Desde la aristocracia hasta el obrero fabril o la ama de casa más humilde notaron, también en su bolsillo, el desastre que supuso la Guerra Civil. Las necesidades inmediatas derivadas de la contienda se mezclaron a menudo con la represión económica del enemigo, con su correspondiente sucesión de incautaciones, expropiaciones forzosas, militarizaciones y sanciones. En ambos bandos. La diferencia estuvo en que los ganadores –el bando, a la postre, franquista– no solo recuperaron pronto lo perdido, sino que pusieron en marcha todo un aparato legal para expoliar sistemáticamente a los perdedores. “Fue un aparato que no estuvo en vigor solo durante la guerra, ni siquiera durante la inmediata posguerra, sino que se prolongó nada menos que hasta 1966, año en que desaparece la Comisión Liquidadora de Responsabilidades Políticas”, ilustra la investigadora Ascensión Badiola Ariztimuño, bilbaina que abunda en esta temática en el fascinante libro El expolio: la represión económica y la Guerra Civil en el País Vasco (Txertoa, 2022).

Consultada al respecto, la doctora en Historia Contemporánea y licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales detalla en mayor medida que las sanciones económicas que impuso el franquismo al enemigo perdedor tuvieron su origen legal en la citada Ley de Responsabilidades Políticas, que “proclamaba un trato justo al tener en cuenta las disponibilidades económicas del inculpado, así como sus obligaciones familiares. Sin embargo, estas se aplicaron de forma independiente a lo que decía el texto de la ley”, atiende a este periódico.

La recomendable publicación de 240 páginas aporta ejemplos de la época. Uno de los protagonistas del ensayo de Badiola es el guipuzcoano Telesforo Monzón Ortiz de Urruela (Bergara, 1 de diciembre de 1904 – Donibane Lohizune, 9 de marzo de 1981). Recordemos que este político de diferentes giros ideológicos llegó al mundo en el seno de una familia de la aristocracia. Su lugar de nacimiento fue la casa torre de Olaso en Bergara, propiedad de su familia desde el siglo XVI. Cursó estudios universitarios de Derecho en Madrid, pero no llegó a completar la carrera. De tradición familiar carlista, el joven Telesforo se sintió más atraído por el nacionalismo vasco. De hecho, en 1930 se afilió al PNV, cuando se reunificó en vísperas de la Segunda República. Un año después, el entonces jeltzale salió elegido concejal del Ayuntamiento de Bergara. Destacó como tribuno tanto en euskara como en castellano. Accedió al cargo de presidente del Gipuzko Buru Batzar por el PNV y, en 1933 se convirtió en miembro del Euzkadi Buru Batzar. A continuación, llegó a ser diputado en las cortes republicanas.

Durante un tiempo, estuvo a favor de una lucha junto a los carlistas y contra el Frente Popular. Sin embargo, al estallar la guerra tras un fallido golpe de Estado y decidir el PNV en una casa de Durango que se posicionaba con el bando republicano, Monzón acabó siendo consejero del primer Gobierno Vasco, de Gobernación –responsable político de la creación de la Ertzaintza– y, más adelante, de Cultura. “Ser consejero –valora Badiola– tuvo un precio de castigo independiente del patrimonio individual que este tuviera, si no, no se entiende una cantidad tan desorbitada para la época como eran 20 millones de pesetas, cuando un funcionario de alto rango ganaba como mucho 15.000 pesetas anuales, y tampoco se comprende, si tenemos en cuenta que todos y cada uno de los consejeros que compusieron aquel primer gobierno recibieron idéntica sanción, ya fuesen nacionalistas, socialistas, comunistas o republicanos. Los tribunales de responsabilidades políticas no estudiaron las disponibilidades económicas de ninguno de ellos y tampoco lo hicieron con Monzón”, precisa la historiadora.

¿Qué finalidad persiguió entonces una sanción de semejante cuantía? “La única explicación posible es que su fundamento fue el de arruinar al enemigo tanto para vengarse como para evitar que pudiera reorganizarse contra Franco en el futuro. Un enemigo pobre es menos temible”, estima Badiola. Prueba de esto es, según ilustra, que en 1942, la ley se reformó y suavizó y años después, en 1966, en pleno tardofranquismo, se creó la Comisión Liquidadora que hizo desaparecer estas sanciones definitivamente, a pesar de que “todavía en 1948, muchos años después de finalizada la contienda, esta misma comisión todavía emitía edictos para cobrar la multa impuesta por las autoridades franquistas, una deuda que nunca fue reconocida ni pagada, lo que motivó la incautación de la torre familiar, la torre Olaso de Bergara”.

Telesforo Monzón dando un mitin político. | FOTO: FONDO RICARDO MARTÍN

Humillación añadida

Su ocupación supuso una humillación añadida, al instalar el franquismo en ella el Sindicato Vertical en la planta baja, el Círculo Carlista en la primera y la Sección Femenina de Falange en la segunda. Lo mismo que amueblar el famoso palacio de Aiete, lugar de veraneo del totalitario Francisco Franco, precisamente, con el mobiliario de la torre de la familia Monzón. “La multa jamás fue pagada. La torre fue devuelta a su propietario, cuando todavía estaba vivo, tras morir el dictador. Afortunadamente, el tiempo lo sana casi todo”, valora Badiola.

Volviendo a la guerra, una vez ocupada Euskadi por los facciosos, Telesforo se exilió junto con el lehendakari Aguirre desde Santander al Estado francés el 23 de agosto de 1937. De allí, acabaría en México cuando retorna con el objetivo de derrocar a Franco “utilizando la alternativa monárquica. Pretendía que los nacionalistas ofreciesen su apoyo a Juan de Borbón. Criticaba la lealtad del PNV a las instituciones republicanas”, agrega la historiadora y va más allá: “Propugnaba un nacionalismo moderado capaz de atraer a las derechas vascas mediante la reconciliación con los franquistas vascos, especialmente con los carlistas navarros, para reconstruir la unidad del pueblo vasco, quebrada durante la Guerra Civil”.

De hecho, un religioso Monzón dejó escrito en 1957 lo siguiente: “La independencia política de Euzkadi interesa menos que el desarrollo de su vida espiritual”. Y tan solo dos años después, su pensamiento vuelve a vivir otro giro. Fue con el nacimiento de ETA. “Da un giro y su nacionalismo se vuelve beligerante, convirtiéndose en un apoyo”. Durante un periodo de tiempo y hasta su fallecimiento, es uno de los líderes de Herri Batasuna. Falleció en Donibane Lohizune en 1981 y la policía secuestró el cadáver durante su traslado a Bergara donde finalmente se ofició su despedida religiosa y fue sepultado.

Entonces, HB quiso hacerle un homenaje en Donostia y el franquismo lo impidió y el gobernador civil de Gipuzkoa puso una multa de 500.000 pesetas al partido “por exaltación del terrorismo durante el funeral y sepelio”. El 1 de diciembre de 2024, se cumplirán 120 años de su nacimiento.