o que hemos visto este fin de semana en Cantabria, con chavales escapando como conejos de la policía en plena noche en Noja, en la playa de Ris, parece demostrar que el cierre del ocio nocturno no siempre es la mejor solución. Y también, que el verano se presenta calentito a la hora de contener a un sector de población que reivindica su derecho al ocio, y al que los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto coloca etiquetas, como responsable o irresponsable, como si no hubiera entre los extremos una amplia gama de grises. Es cierto que los números cantan y es evidente que muchos la han liado parda durante una semana en la que los contagios se han triplicado en Gipuzkoa, principalmente entre un colectivo veinteañero todavía sin vacunar entregado al verano sin contemplaciones. El antídoto contra la conducta irresponsable no ha llegado todavía a la Agencia Europea del Medicamento, y ese virus se expande, pero no solo entre la población joven. Da la sensación de adentrarnos en un verano ya vivido, con nuevas amenazas -ahora bajo denominación delta- fiándolo todo a una profilaxis que tampoco llegará a ser la panacea mientras parte de la solución siga residiendo en nuestro comportamiento social.