HAY cosas que un político no puede expresar en público. Por eso, Artur Mas no exclamó un sonoro "¡por fin!" cuando los resultados finales certificaron lo que todo el mundo sabía: que será president los próximos cuatro años. El tópico de a la tercera va la vencida es inevitable al hablar de una persona que, habiendo ganado todas las elecciones en las que ha concurrido, hasta ahora siempre había tenido que conformarse con ejercer la oposición.

Pocos políticos tienen tanta paciencia como este hombre de mandíbula clarkeniana, raya a un lado y sonrisa profident. Mas lleva saboreando el Govern desde hace una década, cuando el ex president, Jordi Pujol, lo nombró conseller en cap y lo lanzó en la carrera hacia su sucesión.

Pero llegaron las elecciones y con ellas el Pacto del Tinell, el tripartit y la larga travesía en el desierto de la oposición para una coalición, CiU, que solo había conocido la comodidad de las consejerías desde su creación en 1978.

Nacido en Vilassar de Mar (Barcelona), el 31 de enero de 1956, Artur Mas i Gabarró es licenciado en Económicas y Empresariales y lleva la mitad de su vida dedicado a la política, siempre en CDC. Está casado con Helena Rakosnik y tiene tres hijos. En clave nacional, y aunque la Wikipedia lo clasifique como político español, él siempre se ha situado en la tradicional ambigüedad convergente, que combina la reivindicación catalana con el pactismo con Madrid. De todos modos, y al contrario que Josep Antoni Duran i Lleida, portavoz en el Congreso y antiguo rival a la hora de relevar a Pujol, Mas se ha confesado independentista, asegurando que votaría en un hipotético referéndum.

Antes de entrar en política, Mas tuvo sus escarceos con el sector privado. Recién estrenada la democracia, tuvo que afrontar la suspensión de pagos de su empresa familiar. Esta crisis no le apartó de la senda del negocio y, a finales de los años 80, ostentó diversas responsabilidades en la empresa Tipel, vinculada a la familia Prenafeta, una saga íntimamente ligada al mainstream convergente. Tanto que uno de sus miembros, Lluis Prenafeta (actualmente imputado en el caso Palau) fue durante años la mano derecha de Jordi Pujol. Para entonces, bien situado en eso que el escritor Josep Carles Clemente terminó definiendo como el Oasis catalán, Mas ya había comenzado su carrera política. En 1987, con 31 años, entró como concejal en el Ayuntamiento de Barcelona, donde permaneció hasta 1995.

Durante aquellos años le tocó la papeleta de hacer oposición a un alcalde, Maragall, que disfrutaba de la Barcelona olímpica y del éxito del ahora olvidado Cobi. De ahí dio el salto al Parlament. Y con galones. Directamente, a la consejería de Política Territorial y Obras Públicas, donde permaneció dos años hasta que pasó a Economía, su gran trampolín.

No se puede olvidar que estos eran los años en los que el entonces presidente del Gobierno central, José María Aznar, hablaba catalán en la intimidad, el peso de CiU en Madrid era tan grande como incuestionable.

El siguiente escalón en el ascenso del casi eterno candidato fue el cargo de conseller en cap, un puesto recuperado por Jordi Pujol como apoyo para el que siempre se consideró como su delfín. De hecho, gracias al sustento del president se impuso en la carrera sucesora a Josep Antoni Duran i Lleida.

A partir de entonces llegó la decepción. En 2003, con menos votos pero más escaños, ganó en las elecciones que dieron a luz al primer tripartit, liderado por Pasqual Maragall. Cuatro años más tarde, la misma historia. Aunque más dolorosa, si cabe, ya que la suma de PSC, ERC e ICV lo volvió a sentar en la oposición a pesar de ganar en votos y en parlamentarios. No obstante, eso no le impidió ejercer como hombre de Estado y pactar en La Moncloa el texto definitivo del Estatut al margen del tripartit, que fue quien lo había impulsado. Con el recorte del texto decretado por el Constitucional, Artur Mas dio por finiquitada la reforma. Ya no es suficiente, asegura, aunque apuesta por la fórmula del concierto, un recurso ya debatido y que ha recibido el no de Madrid antes de llegar a debatirse.

Qué ocurrirá con esta propuesta es todavía una incógnita. Lo que es seguro es que, de llegar a la mesa de negociación, será gestionada por un Artur Mas que, por fin, podrá decir que es president.