El inicio del curso político en Navarra empieza a transmitir algunos movimientos interesantes. El Gobierno de Chivite ha echado a andar tras una difícil negociación que se ha acabado cerrando en términos parecidos a los de la legislatura anterior. Un viaje tortuoso que se podía haber hecho mucho antes y mucho mejor, y en el que el PSN parece haber confundido sus aspiraciones institucionales con la realidad electoral.

La negociación ha desvelado además algunas diferencias importantes entre los socios que habrá que gestionar en un contexto de transición. La marcha de Uxue Barkos a Madrid abre un proceso de renovación en Geroa Bai incierto y difícil, y en el que la coalición se juega buena parte de su futuro a medio plazo. La continuidad en el Gobierno sirve para amortiguar la caída, pero hará falta un análisis riguroso si se quiere revertir una tendencia que hace tiempo vienen augurando tanto las elecciones generales como las de ámbito local.

Los socialistas por su parte no han logrado despegar. Siguen al frente del Gobierno, con una cuota de poder superior a la de su representación parlamentaria y con la intención de ampliar influencia desde la fortaleza que ofrece el entramado institucional. El PSN ha mostrado sin embargo una importante debilidad territorial, relegado a un tercer lugar en la comarca de Pamplona y sin alcaldías relevantes. Apenas el 6% de la ciudadanía navarra tiene una alcaldía socialista.

Un contexto en el EH Bildu emerge como fuerza alternativa, pero todavía con dificultades para tejer alianzas a su alrededor. La alfombra roja a la investidura de Chivite tras la pérdida de ayuntamientos importantes tiene más de debilidad que de generosidad, por mucho que su portavoz trate ahora de elevar el tono en el debate, exhibiendo una posición de fuerza sin más consecuencias que la búsqueda del titular. La disposición a facilitar sin condiciones un Gobierno socialista en Navarra con un voto a favor pesará durante un tiempo en la formación soberanista.

Quedan por decidir todavía la Mancomunidad de Pamplona y la Federación de Municipios y Concejos. Dos entidades importantes por las que pugnan socialistas y abertzales. No está claro cuál será el resultado de la negociación, pero sería difícil de explicar una nueva cesión de la izquierda abertzale sin garantías, clara y explícitas, para recuperar la alcaldía de Pamplona. La vara de mando de la capital será muy probablemente el termómetro de la legislatura. Todo lo que no sea un cambio más pronto que tarde será síntoma de fracaso.

El futuro de UPN

En cualquier caso, la lógica se ha acabado imponiendo. Seguramente porque nadie tenía una alternativa mejor. Otra cosa será la deriva que tomará la legislatura a partir de ahora. Pero superado el escollo inicial no debería haber mayores dificultades para culminar un mandato largo. Con mayor o menor agrado, todos parece haber asumido su rol para los próximos años.

Y es ahí donde hay que entender la reflexión interna que se acaba de abrir en UPN. Son ya ocho años de oposición, que van para 12 y que pueden ser 16 si Pedro Sánchez revalida el Gobierno con una mayoría estable en Madrid. Una perspectiva lo suficientemente sombría como para hacer una revisión profunda, tanto en el fondo como en las formas de una estrategia política que esta vez tampoco ha funcionado.

Acierta Javier Esparza cuando apunta a la necesidad de abrir la política de alianzas. De matizar algunas posiciones y de querer participar en la gobernabilidad. Un discurso que recuerda al que ofrecía cuando asumió el liderazgo del partido en 2015 pero, o no ha podido o no ha sabido poner en práctica. Y ese ha sido su gran error. Creer que la coyuntura política que le garantizó 20 años de Gobierno iba a volver. Nunca es bueno vivir de recuerdos, si impiden entender los cambios estructurales que ha vivido la sociedad navarra durante todo este tiempo. Negarlos solo ha incrementado el problema.

Porque a base de denunciar los acuerdos del PSN con EH Bildu, UPN no ha hecho sino cohesionar a la mayoría de gobierno. El problema nunca han sido los pactos, sino su contenido. De la misma forma que el problema de Sánchez no es el acuerdo con Junts ni con Bildu, sino la contrapartida que pueda ofrecer. Y el PSN no se ha visto en la necesidad de ceder nada relevante ni en el ámbito institucional ni en política lingüística porque la propia derecha se ha encargado de magnificar los logros de la izquierda abertzale. Visto con perspectiva, la oposición frontal de UPN no ha hecho sino abaratar los acuerdos del Gobierno de Chivite, minimizando cualquier desgaste del Partido Socialista y facilitando el éxito electoral de EH Bildu.

Así que se impone una reflexión, que no será fácil ni será rápida. La asamblea queda lejos todavía y la debilidad de un liderazgo de salida complica cualquier giro de timón. El debate interno en cualquier caso está abierto. Queda por ver si es solo cosmético o una revisión a fondo de la estrategia por parte de un partido que no acaba de decidir si quiere ser la un regionalismo con influencia institucional, abierto a pactos incluso con el vasquismo moderado, o la franquicia de la derecha española en Navarra. La primera opción tiene muchos riesgos, pero la segunda ya hemos visto dónde acaba.