entado frente al televisor, contemplo una apisonadora aplastando unos cientos de armas que, según explica el presentador, en su mayoría pertenecieron a ETA. Las imágenes pretenden ser el símbolo de la victoria de la democracia sobre el terrorismo. Como llegan una década después del fin de la estrategia político-militar, con la organización desaparecida y su historia convertida en argumento de películas, series y libros, cuesta apropiarse del simbolismo que se busca con la escena. Todo lo contrario. El acto trae a la memoria el que en su día organizó ETA con dos encapuchados y otros dos representantes de la Comisión Internacional de Verificación en una pequeña sala de no se sabe qué lugar tratando de hacernos creer que la armería dispuesta sobre una pequeña mesa equivalía al desarme de una organización que durante medio siglo desafió a sangre y fuego a la democracia española y al autogobierno vasco. Las imágenes son como la pólvora, te pueden estallar en las manos. Este acto, fuera de tiempo y contexto, ante el que Pedro Sánchez se ha quedado solo, ha demostrado que la utilización del terrorismo para fines partidistas no es algo exclusivo del PP. Siquiera para escenificar una derrota, es una tentación demasiado fuerte como para renunciar a ella.