a normalidad aún no ha llegado a todas partes y ayer estuve casi una hora esperando en la calle, delante de la puerta de una sucursal bancaria a que me llegara el turno de entrar (aforo máximo de dos personas) con el cartel amenazante en la puerta de que allí no entienden de normalidad y a las once de la mañana chapan para todos. No que dejen de atender en el mostrador para según qué cosas, que esa dictadura con la que hemos acabado tragando, sino que cierran la puerta a cal y canto y ahí te quedes. Que han ampliado aforos y alargado el horario de los bares, los comercios y los cines, han reabierto hasta las discotecas, y los conciertos como el de Aitana ayer en el velódromo pueden estar hasta los topes pero alguna sucursal bancaria sigue cerrando su puerta a las once de la mañana y solo te atienden con cita previa, como los doctores, pero ahí no entienden de urgencias. Y entonces llega el típico listo, cuando todos en la cola nos preguntábamos si todavía nos atenderían. Se cuela. Hasta dentro. Le llamo la atención. Y mira que no soy de llamar la atención. El tío va de listo. Con él son tres ya en el interior. Nadie dice nada. Entro. Ya somos cuatro. Le explico. Replica. Replico. Que salga, que hay cola. Que es un momento. Y lo mío. Que solo va a por un papel. Y yo. Al final sale. Yo ya no. Un cliente se acerca y me da las gracias.