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Una única salud

Cuando el bosque se quema

Cuando el bosque se quemaEP

Algo suyo se quema, rezaba el lema publicitario de hace más de 40 años, al que el genial dibujante y humorista catalán Jaume Perich, El Perich, añadiría la acertada coletilla “Señor conde”. Y tenía razón porque, más del 50% de la superficie española es monte y el 72% de la propiedad de ese monte y su masa forestal está en manos privadas. El 28% restante, mayoritariamente es de las entidades locales. En sólo seis de los 27 países de la Unión Europea la titularidad pública de los bosques es inferior a la española, según datos del Ministerio correspondiente.

En Euskadi, según información de Hazi de 2020, la superficie de frondosas autóctonas sigue superando, por escaso margen, a la de coníferas y el 44% de ellas son de propiedad privada. Además, el 58% de la superficie con uso forestal en Euskadi es privada. Esto es importante a la hora de explicar algunas de las decisiones sobre lo que sucede en estos bosques. Así que El Perich tenía razón. El bosque es del señor conde, o del jauntxo que, a veces, también ostenta título nobiliario, pero el dibujante catalán ignoraba que se incendian con más frecuencia los bosques públicos que los privados y que, de tanto repetirlo, se ha convertido en un lugar común. En Soria apenas hay incendios, aunque, el pasado año se batiera el récord de área quemada en Aquitania, donde abundan las plantaciones productivas de pino marítimo.

Debemos diferenciar un incendio forestal de una quema, legal o ilegal, provocada por la mano del hombre para limpiar el monte de matorral y crear pasto, que se escapa de control, origen presunto de los incendios padecidos en la cornisa cantábrica estas últimas semanas.

Charlaba sobre este y otros temas con los expertos en la materia, los ingenieros forestales, profesionales bastante desconocidos para los urbanitas. No se mostraban en absoluto sorprendidos sobre el adelanto de los incendios, más propios del verano que de la primavera.

Ya hemos padecido los primeros avisos de menor entidad en el valle de Karrantza o en el singular y desconocido –y por muchos años– paraje zestoarra de Endoia. Es una situación anómala, que no inédita, unas maniobras para el personal especializado que, en las próximas semanas, deberá emplearse a fondo porque los megaincendios ya se están gestando, el combustible sigue creciendo y, en cuanto la meteorología lo permita, volverán a atacar con las fuerzas renovadas.

Insistían como prioritario en la gestión de las áreas protegidas, los parques nacionales o naturales, escenario el pasado año del 50% de la superficie quemada, las grandes víctimas de los incendios forestales. De hecho, ardieron zonas tan emblemáticas como la Sierra de la Culebra y el Parque Nacional de Monfragüe en España, Serra da Estrela en Portugal y las Landas de Gascuña en Francia. Aunque los principales afectados, como siempre, hayan sido las personas y las economías rurales. Estas catástrofes favorecen el abandono rural. Algo que, a su vez, desemboca en el crecimiento del combustible y se establece un círculo vicioso.

Lo más fácil y comprensible desde una perspectiva humana es culpar al cambio climático, cajón de sastre de muchos de nuestros males actuales, pero en realidad sólo es un catalizador, un acelerador del problema, porque ocasiona un incremento de temperatura promedio, sequías persistentes y mayores y más frecuentes tormentas eléctricas.

Otra cosita son los políticos disfrazados de ecologistas que plasman en documentos sus felices ocurrencias. La Comisión Europea (CE) adoptó el pasado mes de junio una propuesta de ley pionera para restaurar los ecosistemas dañados y recuperar la naturaleza de Europa, desde las tierras agrícolas y los mares hasta los bosques y los entornos urbanos. También quieren reducir el uso de los plaguicidas químicos en un 50% de aquí a 2030. Superguay. Del texto se deduce que proponen aumentar la concentración de combustible muerto en los montes. Desde el punto de vista de los incendios, estamos frente a los ingredientes para la tormenta perfecta. Parece que esos parlamentarios europeos, como sospechaba, viven de espaldas a la realidad. Estupendo.

La vacuna frente a los incendios no está únicamente en la gestión forestal, entendida como la regulación de la densidad de árboles, sino en la gestión del combustible. Los incendios no se propagan por las copas de los árboles, sino por el suelo, por el sotobosque. Por tanto, debemos procurar mantener unas cargas de matorral y de hojarasca por debajo de los umbrales asociados a incendios de alta intensidad. La transformación de una hectárea de monte, mal llamada sucia, en limpia requiere, como mínimo, de cinco a diez jornales de trabajo. No existe presupuesto en ningún país del mundo que lo pueda soportar.

Un problema tan complejo no puede tener soluciones tan fáciles. Es obvio. Pero hace unas décadas eran los propios vecinos de las localidades cercanas al bosque quienes recogían árboles caídos, de especies caducifolias y autóctonas, menos propensas a propagar el fuego, para transformarlas en leña, los helechos para cama en las cuadras y el ganado extensivo, cabras, yeguas, burros o vacas, cada especie con sus cortes específicos y complementarios, pastaban las zarzas, brezos, matorrales, lo que los políticos ecologistas quieren que no se toque y que, sin embargo, asusta a los forestalistas. Y, al tiempo, abonaban. Ahora, todo eso ha desaparecido y proliferan jabalíes, lobos y cérvidos.

Hace unos años, propusieron en Donostia que un rebaño “municipal” se hiciera cargo del mantenimiento de algunos parques, que ya se había ensayado en París. Fue considerado una boutade, cuando en realidad fue un error de planteamiento económico y administrativo. Igual hay que darle una vuelta, pensando en nuestros bosques públicos.

Hoy domingo

Espárragos de Olite. Cordero asado a baja temperatura de Maialen. Manzana reineta asada con mermelada de arándanos. Tinto Flor de Vetus de Toro. Café. Petits fours.