ras un largo y agónico recuento, Biden se ha proclamado presidente de Estados Unidos. El demócrata tiene ante sí la tarea de recomponer los restos de una legislatura que ha partido al país de dos mitades, cada vez más alejadas y enfrentadas por culpa de la política extremista, manipuladora y mentirosa de Donald Trump. Más allá del tiempo nuevo que se abre en Estados Unidos, el desenlace de las presidenciales tiene una lectura propia a este lado del Atlántico. Se suele decir, y lo hemos comprobado muchas veces, que los vientos que soplan en Estados Unidos, tarde o temprano, acaban azotando suelo europeo. Su influencia política y cultural fuera de sus fronteras es indiscutible. No hay más que comprobar la atención, la intensidad y la dedicación con la que hemos seguido lo que ocurría allí. La continuidad del republicano en la Casa Blanca era alimento para la extrema derecha europea, que tenía en Trump a un modelo de carne y hueso para propagar un programa político sumamente desestabilizador en medio de una desgraciada pandemia con consecuencias económicas cuyo alcance todavía desconocemos. Un caldo de cultivo para la división social y política, justo cuando lo que hace falta es unión en el esfuerzo social y comunitario para salir de ésta con los menores daños posibles. Muerto el perro no se acabó la rabia, pero Trump ya no morderá.