Pues sí. Siento decirlo, pero creo que rozo la minoría de uno. Bicho raro que soy. ¡Qué se le va a hacer! Admito mi pecado inconfesable: no sólo no me gusta el fútbol, sino que no me gusta que guste el fútbol. Menuda herejía... Este verano todos recordamos cómo Messi lloraba desconsoladamente por tener que marcharse del Fútbol Club Barcelona. Y presenciamos cómo al día siguiente en su recepción en el París Saint Germain su rostro reflejaba una alegría desbordante. A nadie le pareció que se reían de nosotros. Da igual que en esta ocasión haya sido con el FC Barcelona. Pudo ser cualquier club y cualquier estrella. Porque el fútbol de masas no es deporte, es un negocio de masas, el 99,99% de cuyos consumidores no pueden imaginar ni en sus sueños etílicos más salvajes lo que es cobrar un sueldo de estrella de fútbol. Este verano hemos visto también cómo el régimen de Afganistán se derrumbó, para sorpresa de todos, como un castillo de naipes. Y vemos cómo los talibanes toman el control. Pero sobre todo lo escandaloso es lo que vendrá después para quienes se opongan a los talibanes y en general para las niñas y mujeres de Afganistán. Pero seguro que no vamos a tener ningún problema a la hora de alimentar las cuentas de la FIFA viendo los partidos de la Copa del Mundo de Fútbol en Qatar el año que viene. El hecho de que la diferencia del régimen catarí con el de los talibanes en Afganistán radica principalmente en que los cataríes viven sobre cantidades ingentes de petróleo y son ricos. Y presuntamente, amigos. Para construir las instalaciones, además, cuentan con inmigrantes principalmente paquistaníes a los que pagan míseramente y mantienen en condiciones de trabajo infrahumanas.

Pero nada, disfruten ustedes del fútbol. Yo prefiero seguir siendo un bicho raro, al que no le gusta que guste el fútbol.