ampoco sé nada de Filología, ciencia que estudia la evolución del lenguaje. Soy de Ciencias. En mi época, en Mundaiz, no estaba bien visto ir por Letras. Las Ciencias, como el brandy Soberano, eran cosa de hombres. Quizás por eso, asisto perplejo a la errónea utilización de ciertos términos en los medios de desinformación y propaganda que, a fuer de repetirlos, por fijos, precarios y becarios, son asumidos por la ciudadanía. Por ejemplo, "la distancia social que los usuarios y usuarias de los arenales de Hegoalde", de la televisión pública vasca se traduce como la distancia física que deben mantener los usuarios -género neutro- de las playas vascas. Ah, arenales no es sinónimo de playas.

Y sigo con la distancia física como medida precautoria frente al tsunami de contagios de COVID-19 en el que estamos sumidos, según la nota, sensata y acertada que, tan penosamente como acostumbra, sólo le supera la de Educación, nos leía la consejera del ramo, decidida a no aceptar la existencia de una segunda oleada, cuando menos hasta otoño. Semántica.

En este juego del ratón y el gato, andamos tarde desde el principio. Seguimos por detrás del virus. Debería ser justo al revés. No estuvimos ágiles con las residencias de mayores. La política de comunicación, si alguna vez la hubo, también ha fallado estrepitosamente, como evidencian los datos diarios. No hemos sido capaces de llegar, por los medios adecuados, a los jóvenes, el público diana. Ni ven los tediosos desinformativos televisivos, ni se interesan por los titulares de la prensa. De leer, ni hablamos. Tienen sus propios canales de información, que no hemos explorado. Hemos perdido demasiado tiempo discutiendo con los hosteleros y olvidando otros sectores, para terminar en el casillero de salida, sentencia mediante. Y el virus continúa marcando las pautas. Es un virus incontrolable, porque hay portadores asintomáticos -quizás usted lector o yo- y se transmite por vía aerógena, con mucha más intensidad de lo que nos advirtiera la 5D (Donde dije Digo, digo Diego), en referencia a la OMS.

Sobre los portadores asintomáticos, un grupo de investigadores surcoreanos encabezados por Seungjae Lee y Tark Kim, según recoge The New York Times, han determinado que los infectados asintomáticos liberan igual cantidad de virus que los sintomáticos y que, además, sólo el 30% de los que se diagnostican como positivos asintomáticos, mantendrán esa categoría. El resto, es decir, el 70%, son en realidad presintomáticos porque acabarán enfermos con todas las consecuencias. Y si esta mala noticia no fuera suficiente, añaden que el periodo de liberación del virus es mayor de lo que se esperaba: 17 días para los asintomáticos y 19-20 para los enfermos, lo que debería suponer un incremento de días, de los periodos de cuarentena y de aislamiento, para los enfermos positivos, con o sin síntomas. El artículo completo, que en realidad es un preprint, pero de impecable metodología, ha sido publicado en JAMA Internal Medicine el 6 de agosto de 2020. No tardaremos en verlo en alguna de las revistas de "impacto", como se acostumbra decir en medios universitarios.

Pero aún recoge otras conclusiones nefastas relacionadas con la transmisión aerógena del virus. El estudio se realiza en una habitación cerrada, pero muy bien ventilada, con seis recambios completos del aire cada hora, con filtración de triple filtro con una eficiencia del 75-85% para partículas de 0,3 micras, sistema de condensación para eliminar humedad e irradiación UV-C. Vamos, la leche. Pues bien, a pesar de todas esas condiciones, aseguran los surcoreanos que el virus se detecta en el aire a 2 y a 4,8 metros de distancia del pobre coreano infectado e imagino que acojonau, al que usan de conejillo de Indias. Así que igual toca replantearse la distancia física, que no "social", insisto, de separación entre personas.

Parece ser que la transmisión del virus en espacios abiertos es más difícil que en los cerrados, lógico, hasta que venga otro surcoreano y demuestre lo contrario. Atravesaba con mascarilla y a paso ligero el último tramo de la calle Matía, sorteando andamios, expositores de frutas con sus correspondientes curiosos y colas de potenciales compradores, terrazas y su distinguida clientela, en armónica amalgama de copas y cigarros alrededor de las mesas y mostradores exteriores de dudosa legalidad, de los establecimientos hosteleros de ambos lados de la calle, hasta llegar a la plaza de Benta Berri. Ahora igual cambia radicalmente la situación. Tapia dixit. Amén. Demonizados quedan.

Mientras tanto, los pretorianos de Goya asustan a las abuelitas sin mascarilla que vigilan a sus nietos, género neutro, en la orilla de las playas, que no arenales.