oy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, una jornada que sirve para concienciar a la población sobre la necesidad de cuidar la biodiversidad del planeta y evitar las actividades contaminantes. Es posible que cuando hace 50 años se instauró esta jornada fuera un hito en una época en la que los ecologistas formaban un colectivo sospechoso a los ojos del sistema, al que cuestionaban por su afán de explotar sin cortapisas las riquezas de la Tierra. Pero a esta alturas, un día como el de hoy es apenas una gota en un océano que suele ser aprovechado para practicar el greenwashing o el marketing verde, esa careta que disimula comportamientos ciegos ante la verdad del cambio climático. Como bien lo recalcan una y otra vez los expertos, la cuenta atrás es irreversible. La fase de evitar el cambio climático está superada. A partir de ahora, solo podemos modular el impacto que tendrá sobre nuestras vidas, pero en especial sobre las de las futuras generaciones. Desgraciadamente, cuando parecía que el mensaje de los científicos estaba empezando a calar, primero la pandemia y ahora la guerra han aplacado la sensación de urgencia en un contexto internacional cada vez más polarizado, donde las causas de todos tienen más difícil la defensa común. l