y la gente quiso aprovecharlo hasta el último momento.

Y es que, pese a que lo visto en el exterior apuntaba a gran entrada, el estado del graderío durante los ejercicios de calentamiento de ambos equipos era incluso más desalentador que de costumbre. La tardía y habitual entrada en masa de la afición a última hora fue en esta ocasión incluso más importante que de costumbre, y los presagios en cuanto a aforo terminaron cumpliéndose: 23.065 espectadores, una cifra notable, la tercera mejor entrada de la presente temporada.

El partido comenzó con miles de almas apoyando a la Real, y un reducido grupo de aficionados del Castellón ubicados en el fondo Norte, tras una pancarta con el lema Poesía Albinegra. La hinchada visitante, sin embargo, en ningún momento pudo hacerse notar, ya que desde el primer minuto quedó claro que los partidos nocturnos son diferentes, y más en viernes. En una de las jugadas más tempraneras del duelo, la Peña Mujika comenzó a entonar uno de sus habituales cánticos, que en esta ocasión fue correspondido con palmas por el resto del graderío. Sólo habían transcurrido tres minutos, y quedaba claro que la afición estaba por la labor.

pitada al descanso

Bronca al árbitro

Una buena prueba de ello fue también la actitud del respetable con el árbitro, Piñeiro Crespo. El asturiano estuvo muy mal en la primera parte, y en el descanso se llevó una bronca monumental. Sin embargo, en Donostia se recuerdan labores arbitrales mucho más sangrantes, y en ninguno de aquellos casos los colegiados se habían llevado semejantes pitadas. Otro síntoma más de la entrega de la afición.

En la segunda mitad, con el equipo volcado, la afición vibró y se desesperó a la vez con el quiero y no puedo del equipo, que finalmente no pasó del empate. Al final, lo que podía haber sido un plan perfecto se cortó de cuajo con el tropiezo del equipo, y la noche ya no resultó tan agradable. Eso sí, el experimento de los viernes se aprobó con nota... en la grada.